Vicente Francisco Torres

 

(Primera de tres partes)

 

Juan José Barrientos es dueño de una obra ensayística parca y ceñida. Cada texto suyo es una muestra de rigor y buena prosa; es un escritor amable y con gracia a quien el lector siempre vuelve en busca de conocimiento y amenidad pero, sobre todo, de ideas, porque sus ensayos tienen una propuesta, a veces temeraria, pero siempre digna de consideración. A mí, en lo personal, me satisfacen varias que entrega en La gata revolcada (Instituto Veracruzano de Cultura, colección Atarazanas, 2010).

Su más reciente libro parte de una convicción: si bien la crítica literaria más reciente (bajo los dictados de la semiótica, el estructuralismo, los estudios de género y el psicoanálisis) se ha hecho ambiciosa y puntual, no podemos negar que es hermética, sólo cabalmente accesible para los informados. De aquí que se proponga atender algunas manifestaciones hoy a la baja en los círculos académicos, pero sumamente interesantes y disfrutables en el momento de acceder a una obra y a un escritor. La biografía, la autobiografía, las memorias y la correspondencia, hoy en vías de extinción debido al correo electrónico, le parecen a él, y me parecen a mí, fuentes de información útil al momento de iluminar una obra. Si tenemos en mente los libros de Luis Harss, Emir Rodríguez Monegal y Emmanuel Carballo, no parece disparatada su afirmación de que la entrevista puede funcionar como un ensayo al alimón.

Hay dos figuras que son pilares en este libro: Borges y Cortázar. A través del análisis y cotejo de las distintas biografías que se han escrito sobre esos autores (hecho que incluye a otras figuras destacadas, como es el caso de la relación de Borges con Alfonso Reyes), Barrientos llega a conclusiones esclarecedoras o al planteamiento de sus propias propuestas, tal y como acontece en su ensayo “Borges y la tele”, que en apariencia es un texto frívolo pero, cuando nos adentramos en él, vemos que su propuesta de que Borges se hubiera inspirado en la televisión para concebir su idea del aleph está justificada. Si la televisión surge en Inglaterra en la primera mitad de los años treinta y Borges publica su célebre cuento en 1945, no era imposible que Borges hubiese estado al tanto de las primeras manifestaciones de lo que sería esa industria. Y para apuntalar su propuesta, consigna las palabras con que la televisión fue lanzada en Estados Unidos: “un milagro de la ingeniería que traerá el mundo al hogar”.