Jaime Septién
Los documentales de los niños incómodos han incomodado, justamente, a más de alguno de los dirigentes políticos que han creado las condiciones esenciales para que estos documentales se produzcan. Niños parodiando adultos solamente se veía en los programas de diversión. En todo caso, se ha llegado, con bastante timidez, a que los niños hagan lo que hacen los políticos. Por un día. Celebrando el “día del niño”. La payasada del niño-gobernador; el niño-jefe de la comisión de aguas, el niño-diputado. O el parlamento de los niños. O la votación para que los niños digan lo que quieren de sus derechos (y que los adultos ni caso les hacen).
Pero niños actuando como policías corruptos, secuestradores sádicos, funcionarios malvivientes, catrines sin responsabilidad social, la verdad es que no se había visto por aquí. Y lo que hemos visto en estos documentos es la incomodidad de un futuro que ya nos está pasando la factura. Que ya nos ha juzgado como generaciones innobles, articuladas en torno no a un ideal sino al pragmatismo puro del “sálvense quien pueda”. Sobre todo, la parodia va dirigida a los cuatro candidatos presidenciales. A los niños, que no votan, tienen que resolverles el presente. Son como emisarios de un tiempo que todavía no es tiempo. Y que reclaman lo que mañana no les está dando hoy.
Quien pensó esto seguramente no supo dónde iba a rebotar. Está rebotando (de acuerdo a los cientos de miles de veces que se ha bajado de redes sociales, en todos los sectores de la sociedad, especialmente entre los adultos. Y no por aquello de que “borrachos y niños siempre dicen la verdad”, sino porque es la verdad que nos ocultamos todos, que no decimos en público (nos conformamos con que la denuncien los medios, siempre mediatizada) y que esperamos que no se produzca como por ensalmo. O que Peña, Vázquez o López la enfrenten y la venzan. ¿Con qué?
Los niños incómodos nos están escupiendo los riesgos de nuestra comodidad institucionalizada. La tontería de hacer de la revolución gobierno o la involución derrota cultural. Miles de actos criminales impunes, la corrupción rampante, los delitos de cuello blanco, aunados a los crímenes del narco y el secuestro, son el guión de estos chavos. Nada hay ahí en los documentales que sea ficción. Salvo el futuro. Y el futuro nos alcanzó ya. Pero nos alcanzó donde más duele. En nuestra profusa anemia social. Mientras sigamos apostando a que los partidos políticos nos van a cambiar la historia personal, sin riesgo ni sacrificio, vamos a seguir produciendo niños incómodos. Y reclamos en el vacío. Los dos ingredientes básicos de una sociedad que quiere hundirse en el horror de la ignominia.
