Carlos Guevara Meza
A principios de abril el escritor alemán Günter Grass publicó un poema titulado “Lo que hay que decir” en un periódico de su país, que de inmediato fue reproducido por diarios de todo el mundo. El texto señala que la confrontación entre Israel e Irán, o mejor dicho, entre sus gobiernos, puede llevar a un escenario internacional de fatales consecuencias, si se llega al uso de armas. Al líder iraní lo tilda de “fanfarrón”, pero advierte que no se ha confirmado que Irán tenga la bomba atómica o que la vaya a tener, por lo que adjudica la responsabilidad sobre la inestabilidad de la paz mundial a Israel, un país que sí tiene armas nucleares, que no admite ningún tipo de supervisión sobre ellas y que además cuenta con la complicidad de Occidente. La complicidad tiene su origen en la culpa del Holocausto causado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, lo que lleva a Occidente y en particular a Alemania a callar sobre cualquier exceso en que incurra Israel, e incluso a apoyarlo en esos excesos.
Grass menciona la entrega de un submarino alemán a Israel, diseñado especialmente para lanzar misiles con los que podría realizar “ataques preventivos” contra Irán. Pero el riesgo de una guerra de consecuencias imprevisibles conlleva no callar más, sin que ello implique dejar de reconocer la culpa.
El texto causó polémica inmediata. Prácticamente todos los partidos políticos de Alemania, en primer lugar, cuestionaron a Grass por lo que decía y hasta por la forma en que lo dijo (de pronto algunos políticos se convirtieron en críticos de poesía).
Ni se diga en Israel, donde se acusó al escritor de antisemitismo y se le recordó, una vez más, el hecho de que perteneció a una fuerza militar nazi al final de la guerra, cuando aún era un adolescente (tenía 17 años). Grass no ha negado ese episodio, hecho público por él mismo la primera vez, y al que regresa de cuando en cuando para cuestionarse sobre ello (por no hablar de las veces en que se le echa en cara).
Eventualmente, el ministerio del Interior del gobierno israelí lo declaró persona non grata, lo que implica que no puede viajar a Israel, con base en una ley de los años cincuenta que prohibe la entrada al país a los ex nazis. Grass comentó la noticia con un breve artículo en el que recuerda que otros dos países le han prohibido antes la entrada: Alemania Oriental (cuando existía) y Birmania, dos dictaduras.
Por supuesto, muchos analistas internacionales están de acuerdo con la posición del escritor y lo han defendido. Tampoco faltó algún partido neonazi que aprovechara la oportunidad para obtener algo de publicidad gratuita, lo que complica aún más la polémica.
Grass puede o no tener razón, como cualquiera que emita una opinión pública sobre cualquier asunto. El problema es si se vale demonizar a alguien por estar equivocado, o peor aún, por no estarlo.
Las reacciones en su contra, incluyendo la declaratoria de persona non grata por Israel, le dan la razón al escritor en un punto que hay que plantear en forma de pregunta: ¿la culpa por un atroz crimen del pasado obliga a guardar silencio sobre el presente? Tratándose de asuntos de la magnitud de la Shoah y de una guerra total en Medio Oriente, la pregunta no es fácil de responder.