El pasado 16 de febrero la Asamblea General de Naciones Unidas aprobó por una impresionante mayoría de votos una propuesta presentada por la Liga Árabe para la transición en Siria hacia la democracia y el fin del conflicto que afecta el país desde hace un año.
La propuesta es prácticamente la misma que había presentado previamente al Consejo de Seguridad con el apoyo de la mayoría de los miembros permanentes y los rotatorios, pero que no fue aprobada porque Rusia y China hicieron valer su poder de veto.
Aunque la resolución de la Asamblea General no es vinculante, es decir, obligatoria, ni implica que los países miembros tomen acciones, la votación muestra hasta qué punto la situación siria está fuera de control para el régimen del presidente Bashar Al Assad: de 198 países pertenecientes a la ONU, 137 votaron a favor y sólo 12 en contra (entre ellos por supuesto los representantes del régimen sirio, además de Rusia y China), el resto se abstuvo.
La propuesta, redactada por Arabia Saudita y Qatar (dos monarquías petroleras sunitas y profundamente autoritarias, además de aliadas de Estados Unidos) propone un alto al fuego inmediato, que El Assad deje el poder en manos de su vicepresidente y que éste inicie de inmediato las negociaciones con la oposición para conformar un gobierno de unidad nacional que encabece el cambio de régimen.
Que estos dos países árabes propongan podría llevar a interpretaciones sencillas como la que hizo el líder de Hezbollah (la milicia chiíta pro-iraní y pro-siria que controla casi por completo Líbano): se trata de una estrategia para destruir la resistencia anti-imperialista (Estados Unidos e Israel), atacando las bases de apoyo que tiene en Siria e Irán. Pero la propuesta fue aceptada y apoyada por los gobiernos de la primavera árabe (Egipto, Túnez y Libia). Y es que no es sólo eso.
La inestabilidad en Siria ya ha comenzado a tener repercusiones serias en los países vecinos, como Turquía a donde han ido a parar buena parte de los refugiados, o Líbano donde la población sunita ha comenzado a brindar ayuda a los rebeldes dentro del propio territorio libanés, en el que además ya se han registrado enfrentamientos por esa causa.
La falta de acciones de los liderazgos regionales y globales tiene que ver, en buena parte, con que no se ponen de acuerdo sobre el futuro del Medio Oriente: Los regímenes autoritarios y/o monárquicos no quieren que una revolución democratizadora llegue a sus últimas consecuencias y triunfe. Los gobiernos surgidos de las revoluciones no quieren que la revolución siria fracase, ni quieren más inestabilidad en la región (con la que tienen ahora les basta y sobra). Occidente no quiere a los sátrapas, si se le oponen (como Assad o el régimen iraní). Pero tampoco desea que la región se le llene de regímenes fundamentalistas islámicos radicales.
Rusia y China no desean que Occidente tenga más influencia en la zona, cuando ya habían logrado tener una presencia significativa. Y El Assad probablemente haya perdido ya la posibilidad de escapar: después de la represión masiva la oposición no va a dejar que se vaya a un exilio dorado, y tampoco sus leales que no estarán dispuestos a pagar solos los platos rotos.


