Cada facción señala un autor distinto
Carlos Guevara Meza
El viernes 6 de enero un nuevo atentado en la capital de Siria, Damasco, causó la muerte de 26 personas e hirió a casi 50 más. El ataque suicida, ocurrido en el barrio de Midan, no ha sido reivindicado por ninguna organización, pero el gobierno, como ocurrió con el doble ataque del pasado 26 de diciembre, lo atribuye a Al Qaeda. La oposición, en cambio, acusa al propio régimen de haberlo orquestado (con base en su larga experiencia de apoyo a Hezbollah en Líbano) con el fin de orientar la opinión pública nacional e internacional en su favor.
Los argumentos en este sentido no faltan y de hecho son bastante persuasivos: ningún organismo de la oposición atacaría a sus propios correligionarios y menos en viernes, cuando a la salida de la oración semanal en el rito islámico se suelen organizar las mayores protestas contra el gobierno.
Por otro lado, y precisamente para contener esas manifestaciones, las fuerzas de seguridad se despliegan por todo Damasco y en particular en Midan, lo que dificulta enormemente este tipo de ataques (en Midan, reportes periodísticos del año pasado señalaban que se colocaba hasta un policía cada cinco metros a la salida de las mezquitas para impedir las protestas).
A la oposición tampoco convence que Al Qaeda esté detrás de los ataques, pues el blanco fue en esta ocasión un barrio tradicionalista y fiel a los principios religiosos, en lugar de oficinas del gobierno.
Pero el auto bomba estalló al estrellarse contra un vehículo policíaco, lo que muestra en primer lugar la alta seguridad en la zona, y la mayoría de las víctimas fueron agentes. Además, es claro que la oposición al régimen sirio no es homogénea pues agrupa desde jóvenes universitarios modernizados hasta fundamentalistas islámicos suníes pasando por desertores del ejército que ya han formado una fuerza armada en forma que de hecho se ha enfrentado con los militares.
Y entre esta diversidad de posiciones y la falta de avances en el proceso (ni caída del régimen ni reestablecimiento de la paz) es posible que algunos grupos estén cayendo en la desesperación política y por lo mismo hayan iniciado un proceso de radicalización de sus tácticas.
Por lo pronto, la Liga Árabe ha decidido no sólo mantener su misión de observadores en Siria, sino ampliarla, aunque no con la asistencia de la ONU como han pedido representantes de la oposición cuya postura asumió Qatar.
Se busca con ello presionar tanto al gobierno como a la oposición para que cese la violencia, aunque hasta ahora no ha tenido éxito en este sentido. A la vez, Damasco y Alepo, las principales ciudades de Siria que conjuntan entre las dos más del 40 por ciento de la población total, siguen sin sumarse masivamente a las protestas (aunque están sometidas a fuertes dispositivos de seguridad de todas formas no se han registrado grandes intentos por manifestarse, e incluso hay demostraciones de apoyo al régimen), lo que quizá demuestra que el presidente El Assad cuenta aún con una importante base social y legitimidad.
Así las cosas, es claro que la situación está polarizada, y mientras la crisis económica que azota Europa y Estados Unidos no amaine, no parece que nadie vaya a mover un dedo para modificar la situación, más allá de declaraciones y quizá sanciones económicas.


