Paolo Gabriele, su mayordomo, robó documentos confidenciales

Bernardo González Solano

Si una extraña epidemia atacara la siempre exuberante actividad creadora de los miembros del sindicato de guionistas de películas y series de televisión de Hollywood, estos escritores no tendrían ningún problema para redactar sus argumentos. Les bastaría una rápida revisión de las truculencias vividas en el Estado de la Ciudad del Vaticano —44 hectáreas—, tan sólo en los siete años del pontificado del papa Benedicto XVI. Muchos asuntos tendrían que desecharse por increíbles. Tan sólo lo que ha sucedido desde principios del 2012 son más que suficientes.

El Evangelio cuenta que la habitación del Cenáculo, donde estaban encerrados los apóstoles el día de Pentecostés, fue sacudida por un extraño temblor cuando el Espíritu Santo, prometido por Cristo, descendió sobre sus cabezas como lenguas de fuego.

Benedicto XVI citó este pasaje bíblico, el domingo 27 de mayo pasado, en Roma, aunque su semblante era triste, motivado por un sismo de otra naturaleza. Más humano, menos de origen celestial.

El pontífice celebró, cansado, la misa de Pentecostés en la Basílica de San Pedro, el quincuagésimo domingo que sigue al de Pascua de Resurrección. Los católicos y la jerarquía eclesiástica celebran ese día como el nacimiento de la Iglesia Católica Apostólica. En esta ocasión, las ceremonias religiosas parecían estar lejos del pensamiento del Papa de origen alemán y de los cardenales que le acompañaban en el histórico altar de la basílica. Sólo la solidez de la roca mantiene en pie la vetusta iglesia.

Cartas y documentos

“Tú eres Pedro y sobre esta piedra (roca) edificaré mi Iglesia”. Y alrededor, como aves de mal agüero, los “cuervos están de luto”, que titulara su comedia negra, el dramaturgo veracruzano Hugo Argüelles Cano. Hay más de un punto de comparación entre lo que sucede en la Santa Sede y el argumento de la película de Argüelles.

Un día antes, sábado 26 de mayo, Paolo Gabriele, de 46 años de edad, el mayordomo personal de Benedicto XVI desde el año 2006, fue formalmente acusado de robar documentos confidenciales del sucesor de Juan Pablo II. La tristeza papal era justificada. De no creerse. El propio Papa había aprobado su nombramiento. En sus dos homilías dominicales Joseph Ratzinger ni se refirió ni al escándalo ni a la detención que, según sus  ayudantes, le “ha dolido y entristecido”.

Dolor y molestia provocados en el Vaticano por las revelaciones de cartas confidenciales personalmente destinadas al Papa. Misivas publicadas en un libro aparecido hace dos semanas en Italia: Su Santidad. Las cartas secretas de Benedicto XVI, por Gianluigi Nuzzi, Editorial Chiaralettere. Cartas y documentos reproducidos íntegramente, que en parte parecen haber sido robados por el citado mayordomo, aunque ahora corre la versión de que éste no es sino un chivo expiatorio que obedecía órdenes de personajes de mayor nivel. Fuentes de la Guardia Suiza, encargada de la seguridad (?) papal, dicen que los documentos encontrados en las habitaciones de Gabriele —que vivía en un anexo del Vaticano en compañía de su esposa y tres hijos—,  no son sino la punta del iceberg, destructor y visible de un escándalo sin precedentes que sacude el Vaticano y que marcará para siempre el pontificado del papa alemán.

Las reacciones dentro del Vaticano no se hicieron esperar. Aunque no es portavoz oficial, el cardenal Carlo María Martini, el jesuita italiano que fue consagrado arzobispo de Milán en 1979 por Juan Pablo II y que ahora es arzobispo emérito, se convirtió en vocero de muchos al decir que el “escándalo” debía impulsar a la Iglesia a “recuperar urgentemente la confianza de los fieles”.

Hay que aclarar que el escándalo se incubó durante mucho tiempo, aunque ahora llegó al corazón de la Iglesia por Gabriele —llamado ahora “el cuervo”— era hasta hace dos semanas, el humilde servidor que preparaba las comidas de Benedicto XVI y le ayudaba a vestirse.

Traición

El cardenal Martini —que antes del último cónclave fue uno de los candidatos al pontificado, ya se sabe, muchos entran al cónclave como “papabile” y salen cardenales—  escribió en un diario italiano que el Papa había sido “traicionado” igual que Jesucristo lo fue hace dos mil años, y que la iglesia debería salir de este último escándalo más limpia y fuerte.

El hecho es que todos los medios italianos, electrónicos e impresos, han atendido profusamente el escándalo, a diferencia del periódico del Vaticano L´Osservattore Romano, que hasta el momento no ha dicho esta voz es mía.

