Un arte
Guadalupe Loaeza
¡Abuela o mamá grande! He allí una sorpresa tan esperada como si se tratara de un verdadero regalo, enviado desde el cielo.
Probablemente, estos últimos años, las abuelas han cambiado mucho de look: ya se pintan el pelo, una que otra se ha hecho lifiting, con las mismas agujas que solían tejer, ahora se inyectan botox; muchas de ellas se han vuelto a casar dos o tres veces; otras hacen yoga y la mayoría sigue tan activa como cuando sus hijos eran apenas unos niños.
No obstante todo lo anterior, los nietos —ellos, sí siguen siendo los mismos que los de hace siglos— continúan esperando las mismas atenciones, la misma mirada tierna, la misma complicidad, pero sobre todo, esperan que las abuelas participen y les trasmitan todo su mundo, por raro que éste sea. La única ventaja de envejecer es, sin duda, el privilegio de convertirse en abuela. La conexión abuela-nietos resulta una combinación excepcional, una simbiosis casi casi milagrosa e indescriptible.
Dicho lo anterior, se diría que es muy fácil ser abuela. Mas no es así. Como si se tratara de la rosa de El Principito de Antoine de Saint-Exupery, esta relación tan delicada, hay que regarla, abonarla, quitarle las malas hierbas, darle calor y mucha luz.
Con los nietos, hay que jugar y mucho, hay que estimularles la curiosidad, y así poder crear una complicidad ¡¡¡única!!! Una complicidad que difícilmente puede establecerse con otro tipo de relación: la abuela tiene que ser cómplice de las travesuras de los nietos, de sus dudas, de sus conflictos con sus respectivos hermanos y padres, de sus logros, de sus tristezas, temores, de sus fracasos y de sus crisis existenciales.
Un factor fundamental en esta bendita relación es la dis-po-ni-bi-li-dad de la abuela. Hay que estar allí, hay que estar presente, y pase lo que pase hay que demostrar que no hay agenda tan importante que el estar con los nietos. No hay que olvidar que las abuelas no educamos como lo hacen los padres; nosotras educamos amándolos in-con-di-cio-nal-men-te; educamos con el corazón, sin olvidar, naturalmente, de hacerlo también con respeto y mucha ternura.
Si los nietos prefieren quedarse en piyama todo el día y ver la televisión, en lugar de ir a un museo o a un parque, esto no es un drama. ¿Por qué no aprovechar esos pasatiempos largos y muy relajados en casa, tal vez viendo una película clásica, o una de el Gordo y el Flaco o quizá el álbum familiar. Hay que abrirles su mundo, hay que darles puntos de referencia y hay que contarles nuestras historias familiares.
¿Por qué no jugar con ellos con los juegos de antes: a la víbora de la mar, a las escondidillas, a los palillos chinos, a las matatenas, a la rayuela, a la lotería, a memoria, con el rompecabezas o brincar a la reata? ¿Por qué no cantar las canciones de Cri-Cri, Francisco Gabilondo Soler?
¿Por qué no empezar a leer juntos un nuevo libro o descubrir en la computadora el mundo de los dinosaurios o de los planetas? ¿Por qué no inventar disfraces y hacer un teatrito casero? ¿Por qué no cocinar con ellos, con las recetas de la bisabuela? ¿Por qué no plantar un árbol? ¿Por qué no platicarles cómo conocimos al abuelo, cómo era nuestro vestido de novia, cómo se encontraron sus papás, cómo era México de hace muchos años, cómo era el mundo sin Internet y celulares, cómo eran los programas de televisión de los años sesenta y cómo era el Distrito Federal, cuando era la “región más transparente”?
El libro El arte de ser abuela y su respectivo disco con la música inédita del compositor Francisco Gabilondo Soler (valses, tangos y pasos dobles) está dedicado para todas las abuelas y todos los nietos del mundo. Este libro se puede leer de muchas maneras: de atrás para adelante y de adelante para atrás. Contiene juegos, adivinanzas, recuerdos, tarjetas postales, fotografías, consejos y muchas cartas escritas para mis nietos que bien podrían ser los nietos de cualquier abuela.
Este libro fue inspirado en uno cuyo título nos permitimos retomar porque lo dice todo: L’art d’etre grand-mere de Claude Aubry y Claire Laroche. Ellas, a su vez, probablemente se inspiraron en la obra del escritor francés Víctor Hugo: L’art d’etre grand pere. “El arte de ser abuelo”, el cual escribiremos para ellos, los abuelos, muy pronto.
Es cierto, el ser un o una buena abuela, es todo un arte. No hay recetas para ello, la única guía es el corazón y toneladas de muy pero muy buenos deseos.