Carlos Olivares Baró

La víspera se antepone al instante del ardor: proximidad —cercanía— que prefija el ímpetu y vaticina el frenesí de los cuerpos. Siempre hay un antes: inclinación, mirada sigilosa, atisbo, suspicacia, conjetura… Entregarse es un desatino. El enamorado funda; el seducido sobresee. El amante se desboca; el amado rescinde los pactos. Toda inmediación: anhelo, impaciencia que el seductor caligrafía en el légamo de los zaguanes y en el atemperamiento de las pausas.

Quien se guarece en la vigilia: se cobija en el aguardo. Quien expediciona en el insomnio: sabe de tribulaciones antiguas asentadas en el vientre de la noche. Quien recibe la caricia de la brizna: rubrica los trances y los relentes del fervor. Quien evoca primitivos parlamentos: saborea los silencios y transcribe la desolada isla de los deseos. Quien emprende la exploración: se aventura por sesgos indeterminados.
Nunca regresamos del tiempo: el turno reciente acorrala y somete: las estaciones prefiguran todas las duraciones en el presagio y en la prórroga colindante: azogue perpetuo. Hay un cenagal de polvo en el indicio: la muchacha se baña en la transparencia de la tarde del litoral para que los peces columpien a los marineros que al fin han registrado un atracadero donde dormitan sierpes inocentes.

Víspera del fuego (Ediciones Intempestivas, 2011), de Odette Alonso (Santiago de Cuba, 1964) o tres acápites (Cantos de sirena, Los días sin fe, Las otras tempestades) en los cuales se teje un dietario de extenuaciones fincado en la “sombra incandescente” de la Isla amada. Celajes, retratos punzantes, vidrios de incisivo enjambre de abejas moribundas y hambrientas detenidas en las puertas, acrisoladas por agónicos adioses.

Cabalgues líricos de sosegadas, tristes y borrascosas modulaciones. Tapias entintadas, boleros, viajes y cartas: el mar como un lienzo sinuoso; el sorbo de un trago de té rondando las advertencias y el ocaso testificando las huellas de eros en la arenisca…: Cantos de sirena. Espectros, naipes cruzados, aguacero de raras espirales, inocencia en zozobras; itinerario que “inflama la esquina de la noche”: convites, silencios, extravíos y retorno…: Los días sin fe. Presentimientos, simulada designación; mirada fugaz que apresura la derrota en la ilusión de la avidez erótica: “Cruza/ frente a mis ojos/ una mujer de ensueño./ En los suyos/ negrísimos/ brilla una luz ajena./ Su piel aceitunada nunca arderá en mis manos/ no besaré sus pechos…”: Las otras tempestades. Dársenas confluentes: tres impulsos pespunteados con hilos acuciantes: vértices de un triángulo fluctuante. El antecedente de la pasión está escrito en la vorágine de “saltos hacia el abismo con los ojos vendados/ para encarar el riesgo/ sobre las aguas mansas”.

La ganadora del Premio Internacional de Poesía Nicolas Guillén (1999) —Insomnio en la noche del espejo—, se afianza con Víspera del fuego, como una de las voces más singulares de la poesía cubana contemporánea. Desde Enigma de la sed (1989), Palabras del que vuelve (1996), Cuando la lluvia cesa (2003), El levísimo ruido de sus pasos (2006) —con ajustes de una novela (Espejo de tres cuerpos, 2009) y un manual de relatos (Con la boca abierta, 2006)— y Manuscrito hallado en alta mar (2011) hemos sido testigo de una poeta en insinuantes rondas y bregas que nadie puede soslayar.

Inteligente transfiguración de los mitos grecolatinos en diseños de rebosada transmutación erótica desde gozoso tributo al cuerpo: guiños y lisonja a los recodos de Safo de Mitilene. El tiempo, los nudos de la aventura amorosa, la vuelta, la evocación, los acuses femeninos, la presencia de la Isla, el mar, los vuelcos de la infancia, la orfandad del exilio y un agridulce y sardónico pesimismo identifican los imperiosos trazos y salmos de Odette Alonso. Víspera del fuego, catálogo que recapitula los índices de un riguroso y comprometido trabajo de más de veinte años en los azoros y venturas de la cabalgante cartografía de las palabras.