Entre tanto, los casinos llegaron para quedarse
Félix Fuentes
A pocas horas de la afirmación del presidente Calderón de que su gobierno repliega el narcotráfico, el cártel de Los Zetas incursionó en dominios de El Chapo Guzmán y ultimó a 24 personas en Culiacán —16 calcinadas— y a 26 en Guadalajara. Esto elevó el promedio de 27 muertos por día, como en los peores momentos de la “guerra” panista.
Los Zetas dejaron extensas cartas junto a los cadáveres y señalan a los gobernadores Emilio González, panista de Jalisco, y al priísta de Sinaloa, Mario López Valdés —Malova— de tener nexos con El Chapo. Se indica en los mensajes que por esos supuestos arreglos había tranquilidad en ambas entidades.
Malova ya había captado amenazas contra su familia en
grabaciones telefónicas y decidió enviar a sus hijos al extranjero, por lo cual recibe críticas.
Este es claro ejemplo de la “guerra” contra la delincuencia organizada: El Chapo, quien salió caminando del presidio de “alta seguridad” de Puente Grande, Jalisco, al comenzar el gobierno de Vicente Fox, se posesionó del cártel de Sinaloa y extendió sus dominios a Jalisco y otros estados. Libra una cruenta lucha contra el cártel de Juárez por el control de esa ciudad.
En la era panista se constituyó la mafia de Los Zetas con militares de entrenamiento sofisticado y fue el brazo armado del cártel del Golfo. Se convirtió en el peor enemigo de la mafia de Sinaloa, disputándole los estados de Coahuila, Durango, Chihuahua, Zacatecas y otros. Ahora va en pos de Jalisco y quema gente en los mismos terrenos de El Chapo.
Frente a ese poderío criminal, nada pueden hacer los gobernadores y menos los alcaldes. Tampoco pueden los militares, los marinos y las policías federales, juntos.
Sin embargo, el presidente Calderón culpa del enorme fracaso a gobiernos que le antecedieron —ya incluye a Vicente Fox—, a los “gringos” por consumir cantidades industriales de estupefacientes, a las policías estatales y municipales pese a no ser responsables del combate al narcotráfico, por tratarse de un delito federal. Y a los gobernadores les toca turno una semana y la siguiente también.
En el día de la armada, Calderón destacó la valentía de los marinos por los operativos en que participan “en todo el país. “Para algunos —no dijo el Presidente quiénes—mientras no se toque a los criminales no pasa nada”. Nadie ha dicho esto, pero sí que la estrategia de es incorrecta porque el ejército no está preparado para eso ni fue considerado el poder del hampa.
Pasa por alto Calderón cómo llegan los poderosos arsenales a México y son muy débiles sus reclamos a autoridades estadounidense que dirigen el contrabando.
Cree el primer mandatario que retirar a los militares y marinos puede derivar “nuevamente” a la expansión de la criminalidad que se dio en México. Es abundar en el discurso de cinco años, con las variantes de “reconstruir” las instituciones o “recuperar y fortalecer el tejido social a través de la educación”. ¿Tampoco se sabe de cuándo a acá se desplomó el aprendizaje?
A juicio de Calderón, la solución al asunto del narcotráfico se dará cuando haya policías confiables con policías bien pagados, bien preparados y bien armados. Nunca sucederá. ¿No sabe que estados como Nuevo León se quedan sin policías porque unos fueron obligados por el hampa a sumarse a ella, otros lo hicieron por voluntad y a los demás se les dio de baja?
Propone Calderón construir un México de leyes. México era respetado por eso en todo el mundo, pero se les ha resquebrajado mediante decretos, como el de otorgar contratos petroleros en lo oscuro y crear un reglamento para el funcionamiento de casinos, ideado en el régimen de Vicente Fox y continuado por el actual.
Los casinos son cuevas donde prolifera el tráfico de drogas. ¿Por qué el calderonismo no acaba con ellos si realmente combate el narcotráfico? ¿Se atreverá a proponerlo el quinto secretario de Gobernación de este sexenio, Alejandro Poiré, puntual repetidor de la letanía contra la “delincuencia organizada”?