Al respecto, Alberto Melloni, historiador de la iglesia, escribió en el periódico Corriere della Sera: “Esta es una estrategia de tensión, una orgía de venganzas y vendetas que ahora se ha salido de control de los que pensaban que podían orquestarla”.

Las primeras filtraciones se remontan a principios de año. Después sucedieron otras hasta el punto de que el portavoz papal, el sacerdote Federico Lombardi, no tuvo más remedio que reconocer que la Iglesia estaba sufriendo su particular Vaticanleaks.

El libro de Gianluigi Nuzzi causó la consternación en todo Italia, no solo en el Vaticano. Puso en tela de juicio la gestión de la Santa Sede en manos de Bertone. Antes de dar a conocer la detención de Paolo Gabriele, que aparte de su esposa, Manuela Citti, ha encontrado muchos defensores en los altos niveles de la curia, se dio la destitución del presidente del banco del Vaticano, el Instituto para las Obras de Religión, extraño nombre, un laico, Ettore Gotti Tedeschi. Sin contar otros arrestos que se han dado en los últimos días. Una mujer, también laica, funcionaria del pequeño Estado, está en la mira, aunque no se conoce todavía su nombre. Algunos prelados podría también ser inculpados. Pero en su caso, nada debería filtrarse fuera del Vaticano.

En pocas palabras, están sucediendo cosas en el Vaticano que hasta hace poco tiempo eran impensables.

El 19 de mayo llegó a las librerías Sua Santita. Le Carte segrete di Benedetto XVI, que reproduce una parte de la correspondencia privada dirigida a Benedicto XVI a su “primer ministro”, el cardenal Bertone, o a su secretario particular, Georg Gänswein, provocó una verdadera tempestad.

Desde la aparición del libro, el Vaticano denunció, con desacostumbrada firmeza, un “acto criminal”, una “violación de la vida privada”, y amenazó con hacer “un llamamiento a la cooperación internacional” a fin que su autor y el o los responsables de las filtraciones respondan  de sus actos “frente a la justicia”.

Por ironías del destino, hacía tres semanas que Benedicto XVI había instalado una comisión investigadora para que aclarara el origen de las repetidas filtraciones en el Vaticano desde principio de año y desenmascarar a los “topos”, a las “gargantas profundas”.

El viernes 25 de mayo, el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, anunció que una persona “en posesión ilegal de documentos confidenciales” había sido arrestada y “se encuentra a la disposición de la magistratura”. La prensa italiana rápidamente reveló la identidad del detenido: Paolo Gabriele, que según los expertos, en caso de ser culpable de todo lo que se le acusa podría estar en la cárcel hasta 30 años.

Fugas de información

Mientras tanto, Gianluigi Nuzzi ha defendido sus fuentes y asegura no haber pagado por ninguna información. “Mis informadores me costaron dos desayunos y 100 euros”, afirmó, asegurando que él no quería “hacer dinero” y anunció que daría “la mitad de sus derechos de autor a obras de caridad”.

Asimismo, el investigador jura que no tiene nada contra el Vaticano en general y el Papa en particular: “No hay una sola palabra en mi libro contra la fe, la Iglesia y el Santo Padre”. Falta que Benedicto XVI lo piense igual.

Por otra parte, la destitución de Ettore Gotti Tedeschi, pocas semanas antes de la decisión de los expertos europeos de inscribir o no al Vaticano en su “lista blanca” de materia de blanqueo de dinero, puede interpretarse como una nueva etapa en el intento de “purificación y de renovación” expresado por el papa Benedicto XVI para la gobernanza de la Iglesia. Pero este episodio, uno de los últimos de la serie que pone en aprietos al Vaticano desde hace varios meses, demuestra sobre todo la dificultad de Benedicto XVI en imponer sus órdenes y en el manejo de sus delicados expedientes de su pontificado.

Estas fugas de información y la entrega de documentos confidenciales se dan en momento en que la Santa Sede y el Papa en primera línea podrían conocer próximamente un nuevo periodo de turbulencia, en la hipótesis de que los lefebvristas de la Fraternidad San Pío X sean reintegrados en la Iglesia católica después de veinticuatro años de cisma. El epílogo de este espinoso expediente, personalmente atendido por Benedicto XVI pese a fuertes resistencias internas, podría desestabilizar una parte de los fieles particularmente vinculados a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, que rechazan los integristas. Y abrir un nuevo frente de polémica en la iglesia católica, que ya se enfrenta con movimientos de sacerdotes contestatarios o “desobedientes” en varios países europeos.

Definitivo, 2012 no es el mejor año de Benedicto XVI.