Vladimir Putin gobernará de nuevo en Rusia

Bernardo González Solano

Veintiún años después de la caída del régimen comunista soviético, el domingo 4 de marzo se celebraron, por quinta ocasión consecutiva, elecciones presidenciales en la Federación de Rusia, resultando ganador, tal y como aseguraban las encuestas —aunque algunas adelantaban una segunda vuelta (que ya no fue necesaria)— el todavía primer ministro, Vladimir Putin, que por tercera vez ocupará la presidencia rusa en el Kremlin.

Baja credibilidad

Y aunque Putin obtuvo una holgada mayoría, los comicios estuvieron plagados de irregularidades —por decir lo menos—, como el acarreo y el relleno ilegítimo de urnas; partidos de oposición han denunciado, inmediatamente, más de tres mil ilícitos electorales (faltan muchísimos más) y al siguiente día de las elecciones, en una concentración de aproximadamente 20 mil personas en Moscú, la policía arrestó a más de 500 manifestantes, entre ellos a escritores y activistas adversarios de Putin y de su gobierno, al que califican de corrupto.

Las reacciones internacionales no se hicieron esperar. El gobierno del  presidente  Barack Obama pidió al propio candidato ganador que ordenara una investigación “creíble” de las posibles irregularidades de los comicios dominicales. En pocas palabras, Putin ganó las elecciones, pero a costa de buena parte de su credibilidad.

Sin duda, la Federación de Rusia de 2012 es muy diferente a la que Putin gobernó en su primera oportunidad como presidente hace doce años. El esfuerzo fue tremendo. Por ello, al concluir la votación, Putin y el presidente saliente, Dimitri Medvédev, sobre un gigantesco templete, en el centro moscovita, en la plaza del Manezh, en las cercanías de la histórica Plaza Roja, saludaron a más de 100 mil personas para festejar el triunfo.

El soberbio ex agente del KGB, de 59 años de edad, dirigió a la multitud un discurso belicoso contra sus adversarios; con su acostumbrada forma de presentarse como un político viril y atlético, Putin gritó: “Hemos ganado, el pueblo ruso ha demostrado que no se nos puede imponer nada ni nadie. Nuestra gente es capaz de distinguir fácilmente el deseo de renovación de las provocaciones políticas cuyo único fin es destruir el Estado ruso y usurpar el poder…”

Fue el viento

Dominado por la emoción, las lágrimas brotaron de sus ojos, aunque inmediatamente el macho ruso las negó. “Fue el viento, el viento. Fueron auténticas lágrimas de viento”, dijo, apenado.

Abajo, la multitud coreaba: “¡Putin! ¡Putin! ¡Putin!”.  Más de un teórico ha dicho que la democracia es imperfecta, por supuesto; en la realidad, las democracias perfectas no son democracias, sino dictaduras. Javier Cercas lo dijo mejor en su artículo “La izquierda y la transición”.

Con el escrutinio de más del 90% de los votos, Putin —que gobernará Rusia el siguiente sexenio ya que se aumentaron dos años al periodo tradicional de cuatro— ganaba con el 64.59%, lo que significaba más de 39 millones de votos. En segundo lugar, quedó Guennadi Ziugánov, líder del Partido Comunista, con 17.07%; en tercero, el multimillonario Mijaíl Prójorov, 7.18%, con la consiguiente sorpresa, pues todos lo consideraban un candidato sin mayores posibilidades; en cuarto sitio, Vladimir Yirinovski, el ultranacionalista que ya tomó parte en varias elecciones en las dos décadas últimas, con el 6.29%; en quinto lugar, el último, Serguéi Mirónov, el socialdemócrata ex presidente del Senado, con 3.76%.

El patrón electoral ruso suma alrededor de 110 millones de votantes; los comicios empezaron a la medianoche del domingo 4 de marzo en el extremo oriente ruso y terminaron 21 horas más tarde en la zona  báltica de Kaliningrado. Rusia cuenta con nueve husos horarios.

Los comicios presidenciales de la Federación de Rusia han sido el centro de la atención mundial en los últimos tiempos, podría decirse desde hace cuatro años, cuando Putin decidió “obedecer” la ley que prohibe un tercer periodo presidencial consecutivo. De hecho, lo único que hizo fue permitir que Medvédev ocupara la presidencia durante cuatro años, aunque todo mundo sabía que el verdadero mandamás era él.

