Guillermo Samperio
La lengua en cualquier idioma, a la vez que funciona como vaso comunicante entre los hablantes, también revela las diferencias de clase social y de género, hace explícitas las relaciones de poder, incluso por los modos y modismos de un idioma se puede revelar el oficio de una persona o su intimidad. Es en el grado en que un hablante acata o rechaza la convención del idioma en donde se encuentra su identidad. Así pues, en México, mientras que la expresión hablar en política, significa, o significó, hablar en buen español, también de los barrios y arrabales nacen el verbo “chorear” y las expresiones “tirar línea” o “decir puro cuento”, ambas con semas referentes a la esfera de la política o a quien posee el poder del discurso.
En México, desde la colonia hasta nuestros días, nuestra lengua, como la sociedad en la que ésta se desenvuelve, ha estado escindida por diversos motivos. El español diezmó la palabra del indio, los latinajos del ilustrado y el francés de las cortes porfirianas rechazaron la sintaxis del campo; hoy en día el léxico de la banda chida choca con la pronunciación de la banda fufurufa. A veces es tan pronunciada la rajadura entre nosotros que parece tristemente que nos movemos en idiomas distintos. Es aquí donde la labor de Jorge García-Robles cobra mayor significado e importancia, el habla del literato y del poeta, del educado, ha excluido, salvo por contadas excepciones, los ingenios espontáneos de los iletrados.
En noviembre del 2010 el Dr. Company & Company, del instituto de investigaciones filológicas, publicó en pleno siglo xxi un diccionario de Mexicanismos, mismo que fue severamente criticado por Gabriel Zaid en Letras Libres; ante esta situación la investigadora de la unam se vio obligada a publicar una defensa en Nexos, el primero de julio del 2011.
Poco después de Zaid, Luis Fernando Lara, salió de chisme caliente a defender que los diccionarios de mexicanismos, peruanismos, argentinismos, etcétera, existen gracias a la comparación entre el español de España y el de América, gracias a una suerte de americanismo, y considera que, dado que no hay suficientes estudios léxicos sobre el habla de cada país, dicha comparación es insostenible, además de que critica a Company & Company por “ningunear” previos estudios sobre el español de México. Es en este contexto en el que el Diccionario de modismos mexicanos resulta, en mi opinión, un enorme acierto.
Tras más de nueve años de trabajo, Jorge García-Robles ha conseguido reunir once mil voces que reflejan el habla autóctona, no convencional del español de México. Pero al referirse al anti-convencionalismo intrínseco a la naturaleza de los modismos, me parece, se refiere al español que lleva una vida paralela al del español de España y al del español de la clase intelectual en México, aunque se encuentra en el plan de ampliarlo según el financiamiento que pueda acceder para dicha necesarísima tarea. Su autor no se ha propuesto una labor colosal y heroica, quizás imposible de realizar, como la de Company & Company, sino que hizo una antología especializada de vocablos que cambian el significado de la lengua de la que forman parte o de la creación de vocablos que no existen en la lengua convencional.
No obstante, el diccionario de Jorge García-Robles es también un puente, que conduce de los modismos a la literatura. Para definir las palabras, para buscar su “etimología” y su clasificación gramatical, el autor ha elegido textos literarios. Las palabras aparecen en un contexto que va desde Manuel Payno hasta Federico Gamboa. Entre tales universos tan dispares este puente tiene, sin duda, el mérito de añadir valor al anticonvencionalismo lingüístico. Éste es un esfuerzo que emparenta los diversos tipos de habla o escritura Españoles, pero al mismo tiempo sitúa los campos semánticos del habla más efímeros y huidizos.
No sólo el Diccionario de modismos mexicanos es un anhelado respiro para el idioma en México (que desde que existe, la Academia de la Lengua de México no ha movido un dedo para escribir aunque sea una coma), un puente en este país que tiene un español tan desquebrajado, como un jarrón que se embarra contra el piso, sino que además la modestia de su autor ante su trabajo abre otros caminos a seguir y es que, lejos de ser una obra cabal y conclusa por el momento, este diccionario es una puerta para nuevos y distintos diccionarios en el futuro.