Novela maravillosa y conmovedora
Guadalupe Loaeza
“Rayuela es un poco una síntesis de mis 10 años de vida en París, más los años anteriores. Allí hice la tentativa más a fondo de que era capaz en ese momento para plantearme en términos de novela lo que otros, los filósofos, se plantean en términos metafísicos. Es decir, las grandes interrogantes”.
Así definió Julio Cortázar (1914-1984) su novela más importante, publicada en 1963. Rayuela no nada más es maravillosa y conmovedora, es también un libro escrito por el más entrañable de los novelistas. Rayuela cambió todas mis formas de entender la literatura. Gracias a Cortázar descubrí que la literatura puede ser el juego más apasionante, que vivir puede ser también una forma de jugar; entendí que lo más trivial es también lo más profundo.
Estoy segura que cada quien tiene su propio París, pero Julio tenía el más divertido y el más triste. En el París de Cortázar se escucha todas las noches a Charlie Parker, en sus cineclubes pasan las películas de Alida Valli, como El tercer hombre, de Orson Welles, y Senso, de Luchino Visconti.
En su París literario, los enamorados cantan “Les Amants du Havre” y pasean en bicicleta por Montparnasse. Cuántos de los lectores de Cortázar viajaron a París para recorrer sus calles llenas de sueños y conocer las pequeñas librerías, para conocer el cafecito de Boul Mich…
¿Se puede decir de qué trata Rayuela? Lo primero que podemos decir es que esta novela es también un juego. La “rayuela” a la que se refiere es el “avioncito” mexicano, el cual se juega saltando en un pie sobre un avión pintado con gis en el suelo. Hay que seguir los números para llegar al “cielo”. Claro, para poder llegar al “cielo” hay que tirar una piedrita sobre algún número y llegar hasta él para recogerla.
La Maga y Rocamadour
En el caso de la “rayuela” de Cortázar, tiene 155 capítulos que pueden leerse en orden o según un “tablero de dirección” que se halla al comenzar el libro. Así como en el juego debe buscarse una piedrita, en la novela hay un personaje que desaparece y hay que buscarlo, quizá el más maravilloso de todos los que creó Cortázar: Lucía, La Maga, una joven que es al mismo tiempo ingenua y sabia, que ve todas las cosas con una mirada de sorpresa. La Maga ama con todas sus fuerzas a Horacio Oliveira, el protagonista de la novela, pero también tiene todo el cariño del mundo por su bebé, Rocamadour.
Rocamadour se llamaba en realidad Carlos Francisco cuando nació en Uruguay. Es el bebé con el que viaja a París, y quien se queda al cuidado de madame Irène, mientras La Maga busca trabajo. Debo decir que la carta que ella escribe a su hijo es de lo más conmovedor de Rayuela: “Rocamadour, ya sé que es como un espejo. Estás durmiendo o mirándote los pies. Yo aquí sostengo un espejo y creo que sos vos. Pero no lo creo, te escribo porque no sabes leer. Si supieras no te escribiría o te escribiría cosas importantes”.
Es cierto que La Maga no comprende el jazz, ni la filosofía, no sabe de cine, pero en cambio entiende todo aquello de lo que él no tiene idea, como el afecto por Rocamadour, el amor y la ternura. Horacio forma con sus amigos el Club de la Serpiente, que sesiona todas las noches para escuchar jazz, cantar y hablar de filosofía. “¿Pero qué tipo de filosofía es la que no entiende el cariño por Rocamadour?”, se pregunta La Maga.
Estoy segura de que La Maga le hubiera podido enseñar tantas cosas a Oliveira, pero él sólo se escucha a sí mismo. También estoy segura de que La Maga es el personaje favorito de los lectores de Cortázar. Puedo imaginar que Cortázar recibía cartas de sus lectores preguntando a dónde habría ido La Maga. Porque hay que decir que, de pronto, este personaje desaparece sin dejar rastro. Entonces Oliveira se da cuenta del amor que siente y de la insensibilidad con la que se ha comportado. A tal grado se desespera él que regresa a Buenos Aires para buscarla. Todos sus lectores nos hemos preguntado: “¿encontraría a La Maga?”.
Edith Aron, la verdadera Maga
Los que sí encontramos a La Maga fuimos sus lectores. La reportera Juana Libedinsky entrevistó para La Nación, muchos años después, a la inspiradora del personaje: Edith Aron, una joven de 23 años a la cual Julio conoció en un barco. Entre los dos hubo siempre casualidades maravillosas y juegos divertidísimos, hasta que Edith se enteró de una carta en la que Julio hablaba mal de ella. Edith era traductora y Cortázar pidió que no la llamaran para traducir sus obras al alemán, pues decía que era tan ignorante como La Maga de su novela. Edith lloró y lloró, pero, sobre todo, se decepcionó de Julio.
Muchos años más tarde, se encontraron en un vagón del metro, por una nueva casualidad, sólo que entonces La Maga ya no creía en la magia ni en las coincidencias. Platicaron poco y se despidieron rápidamente. Poco después, se enteró que Cortázar acababa de morir.
Sin duda, Edith hace muchos años que dejó de estar enamorada de Cortázar, pero nunca dejará de sentirse orgullosa de haber inspirado uno de los personajes más queridos de la literatura.