Miguel Ángel Muñoz

Zhang Huan (Anyang, Henan, China, 1965), es considerado internacionalmente como uno de los artistas conceptuales chinos más importantes, él junto con otros —ente ellos Yang Fudong—, llamaron la atención de los críticos en la Bienal de Venecia de 1999. Huan se graduó en la Academia de Bellas Artes de Pekín en 1993, aunque pronto abandonó la pintura por la performance y su registro fotográfico. Su obra combina una compleja espiritualidad en la que se une la crítica a las políticas del régimen chino (motivo de su forzada emigración a Estados Unidos en 1998), con una complicada reflexión acerca del cuerpo y su uso como medio de expresión artística. Recuerdo, con mucho asombro, su exposición —unos años antes había presentado una exposición fuera de serie en El Nikolaj Contemporary Art Center de Copenhague— que presentó en la Fundación Telefónica, en Madrid en 2007; una selección de fotografías pertenecientes a sus diferentes performances junto a imágenes, menos conocidas, que completaba, con la pintura y escultura, su universo creativo.

Huan es un creador de performances a menudo protagonizados por él mismo. En aquella, ya lejana muestra, se expusieron varios videos de sus actuaciones junto con una serie de 26 fotografías de gran formato. Estas obras constituyen un testimonio impactante de las diferentes acciones, que empezó a realizar en Beijing a partir de 1994. Formalmente, su trabajo, basado en la experiencia personal, mantiene conexiones con la creación occidental, en particular con el accionismo vienés y el Body Art. Pero conceptualmente utiliza en sus obras parámetros anclados en la tradición de su país, y en algunos casos su objetivo final puede escapar a lo profano, para tener un concepto más místico y poético.

Huan centra su mirada en el desnudo, cuestión que en China se percibe como algo íntimo pero que el artista traslada al ámbito de la comunicación. La desnudez, según Huan, implica mostrar la vulnerabilidad del hombre y su identidad. Los desnudos de Huan se insertan en el campo de las actividades ordinarias estableciendo vínculos con raíces de pensamiento tradicionales de China. El artista introduce al individuo en temáticas típicas del arte occidental pero siempre con matices que remiten a postulados propios del budismo o el taoismo. Se trata pues de establecer un diálogo entre ciertos parámetros de la tradición oriental con implicaciones típicas de la contemporaneidad occidental.

Para el artista la decisión de realizar performance está directamente relacionada, como él mismo explica, con su experiencia personal. “Yo siempre he tenido problemas en mi vida —afirma Huan— y estos problemas muchas veces han derivado en conflictos de orden físico. Es de esta forma que me di cuenta de que mi cuerpo era el vehículo principal para conocer mi entorno y el entorno a mí”. Conservar el equilibrio sobre este hilo difícil. Lo que cuenta en cada obra de Huan es su coherencia interna y su condición de proyección —de objetivación— de una interioridad: la obra a quien representa es a su autor. Es decir, lo importante es que su obra sea el reflejo de su tiempo o como un acertijo futuro, pero al mismo tiempo, volver a la reflexión sobre la historia de su país —el arte hace ver esa nitidez—, y el contexto actual del arte chino.

Es evidente que las situaciones en las que Zhang Huan introduce al individuo se caracterizan por ser un escenario de teatralidad que unas veces se sumergen en el ámbito de lo lírico y otras en el de lo trágico, en sentimientos de cariz dramático que conmueven al espectador. Huan trata de relacionar las experiencias físicas con las espirituales para así, “experimentar mi existencia esencial”.

Dolor y placer, resistencia y memoria; Huan dibuja claves de acercamiento entre culturas, donde necesita sufrir, mortificar su cuerpo, culminar el camino, para lograr no sólo un medio artístico, sino también realizar un ejercicio de espiritualidad que sólo el arte Chino tiene el privilegio de poseer y entender.

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