El principal desestabilizador y causante de la división nacional no es el crimen organizado, sino Felipe Calderón. Obsesionado, hasta la locura, por evitar que su partido pierda las elecciones en el 2012, consternado por haber sido derrotado —él, no su hermana— en  los comicios en su entidad natal, lanza acusaciones y monta espectáculos mediáticos para enrarecer el clima y acusar a sus adversarios.

Los discursos de un hombre que dejará el poder dentro de un año comienzan a ser peligrosos para la estabilidad. “Ya no me puedo callar…”, dijo durante el homenaje al ex secretario de Gobernación, José Francisco Blake Mora; “No puedo callar ante la intromisión del crimen en los comicios”. ¿Qué trató de decir Calderón, que Blake fue víctima del crimen, y no —como se esmeró en hacer creer la versión oficial— consecuencia de un accidente?

El Congreso debe exigir que el Presidente presente, a la brevedad, pruebas de lo que dijo. ¿Por qué ocultó  información? Si los integrantes de su gabinete han comenzado a ser blanco del crimen organizado —como pudo también haberlo sido Mouriño—  y el poder del narcotráfico ha ganado la batalla a su gobierno, como él mismo lo confirma al atribuirle los resultados electorales en Michoacán, entonces que proceda de acuerdo con las facultades constitucionales que tiene.

Ocultar información cuando la seguridad nacional y la integridad de la sociedad está en riesgo es equiparable a traicionar a la patria. Uno de los pocos delitos por que puede ser acusado un presidente.

Pero si —como todo parece indicar—utiliza el miedo a la inseguridad con fines político electorales, entonces estamos ante un mandatario que busca a toda costa cumplir con un compromiso —tampoco confesado— de deshacer el país.

¿Por qué no pensar que Calderón declaró la guerra al narcotráfico como parte de una estrategia acordada con la ultraderecha norteamericana para intentar desmantelar el sistema político mexicano donde los “cárteles” forman parte de la milicia que arma Estados Unidos a través de una operación encubierta como “Rápido y Furioso” para desestabilizar el país?

¿Mera fantasía? Tal vez, pero lo que es totalmente real es cómo juega el gobierno con la tranquilidad de los mexicanos. En un intento por dar, en menos de 24 horas, dos golpes mediáticos, anuncia la desarticulación de un plan para introducir ilegalmente en el país a Al Saadi Gadafi, tercer hijo del ex líder libio Muamar Gadafi. Un plan que, ¡ojo!, extrañamente fue, se supone, frustrado desde hace tres meses.

El manejo de este caso, lejos provocar confianza, hace pensar, otra vez, que Calderón oculta información estratégica. Varios funcionarios y políticos estadounidenses han insistido en que “México se encamina a ser refugio de terroristas”, como lo afirmó en marzo de este año el legislador republicano por Texas, Michael McCaul, o como lo señalaron también los precandidatos de ese mismo partido a la Casa Blanca en un debate reciente.

La Secretaría de Relaciones Exteriores respondió a Estados Unidos lo siguiente: “No hay ningún fundamento que pueda sustentar este tipo de declaraciones…”, información fechada el 23 de noviembre de 2011, tres meses después de que el gobierno mexicano detectara e impidiera que Al Saadi Gadafi —considerado como terrorista por Estados Unidos— se introdujera en el país.

Calderón encabeza una lucha sumamente extraña y opaca contra el crimen organizado, con fines o propósitos igualmente turbios en los que participan intereses extranjeros. ¿Qué significa el “no me puedo callar”? ¿Que ya no puede más con su conciencia; que aceptó, ante quién sabe quién, deshacer México? El Congreso lo debe llamar a rendir cuentas.