Enrique Peña Nieto dijo ante un empresario del turismo que frente al exterior México es un país casi en guerra.
Efectivamente, desde que llegó el PAN a la Presidencia de la República, la imagen del país en el extranjero es sinónimo de crimen organizado, violencia, corrupción y atraso.
La imagen de país en guerra tiene firma y autor: se llama Felipe Calderón. Al principio de su mandato y en un discurso memorable dijo textualmente que declaraba “la guerra al narcotráfico”.
En el extranjero se preguntaron: ¿México está en guerra? Esa declaratoria, que salió de los labios de un primer mandatario —no de cualquier mexicano— tuvo un impacto inmediato: causó temor, retrajo el turismo y provocó incertidumbre en el inversionista.
Calderón se equivocó al utilizar la palabra guerra, pero habló de acuerdo con la naturaleza de una derecha fanática y radical, que no ha madurado como gobierno y sigue comportándose como si fuera oposición.
Basta ver las imágenes de la llamada “Mesa de la Verdad”: el rostro descompuesto por la ira de los representantes de Josefina Vázquez Mota, para darse cuenta de que la actitud de los panistas —que son gobierno— era la de simples y baratos saboteadores.
Dice Sun Tzu, en su obra clásica El arte de la guerra, que para vencer al adversario es importante conocer su naturaleza.
Acción Nacional no es un partido de estadistas, de políticos o de gobernantes. Es un partido de propagandistas. Es la derecha goebbeliana. Por eso se le da tan bien la “guerra sucia”, la difamación, la calumnia. Siempre ha creído que gobernar es hacer spots. Vicente Fox siempre dijo que comunicar era gobernar, y Calderón cree que con promocionales resuelve la pobreza y el hambre.
Peña Nieto pone el dedo en la llaga cada vez que afirma: “No dividiré a México”.
¿Por qué? Porque la “guerra sucia” de 2006, promovida principalmente por el PAN desde el gobierno, no sólo provocó encono y confrontación; no sólo dividió al país y a las familias. También estuvo a punto de provocar la ruptura del orden constitucional.
A los panistas ya se les olvidó que Calderón estuvo a punto de no poder rendir protesta, que ellos mismos incendiaron los ánimos con la ayuda de su tenebroso asesor Antonio Solá, y que hasta hoy existen dudas —por la desconfianza creada— sobre si se trata de un presidente legítimo o no.