Víctor Toledo

El Clan, el Ser de la serpiente, nombre y símbolo de la cultura hopi, da lugar al ritual que la emparenta con los aztecas y su origen (quizá la mítica Aztlán): la danza de la serpiente, donde los indígenas bailan y se besan con serpientes cascabeles. La ceremonia es el reconocimiento de la hermandad de éstas con los Hopi (de la meseta central de Estados Unidos) que hablan una lengua uto-azteca y mantienen su cultura ya mil años. Su elaborada cestería (donde danza la espiral de la serpiente), cerámica y miniaturas esculpidas, como el arte serpentino de los aztecas (independientemente de la increíble altura que llegó a alcanzar en Mesoamérica) tiene esta raíz tronitronante luminosa.

A Iliana Godoy la conocí y publiqué por una mera Sincronicidad (hablo ahora de Sincronicidad y arte mesoamericano, colección La Abeja de Perséfone buap, 2011), un encuentro sin explicación lógica simple. Un día se me ocurrió ver qué había de nuevo en la red sobre Sincronicidad y me encontré entusiasmado con los textos de la poeta. Intuí algo más y supe que en unos días nos conoceríamos en el Festival Internacional Carlos Pellicer de Villahermosa. Yo había publicado años antes un libro sobre poesía y Sincronicidad (Poética de la Sincronicidad. La lengua de Adán y Eva, buap, 2006. En este libro estudio, en la segunda parte, La lengua de Adán y Eva, la conexión entre las lenguas indígenas —mesoamericanas y sudamericanas— y las lenguas asiáticas: las lenguas indígenas de Estados Unidos, como el grupo Uto-azteca, como puente entre los dos continentes lingüísticos). La Sincronicidad nos presentó y unió significativamente.

La teoría de la Sincronicidad surgió —por una Sincronicidad— con el psicólogo Carl Jung y, paralelamente, con Wolfgang Pauli, uno de los padres de la física cuántica. En los años noventa tuvo un resurgimiento con los estudios de David Peat y David Bohm físicos que intentaron una nueva comprensión del arte y la ciencia como una unidad a través de la Sincronicidad que describieron como el puente entre mente y materia.

Los poetas, desde su origen, han experimentado y vivido poéticamente la Sincronicidad. Desde el mundo mítico-cósmico creado por ellos, hasta su relación íntima poética con el oráculo, los dioses, las musas y la profecía. Para mí, la visión de lo sagrado de los griegos a través de su cotidiana teofanía, de su permanente diálogo con los celestes se debe a una especial sensibilidad y compresión de la Sincronicidad. La epifanía es una Sincronicidad, una revelación, que requiere de una interpretación, como el texto sagrado y la poesía. De ahí su confianza en la inmortalidad de sus actos y sus creaciones, de ahí su gran creatividad, la fe en su civilización: claridad y profundidad que nos sigue deslumbrando. (La poesía es la Gaya ciencia, término de Federico Nietzsche, la técnica de la escritura, la poética, pero Gaya, Gea, es la diosa madre, la Serpiente, la ninfa Telfusa, la pitonisa, la poesía es la escritura de la serpiente, el ritual, el clan de la serpiente, los poetas lo conforman con las técnicas del éxtasis. Die fröhliche Wissenschaft, 1882 —La gaya scienza, El gay saber—, obra capital del alemán, cierra el periodo negativo, destrucción de la metafísica cristiana, y abre el afirmativo: la construcción de nuevos valores).

La pirámide es una serpiente enroscada, como Quetzalcóatl, el guerrero serpiente, guerrero cósmico, desde luego: lo que reflejan las esculturas —dice Iliana— es la batalla cósmica. Añadiré que es la batalla de la fundación del cosmos contra el caos, en tanto el caos es un orden sagrado absoluto pero que no es humano, sólo divino, y el orden cósmico es justamente el puente que une el mundo humano al universo divino, la comunicación-comunión entre los dioses y los pueblos: a través de sus poetas, artistas y sacerdotes.

