Es tiempo de pagar
Bernardo González Solano
En ocasiones, la elusiva justicia, sobre todo tratándose de antiguos dictadores, de hombres fuertes que disponen de las vidas y las propiedades de los demás como si fueran propias, parece hacerse realidad a la par de la divina, algo que comúnmente no suele ocurrir. Muchos de esos personajes han muerto en su cama como si el ser supremo los recompensara por todas sus barbaridades; otros, jamás se sentaron ante ningún tribunal y algunos todavía siguen en el poder aunque bajo la protección fraterna, como Fidel Castro Ruz, en Cuba. Un día también se le llamará a cuentas.
Pero, un día, como el domingo 11 del presente mes, uno de esos personajes regresó a su tierra de origen, Panamá, para continuar purgando una larga condena de cárcel, acusado, en ausencia, en tres juicios distintos, por asesinato, secuestro, corrupción y peculado, después de pasar ya 21 años y 11 meses en cárceles de Estados Unidos (en La Florida) y en La Santé, de París, Francia.
Se trata de Manuel Antonio Noriega Morena, de 77 años, llamado el Cara de piña porque su rostro está picado de viruela desde niño, ex dictador militar de Panamá, de 1983 a 1989, cuando en las primeras horas del 20 de diciembre de ese año fue echado del poder por tropas de la Unión Americana durante la operación invasora “Causa justa” —en la que tomaron parte 26 mil soldados de élite— ordenada por el presidente de Estados Unidos, George Bush Sr. Esta sería, hasta el momento, la última invasión armada del Tío Sam a una nación hispanoamericana. La anterior fue en la isla del Caribe, Granada, invadida por los marines en el mes de octubre de 1983. Claro ejemplo de la prepotencia castrense del último imperio. La captura de Manuel Antonio Noriega Morena demostró que la Casa Blanca no tiene “amigos”, sólo intereses. Ahora Noriega pasará sus próximos años en una cárcel llamada irónicamente El Renacer.
El regreso de Noriega a Panamá se hizo a bordo de un avión de la línea española Iberia en vuelo regular: París, Madrid, Panamá. Su retorno reabrió las heridas en el país del canal, donde continúan sin aclararse un centenar de muertes y desapariciones ocurridas durante su mandato. Esta parte de su estadía en prisión la enfrentará Noriega enfermo y disminuido físicamente. La justicia le hará cumplir una condena de 60 años por los asesinatos de 11 panameños, como el del médico y guerrillero Hugo Spadafora —cuyo nombre parece de héroe de novela de los tiempos de los espadachines de Los tres mosqueteros, del novelista francés Alexandre Dumas Davy de la Pailleterie, mejor conocido como Dumas padre—, en l985, y los fusilamientos del mayor Moisés Giroldi (otro que suena garibaldino) y otros nueve militares golpistas en l989. Asimismo, Cara de piña enfrentará juicios por una larga lista de asesinatos de víctimas de la represión de su cruel aparato de seguridad.
La operación “Causa justa” no sólo trataba de librarse del ex agente Manuel Antonio Noriega, de la Central Intelligence Agency (CIA), acusado de mantener fuertes nexos con el legendario narcotraficante colombiano Pablo Escobar y el cártel de Medellín, sino, sobre todo, de comprobar la destrucción absoluta de las Fuerzas de Defensa de Panamá, que apenas contaban con 12 mil elementos, pero que mantenían en alto las ideas nacionalistas del asesinado general Omar Torrijos Herrera (1929-1981) que había logrado, en l977, que Estados Unidos se comprometiera a devolver el canal a la soberanía panameña. En resumen, lo que quería el padre de George W. Bush, el de la guerra contra Sadam Husein, era no perder su hegemonía sobre la estratégica zona del Canal de Panamá, que la Casa Blanca consideraba como de su propiedad desde el siglo XIX. Al final, Estados Unidos tuvo que honrar su firma y devolvió el canal a los panameños, algo inusitado. Pero cierto.
Manuel Antonio Noriega fue uno de los cabecillas del régimen torrijista. Dirigió el país con mano de hierro desde 1983. El general pasó de servir a la CIA desde principios de la década de los setenta —como cabeza de la inteligencia militar panameña— a enemigo de Washington y amigo de los narcotraficantes colombianos, del régimen fidelista cubano y de la entonces efervescente izquierda iberoamericana, que en 1989 lo designó, pomposamente, “comandante de la dignidad latinoamericana”.
Los excesos del poder fueron su talón de Aquiles: las manifestaciones en varias ciudades panameñas, especialmente en la capital, eran frecuentes, la represión y la corrupción del régimen eran inobjetables. Su derrumbe estaba a la puerta frente al poderío militar de los marines: con su uniforme de general, como si estuviera ante el pelotón de fusilamiento —casi lo fue—, a las puertas de la Nunciatura Apostólica (donde buscó asilo), Noriega Morena se entregó el 3 de enero de 1990 a tropas estadounidenses. El propósito de Bush senior se había cumplido. Hasta la fecha. Sin vuelta de hoja.
