Los políticos, como cualquier ser humano, son absolutamente predecibles, sobre todo, después de haber estado expuestos durante más de veinte años ante la mirada de la opinión pública, como es el caso del candidato del PRD a la Presidencia de la República, Andrés Manuel López Obrador.
¿Cómo sería López Obrador en la Presidencia? El tabasqueño nos dice todos los días —desde su particular visión— quién, qué ha sido y cómo sería Enrique Peña Nieto en Los Pinos, pero nadie se ha tomado la molestia de hacer un ejercicio similar sobre el comportamiento que tendría López Obrador de llegar a tener puesta la banda presidencial.
López Obrador ha sido jefe de Gobierno del Distrito Federal y dos veces candidato del PRD a la Presidencia de México. Es decir, hay elementos suficientes para predecir qué haría y cómo ejercería el poder.
López Obrador siempre ha dicho que el PRI es la representación misma del autoritarismo, sin embargo, cuando estuvo al frente del Gobierno de la ciudad de México nunca respetó la división del poderes. Siempre ordenó a sus diputados en la Asamblea Legislativa cómo y qué votar. Al tener mayoría su partido en el Congreso local, jamás permitió que iniciativas presentadas por otras fuerzas políticas y contrarias a su proyecto personal fueran aprobadas. Para decirlo de otra manera, López Obrador nunca ha compartido el poder con nadie ni se ha abierto al diálogo plural para alcanzar acuerdos con otros partidos.
Cuando llegó al gobierno de la capital se apoderó del PRD, expulsó y marginó a quienes le estorbaban. Que le pregunten al fundador de ese partido, Cuauhtémoc Cárdenas, cómo lo trató. A quienes tienen una opinión diferente, dentro o fuera del perredismo, los condena y sataniza. “Los medios —dice— son unos alcahuetes”. El es el dueño de la verdad y del poder. Su actual candidatura, no es consecuencia de haber estado adelante de Marcelo Ebrard en las encuestas, sino de haber impuesto por medio, incluso de la amenaza y el chantaje, su voluntad.
En diferentes ocasiones, ha demostrado tener un profundo desprecio por los ministros de la Corte, los banqueros, los empresarios a quienes ha llamado “parásitos”, “delincuentes de cuello blanco” o cómplices de la mafia en el poder. ¿Qué tipo de relación tendría con el Poder Judicial, con el Congreso o la iniciativa privada?
Su desprecio a la ley queda claramente ejemplificado con el famoso caso de El Encino en el que desobedeció una orden judicial. La impunidad —que critica con frecuencia— la ha practicado en reiteradas ocasiones. ¿De qué otra forma puede llamarse la protección —aunque diga lo contrario— del “señor de las ligas” y de su jugador secretario de finanzas, Gustavo Ponce, quien hizo enormes traspasos en dólares a bancos norteamericanos sin que el gobierno de López Obrador lo sancionara?
López Obrador se ha salido, para variar, del guión y pretende ganar el 2012 enardeciendo a las multitudes. ¿Cómo reaccionaría López Obrador, de llegar a la Presidencia, frente a una situación similar? ¿Respetaría a sus críticos cuando hoy manda agredir a los medios de comunicación? ¿Toleraría que los ciudadanos salieran a las calles a insultarlo? ¿Qué haría con aquellos empresarios y líderes sindicales que no estuvieran de acuerdo con su programa económico? Más aún: ¿respetaría la Constitución o la alteraría para, en aras de la “seguridad nacional”, permanecer per secula seculorum en el poder?
Sin duda, el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, tendría un gran aliado en López Obrador, a quien ningún trabajo le costaría adoptar las simpatías que el mandatario caribeño siente por Irán y su proyecto de construir armas nucleares. Así que, México se convertiría en resumidas cuentas en una explosión.