“Mi adversario soy yo”

El fenómeno político en la tierra de los zares no es algo común y corriente. Es complicado. Francisco G. Bastierra se pregunta en su Quién sino Putin, “¿cuánto tiempo le cuesta a una sociedad abandonar el pasado autoritario y dotarse de usos y costumbres libres enterrando los pocos de decenios de dictadura?… Setenta años de comunismo provocaron huellas tan profundas que, previsiblemente, harán que mañana [domingo 4] Rusia ponga de nuevo su destino en manos de otro zar. Vladimir Putin, el hombre del KGB, que nació con Stalin, fue a la escuela bajo Jruschov e inició su vida profesional en tiempos de Breznev, aspira, tras dos mandatos anteriores, a presidir Rusia con mano de hierro seis años más… La generación que creció con la perestroika de Gorbachov deberá esperar su turno. «Mi único verdadero adversario soy yo mismo», reconoció con un punto de desdén Putin al comienzo de la campaña electoral… Quién sino Putin son las tres palabras que resumen perfectamente por qué el actual primer ministro, que ya fue presidente entre 2000 y 2008 repetirá 20 años después de la desaparición de la URSS. En términos históricos, tras 70 de comunismo, 20 años no es nada. (Dice el tango y digo yo, BGS). En el fondo de la matrioska de Putin, todavía se encuentran los líderes soviéticos desde Gorbachov a Lenin, pasando por Stalin e incluso el zar Nicolás II o Pedro el Grande”.

Sin embargo, elegido nuevamente presidente de “todas las Rusias”, sin necesidad de una segunda vuelta electoral, Putin (émulo del 007 británico, el ex agente del KGB: Komitet Gosudarstvennoi Bezopánosti, Comité de Seguridad del Estado, al que le fascina mostrar el torneado dorso y tomar parte en rudas competencias de karate del que es cinta negra), regresa al Kremlin el próximo mes de mayo, en condiciones muy diferentes a las de sus dos primeros mandatos al frente del país.

La victoria dominical es indiscutible, pese a las tropelías electorales cometidas por el partido de Putin. Además, el triunfo se logró a expensas de candidatos preparados de antemano y podría tacharse de fraudulento, como lo fueron las elecciones legislativas de diciembre último, lo que dio pie, insólitamente, a muchas protestas callejeras que asombraron a propios y extraños.

La “facilidad” de su victoria no puede ocultar el debilitamiento de quien, en el nuevo siglo, busca encarnar la “vertical del poder” en Rusia. Una nueva oposición nació con el rechazo del resultado de las elecciones legislativas de fines del año pasado. Quizás no podría haberla enfrentado en una segunda vuelta, pero Putin tendrá que tomarla en cuenta porque todo indica que lo acompañará por el resto de su nueva presidencia, y ésta todavía no empieza.

Los analistas dicen que este movimiento expresa las aspiraciones sociopolíticas de una nueva clase media urbana que, por su misma existencia, refleja uno de los principales éxitos de la era Putin: sacar a la sociedad rusa de la miseria soviética.

Corrupción

Putin llegó al poder en el año 2000 ofreciendo la estabilidad política en lugar del caos. La prosperidad debería suplir la apertura democrática. Después de la crisis financiera, este contrato social ya no es aceptado por todos. Para reactivar la economía, el “nuevo” Putin debería lograr la modernización que Medvédev no pudo alcanzar. Pero reformar Rusia implica también una apertura cabal frente al mundo y abandonar las viejas aspiraciones de la Guerra Fría que parecen regresar al centro de la política internacional del Kremlin.

No obstante, después del resultado de estos comicios es claro, por lo menos para estudiosos occidentales, que la mayoría de los electores rusos (más allá de los fraudes electorales) ven en Putin un líder fuerte capaz de hacer que Rusia no esté de rodillas. La negativa rusa en el Consejo de Seguridad de la ONU para permitir que se dispusieran medidas internacionales en contra del sanguinario régimen de Siria, acompañada por el gobierno chino, es una clara muestra de que todavía hay en el Kremlin valor suficiente para enfrentarse a las otras “potencias” en el escenario mundial.

Sin embargo, esta imagen de adalid, rescoldo de las épocas zaristas, se combina con otra menos favorable para el dirigente: la de encubridor —y partícipe— de una red de corrupción compuesta por personajes cuyo denominador común es gozar de la confianza del líder.

La corrupción, por si faltara decirlo, es el freno para modernizar el Estado. Por lo mismo, esto impide el ascenso de las nuevas generaciones bien preparadas profesionalmente y con una visión racional del resto del mundo.

De tal suerte, al parecer Putin no entiende que una buena parte de sus conciudadanos ya no lo “quieren” y que su anticuada retórica patriótica no es suficiente para justificar la falta de transparencia y la añeja costumbre de actuar bajo secreto como un caduco espía cinematográfico gagá.

Estos truculentos juegos de “guardar las apariencias” en los fríos pasillos del Kremlin son los que exponen las miserias de Putin, el “nuevo” presidente de la Federación de Rusia.