La serpiente entre los griegos y los mexicanos es el ser fundacional, el anillo dorado del Origen, representante del caos sagrado incomprensible e inalcanzable para el humano. Sólo accesible a través de su humanización, de su cosmización, de su compresión y diálogo demiúrgico. Así Apolo (dios solar, redentor y mediador entre los Olímpicos y los humanos), que podemos identificar con Quetzalcóatl, logra que la ninfa Telfusa, la pitón pitonisa, la que conversa, la que reinaba solitaria en la Tierra, le entregue sus secretos y su don profético. Su monstruosa revelación como la Coatlicue.

La serpiente del ser, la madre Tierra, el caos que domina al mundo antes del ser humano, es al mismo tiempo el rayo (la pluma que escribe en la página celeste), el ser divino que vive —ubicuo— en el cielo y el inframundo: visión holística, sincrónica, efectivamente. Visión mítica poética. Cara unísona, sinestésica, de la muerte y la fertilidad, la vida y el renacimiento (La posición —se da hasta en la base oculta de la Coatlique como descubre Godoy— constante, dominante, de las esculturas aztecas, de guerrero de sumo preparado para la batalla, sentado y parado, como una serpiente lista para el ataque, enroscada en su verticalidad, sentada-parada, es también la posición de parto de las mujeres y las diosas mesoamericanas. Síntesis de la vida y la muerte, la fertilidad y la batalla, ternura y dolor, ternura y crueldad, la madre y el guerrero: Huitzilopochtli y Coatlicue, Zeus y Deméter, el rayo y la serpiente). Puente entre los dioses y los hombres, mensajera del cielo y del hades, de Xibalbá. Hermes hermético, tridimensional. Quetzalcóatl asume ésta, por decirlo así, “multiple”, holográmica Sincronicidad como una serpiente (símbolo de la tierra) emplumada (símbolo de lo que se eleva, del cielo, del águila, del poeta). Como un dragón, el cielo es la tierra, lo de abajo, arriba. La vida, la muerte y viceversa. Los espejos, las esculturas, los templos, reflejan su Sincronicidad, su simultaneidad. Lo que va más allá de una simple causalidad, de una llana casualidad. Lo que refleja la complejidad de lo acausal, que finalmente tiene una causalidad sagrada, un tejido trascendente que como la mano suave y bondadosa rilkeana, que a nada ni a nadie deja caer definitivamente.

La serpiente es el sexo femenino anillada, la madre tierra devorándonos, y el sexo masculino: el falo de la resurrección, el rayo de la lluvia dorada de Zeus, cópula, matrimonio, del cielo y de la tierra. En la escultura mesoamericana danza la serpiente, creando una escritura parlante, un coro dionisiaco que trasciende las lenguas.

La religión que Quetzalcóatl predicó fue la del más alto Arte, la de la Creación de la creación. Alcanzar la iluminación, la trasformación de la serpiente en dragón, de la muerte en inmortalidad, de humano en dios, del vacío en ser: a través de la maestría del ser tolteca, el gran artista. Así —como el mundo griego imantado por lo sagrado creativo— nuestro territorio se inundó de cantos, pinturas, escultura, danza, arquitectura.

La visión-misión universal mesoamericana, altamente simbólica del quincunce, formada por la revelación y la sincronía visual del poeta Bonifaz Nuño, se transforma y revela en otra poeta como Iliana Godoy en la precepción de la quinta dimensión transcendiendo la cuarta dimensión del tiempo. A esta dimensión superior que salta como la mordedura vertiginosa de una serpiente, como develamiento, como una teofanía de lo inmortal, hacia sus ojos que logran detener por un instante el tiempo, le llama Sincronicidad.

No es mera coincidencia, o simple casualidad, que dos poetas hayan logrado entregar este esencial aporte a la conciencia y conocimiento de nuestro arte prehispánico. Su cerebro mítico y heidegerianamente shamánico los ha preparado para esto desde un tiempo inmemorial, sincrónico (sin cronos). Es decir son sembradores de las semillas, de la semiótica del renacimiento, cumplen una misión trascendental, llegan con ella desde muy lejos. Para poder lograr al fin la Forma del gran país que se ha formando y deformado necesitamos de la interpretación sagrada. ¿Para qué poetas en tiempos de penuria? Para esto, para preparar, construir, reconstruir la casa del ser, de los dioses o del dios, su parusía, su llegada, con la palabra: la palabra mítica, poética.