Colmada de dones, premios y nietos

Guadalupe Loaeza

¿Sabías, Elena, que sé muchas cosas acerca de ti? Sé por ejemplo que el 19 de mayo cumples 80 años. Sé que naciste en París, en una casa inmensa en la rue Berton (ahora la embajada de Turquía) en la colonia más elegante de París, al lado del Sena. Durante la guerra viviste con tus abuelos en el sur de Francia. Tu madre, Paulette Amor, manejó una ambulancia y sacó a muchos heridos de los campos de batalla. Y a tu padre no lo viste durante siete años porque fue capitán en el Ejército francés y en el norteamericano, porque hablaba muy bien inglés. Su madre era Elizabeth Sperry Crocker, su familia fue fundadora de los museos de San Francisco y de Sacramento, también fundó una línea ferroviaria, además era descendiente de Benjamín Franklin, inventor del pararrayos, quizá por eso, Elena, has aguantado tantos rayos y centellas de todo tipo. Como por ejemplo lo que te hizo Luis Mandoki con la película de Gaby Brimmer. Nunca te dio crédito, ni te pagó un solo centavo. Por añadidura declaró que él había sido el descubridor de Gaby. ¿Te acuerdas cuando te corrieron del canal 13, donde hacías unos programas de denuncia social? Todo fue porque defendiste a una vendedora de tejocotes que los policías patearon y metieron en una camioneta y vino el cese fulminante de parte del jefe de la policía, que te transmitió el director del programa Guillermo Jordán. ¿Te acuerdas cuando te ofrecieron el premio Xavier Villaurrutia por La noche de Tlatelolco (90 ediciones), y enviaste una carta al periódico, preguntándole a Echeverría quién iba a premiar a los muertos? Naturalmente rechazaste el premio. ¿Te acuerdas cuando te metieron a la cárcel en Temixco porque escribiste en Fuerte es el silencio sobre los paracaidistas de la Rubén Jaramillo? ¿Te acuerdas cuando estuviste presa en una delegación en el Centro Histórico porque el fotógrafo Héctor García te aventó su cámara para que la resguardaras de los policías? Incluso se te echaron encima y te golpearon, hasta te arrancaron un anillo para quitarte la cámara.

También sé, Elena, que estudiaste taquimecanografía arriba del Cinelandia en San Juan de Letrán y te bajabas a ver las caricaturas, en lugar de aprender la taquigrafía Gregg. Sé que ibas a Acapulco a casa de Valente Souza y esquiabas con tu traje de baño marca La Sirena. Montabas a caballo en una yegua que te prestaba tu pretendiente Samuel García Laurent. Javier Carral te llevaba “gallo” y el trío te cantaba la canción Muñequita linda. Sé que te acuerdas con mucho gusto de Juan Manuel Gómez Morín, hijo de don Manuel Gómez Morín, que te introdujo a Ramón López Velarde. También sé que en un baile organizado por Armando Valdés Peza te disfrazaste de gatito y sacaste el primer lugar, antes que Miroslava, que se sacó el segundo. Sé que hiciste teatro con Brígida Alexander (mamá de Susana Alexander) y actuaste en una obra que se llamaba El hombre que casó con mujer muda y tú eras la mujer muda. Sé que tu hermana y tú iban a muchos bailes en el Jockey Club. Eran muy populares. En París ibas también a muchas fiestas, en una de ellas llevabas un vestido blanco de satín que te regaló tu tía Loli Lariviere firmado por Jacques Fath. ¿Qué se hizo ese vestido? Seguramente se lo regalaste a tu hija Paula, o bien está todo arrugado en el fondo de una maleta. Sé que tu tía Pita Amor te prohibió usar tu segundo apellido. Te decía con una voz con mucha autoridad: “No te compares a tu tía de fuego, a tu tía de lava. Yo soy la reina de la tinta americana y tú eres una pinche periodista”. Tú la mirabas con una enorme admiración. No te llegaban sus insultos, porque tampoco te han llegado jamás los elogios. ¿Por qué eres tan modesta? Dices que por inseguridad. Yo digo que por inteligente y por ser demasiado autocrítica. Tan es así que hasta le dijiste a Arturo García: “Soy una especie de agujero negro y lo quiero rellenar con las respuestas de los demás. Siento que nunca tengo certezas ni respuestas. No las tuve ni para educar a mis hijos”. ¡Demasiado autocrítica! Sé que hay gente que te ha traicionado y eso te ha herido muy profundamente. Pero también sé que hay mucha gente que te quiere de verdad.

Sé, Elena, que recibes estos 80 años colmada de dones, de premios, de nietos y de mucho amor de millones de lectores. Sé que has escrito más de 40 libros que han sido traducidos a 15 idiomas y que eres doctora Honoris Causa de universidades de México y Estados Unidos. Sé que te han dado un gusto enorme tus tres hijos, Mane, Felipe y Paula, que son lo que más, más, más feliz te ha hecho en la vida y que dices que nunca te han dado problemas. Al contrario, tú afirmas que tú les das problemas a ellos.

Sé que siempre has deseado una educación para todos los niños de México. Sé que te has ocupado de todos los presos y desaparecidos políticos. Sé que nunca te has acercado al poder, ni falta te ha hecho. Alguna vez te pusieron un carro con guaruras frente a tu casa para vigilar tus movimientos y les fuiste a ofrecer un café. Sé que eres un poquito despistada y distraída. Se te olvidan las cosas, pero eso no te ha impedido escribir cosas trascendentales. Tus entrevistas con Luis Buñuel te trajeron su amistad, hasta la hora de su muerte.

Sé que te encantó el  poema que te escribió José Emilio Pacheco por tus 70 años (La Jornada, 19 de mayo de 2002) y que ya me aprendí de memoria. Escúchalo bien, Elenita, porque te lo voy a recitar de corridito y con todo mi corazón: Setenta no pueden ser: Elena ha nacido ayer. / Es flor de sabiduría, de agudeza y de poesía. / Desde niña fue una artista del arte de la entrevista. / Del 2 de octubre el temblor su obra es rabia y amor. / México le debe crónicas ya clásicas y canónicas. / Sin ella sería un desierto nuestro país, un mar muerto. / Nos ha escrito la otra historia que vive en nuestra memoria. / No sé hacer declaraciones: mando estos versos ramplones. / Y hoy como ayer le declaro mi admiración sin reparo. / Hablen las coplas de ciego de un cariño que no niego. / Y que viva otros setenta porque Elena es lo que cuenta.

Que así sea.