Donde se arrullan los corazones

Guadalupe Loaeza

Vamos a acordarnos de Acapulco: de la Nao de la China que llegaba, año con año, cargada de marfiles, porcelanas y muchas telas bordadas como eran los mantones de Manila. De los piratas y los bucaneros que durante siglos rondaron por la bahía, la cual nunca pudieron tomar gracias al Fuerte de San Diego. De José María Morelos quien sí pudo tomar Acapulco, pero sólo para incendiarlo. De la china poblana, que era una princesa que llegó al puerto de Acapulco, con su falda bordada con lentejuelas,  para ser vendida como esclava.

También vamos a acordarnos del Acapulco de las nostalgias: de Caleta, del restaurante La Perla del hotel Mirador, de la Quebrada, de Johnny Weismuller, el legendario Tarzán que esté enterrado en Acapulco; los centros nocturnos y las residencias del Acapulco de la década de los cuarenta; del mural de Diego Rivera pintado en la casa de Lola Olmedo y de las canciones, de las películas, hoteles, restaurantes, centros nocturnos y de los platillos que se comen en la bahía.

La bahía de Acapulco es la más bonita del mundo, lo han dicho poetas, cantantes, escritores,  compositores, y los artistas más famosos del planeta. Acapulco, a todos nos da  gusto,  porque hay lugar para cualquier tipo de bolsillo. En Acapulco se arrullan los corazones; es en el único lugar en donde la luna se hace un poquito desentendida cuando está frente a  los enamorados. Amores habremos tenido, muchos amores hacia otra playas, pero ningún tan bueno, ni tan honrado, como el que le profesamos a Acapulco.  Por todas estas razones, Agustín Lara eligió el puerto para  cantarle su amor a María Felix, su idolatrada, mientras ella con sus manitas, las estrellitas las enjuagaba en las playas de Acapulco.