Ese mismo día, más tarde, el otrora hombre fuerte panameño, en lugar de los arreos militares vestido con un chaquetón verde oliva con las letras DEA (Agencia Antidrogas Estadounidense) impresas en la espalda, fue trasladado a Miami, Florida, a bordo de una aeronave militar.
Después, la historia no tuvo nada de marcial. La justicia de Estados Unidos lo condenó a 40 años de prisión acusado de ocho cargos de narcotráfico y lavado de dinero. De su condena inicial casi purgó dos décadas de cárcel, antes de ser extraditado, en abril de 2010 a Francia, donde los tribunales galos lo requerían por blanqueo de tres millones de dólares en la década de los ochenta. En París fue sentenciado a siete años en la cárcel de La Santé. El mes de septiembre último obtuvo su libertad condicional aunque al mismo tiempo otro tribunal aceptó la petición de extradición del gobierno panameño.
De hecho, Noriega quería regresar a su país aunque fuera a la cárcel, lo que ha generado suspicacias en los familiares de las víctimas de Cara de piña, pues suponen que, incluso, en poco tiempo podría quedar en libertad o en prisión domiciliaria, debido a su edad. El gobierno del presidente Ricardo Martinelli ha desmentido ésa y otras versiones similares. La ministra de Gobierno, Roxana Méndez, aclaró a la prensa: “(Noriega) es un reo más, no tiene porqué haber un trato distinto del que reciben los otros reos, salvo por los detalles de su salud”. Por su parte, Angel Calderón, el director del Sistema Penitenciario, explicó que Noriega estará en “una celda sin mayores comodidades que una cama, un escritorio y un baño privado”. El calabozo, además, tampoco cuenta con servicio de televisión ni internet.
Después de que Omar Torrijos murió en julio de 1981, en un sospechoso accidente aéreo, similar al del comandante cubano Camilo Cienfuegos, el único que pudo haberle pisado la sombra a Fidel Castro, que hizo famosa su frase: “p´alante, p´alante”, y es la hora que su avioneta jamás se ha encontrado, Manuel Antonio Noriega Morena pasó a ser el hombre fuerte de Panamá. La Guardia Nacional era casi toda suya, por ende la información. Pero hubo alguien que decidió enfrentársele: Hugo Spadafora, médico, cosmopolita, formado en Italia en los años duros del maoísmo y en Africa en la época de la guerrilla triunfante. Un héroe de la lucha sandinista contra el dictador Somoza. Alguien que se había opuesto a Torrijos y al que éste casi prohijó después, perdonándole la vida y enviándole a curar indios en medio de la selva. Jorge M. Reverte cuenta en un excelente ensayo todas las batallas de Spadafora. Sin duda era un personaje que tenía los arrestos para enfrentar a Noriega y a otros.
Cuenta Reverte: “Un día, en septiembre de l983, Spadafora cruzó la frontera entre Costa Rica y Panamá por un paso seguro. Lo estaban esperando los efectivos de la élite de la Guardia Nacional de Noriega. Le dedicaron tiempo. Cuando apareció su cuerpo la autopsia determinó que había sufrido torturas sin cuento. Le habían arrancado los ojos antes de matarle, por ejemplo. Y se tomaron el trabajo de decapitarle antes de dejarlo tirado en un lugar donde pudiera ser encontrado. No se trataba sólo de matar al incómodo guerrillero. Se trataba de que sirviera de ejemplo, de que todo mundo supiera que Noriega no se andaba con chiquitas… El asesinato de Spadafora marcó de forma inequívoca la deriva de Noriega al crimen de su Estado personalizado. En Panamá se había seguido matando, aunque con cuentagotas, a opositores incómodos… Pero lo de Spadafora fue otra cosa. Nunca se admitió el crimen, por supuesto. Pero tampoco hizo un esfuerzo el aparato de Noriega para ocultar del todo el origen de la atrocidad. Spadafora fue un aviso a navegantes… Noriega liquidó, desde entonces, a cualquiera que ofreciera resistencia a sus planes. Dio golpes de Estado, echó presidentes de la nación al exilio, asesinó a sus colegas que quisieron derrocarle, como el mayor Moisés Giroldi, que fue fusilado sin juicio junto con sus compañeros de intentona tras querer acabar con el régimen corrupto del general”.
Ahora es el tiempo de pagar las cuentas atrasadas. Son tantas que no hay caudales para solventarlas. Parece que, aparte de sus enfermedades, Manuel Antonio Noriega Morena únicamente tiene por futuro caminar en redondo dentro de su celda en el penal El Renacer. Sic transit gloria mundi!