Miedo e incertidumbre sintetizan la percepción que tiene la sociedad con respecto al 2012. Un año sobre el que se acumulan y amontonan las preguntas y escasean las respuestas.

La profundización de la parálisis económica, origen de la multiplicación de la pobreza y del incremento de la violencia, ha obligado al mexicano a dejar de lado su infantil entusiasmo para preocuparse por el día después al 1 de julio.

“El día después…” como el título de aquella película de Ronald Emmerich, donde una catástrofe nuclear, provocada por la irresponsabilidad humana, coloca el planeta al borde de la destrucción.

Y es que el proceso electoral mexicano se advierte precisamente como un cataclismo que puede terminar de matar la estabilidad, gracias a quienes, desde el gobierno, los partidos y los medios de comunicación operan como dinamiteros electorales.

La mujer y el hombre común de la calle ya no se preguntan quién va a ganar la elección ¿quién puede saberlo cuando existen poderosos intentos de asesinar la democracia?; sino cuál de los tres competidores tendrá la capacidad, la fuerza, la autoridad para garantizar, cuando menos, la integridad de su empleo, patrimonio y familia.

Las fiesta navideñas han estado marcadas consecuentemente por el insomnio y no precisamente por razones de bohemia o disipación sino porque los arcanos del Tarot, del inconsciente nacional, se esmeran en aparecer marcando futuros conflictos en la oscuridad de la noche.

Por lo pronto, ya hubo quien dio órdenes para que la serpiente mostrara la cola: “Oiga usted, señor presidente del partido, ¿habrá cambio de candidato?” La pregunta supo a consigna y nos llevó a los tiempos fatídicos en que, desde Los Pinos y en combinación con un resentido tiberiano, se fabricaba el ambiente para que lo hubiera.

Vuela sobre México, desde hace meses, el ave que arroja aquí y allá huevecillos envenenados, el Tue Tue de los mapuches o el Tunkuluchú de los mayas que anuncian el infortunio. Rumores que salen de las mismas recámaras de palacio para crear incertidumbre: “Prefiero entregar el poder a los generales…”; “Todo, menos entregar el poder al pasado”; “Michoacán es ejemplo de la infiltración del narco en elecciones”, hechos y dichos que reciclan la creencia popular de que una parte de la violencia no es espontánea sino un medio para evitar el traspaso de poderes.

Ha sido un sexenio marcado por la fatalidad y donde la fatalidad ha tenido con frecuencia tufo de premeditación. La duda en la sociedad es permanente. Se ha vuelto difícil explicar las causas y los orígenes. La desconfianza se expande como sombra que devora. ¿A Juan Camilo Mouriño lo mataron o fue un accidente? ¿Y a Francisco Blake Mora?… ¿Quién, donde, por qué? ¿Y la influenza? ¿Y los setenta y tanto muertos en San Fernando, Tamaulipas? ¿Y los cuerpos tirados en Boca del Río? ¿Y las fosas clandestinas? ¿Y los 40, 60 o ya 100 mil muertos producto de la lucha contra el crimen organizado?… ¿Quién es quién en esto? ¿Quiénes los militares y los policías? ¿Quiénes los del gobierno? ¿Quién es quién en cada mexicano?

La respuesta es el silencio, la impunidad o, en el mejor de los casos, el montaje de una espectáculo multimedia para hacer creer que se tuvo, que se procesó, que somos unos “chingones”, aunque sigan los muertos, los desaparecidos, los desplazados, la presencia de ese algo inexplicable, indescifrable que llena de vacío el aire.

Así llega México al 2012. Con 56 millones de pobres, bajos índices de crecimiento, de los más bajos en América Latina y un movimiento de ¿estudiantes?, ¿agitadores?, ¿guerrilleros en ciernes?, salidos de una de las escuelas rurales más pobres de Guerrero, con un gobernador a punto de ser enjuiciado, sin que nadie sea capaz de explicar quién mató a dos de esos jóvenes, a uno de frente y a otro por la espalda ¾sí, los policías, pero ¿quién?, ¿los federales?, ¿los locales?, ¿los ministeriales?…¾ y ante lo cual la Secretaría de Gobernación muestra, ¡como debe ser!, ¿por qué no?, su impúdico silencio y su impúdica arrogancia.

No hay remedio. La memoria histórica se abre y sale de la caja un muñeco de resorte, rostro de payaso, mirada burlona, mueca en los labios, sólo para decirnos, para advertirnos, con esa carcajada que suena a hueco, a tumba: así empiezan el caos, las guerras civiles, los estados de terror; así se generan, desde adentro y desde afuera, las condiciones para la intervención, para la imposición de gobiernos. Tal vez en eso consista la conspiración.