Vicente Francisco Torres

A principios de 1949, el pintor jalisciense Raúl Anguiano, quien al llegar a la capital había trabajado como ayudante de los muralistas, vio la colección de fotografías que Norbert Freed había tomado en la selva lacandona. A esta sorpresa se unió su conocimiento del antropólogo norteamericano Carlos Frey, quien se internó en nuestras selvas para evadir el servicio militar en su patria, fue ayudante de Frans Blom y terminó revelando al mundo las ruinas de Bonampak, sitio al que fue conducido por los lacandones. Frey, quien sembró unas hectáreas cerca del río Jataté, crió pollos y puercos y tuvo un hijo con una lacandona de catorce años de edad, gracias al apoyo de Diego Rivera y de David Alfaro Siqueiros, organizó una nueva expedición en la que iban el museógrafo Fernando Gamboa, el fotógrafo Manuel Álvarez Bravo, el historiador Arturo Sotomayor y el arqueólogo Carlos R. Margain, entre otros; Anguiano fue convocado para pintar paisajes, ruinas y escenas de la vida cotidiana lacandona pero tuvo la feliz idea de acompañar su trabajo plástico, que incluye dibujos y pinturas, con la escritura de un diario que llevó del 17 de abril al 6 de mayo de 1949, elementos que hoy forman un conjunto orgánico: Memorias de una expedición a la selva lacandona, 1949.

Las páginas del diario fueron publicadas por Fernando Benítez en el suplemento de Novedades y, en 1959, aparecieron por primera vez en forma de libro editado por la unam.

En la selva Anguiano realizó un conjunto de dibujos y bocetos que, ya en su estudio de la Ciudad de México, se transformaron en sus celebradas obras “El matapalo”, “La espina”, “Lacandones asando monos” y “La mujer de las iguanas”, entre otras. El texto ya hablaba de incendios tan descomunales que impedían la visibilidad de los pilotos que, en pequeños aviones, los condujeron desde Tuxtla Gutiérrez al corazón de la selva, a vivir en champas y caribales, esto es, entre cobertizos y caseríos de hoja de palma.

A Raúl Anguiano se deben unas de las primeras descripciones de los lacandones vistos como personas más que como objetos de estudio y, por supuesto, descripciones fervorosas de la naturaleza que lo colocan más entre los pintores de la vida adánica que entre los cantores de la civilización, el progreso y el confort: “Los lacandones son personas de una gran dignidad e independencia (…) Kayom es lánguido, pensativo; sus rasgos reflejan una vida interior, misteriosa para nosotros; parece que sus ojos miran a través de los siglos. Da tristeza el ver a estos hombres de rasgos tan interesantes y fino trato; son descendientes petrificados de una raza magnífica que llegó a crear una gran cultura. Desconocen a sus antepasados, pero a la vez, parece que viven soñando en algo desconocido y misterioso. Son como fantasmas de la selva (…) A pesar de estar aislados de la civilización, nos sentimos aquí muy bien, sin la pesadilla de la bomba atómica y sin los discursos bélicos de los estadistas…”.

Un suceso que contribuye a dar dramatismo a la narración de Anguiano es la muerte que encontraron en el fondo del río Lacanjá el camarógrafo Franco Lázaro Gómez y el descubridor de las ruinas de Bonampak. Después de la tragedia, Anguiano regala su cobija y su navaja a los lacandones y el grupo se marcha en aviones tan pequeños que parecían mosquitos encima de las gigantescas copas de los árboles, tan tupidas que no permitían el paso de la luz del sol.

Este diario de Anguiano, que conoció al menos un par de ediciones, nos pone en la pista de que el pintor procuraba dar una visión paralela de sus experiencias. Si por un lado entregaba dibujos y pinturas propios de su labor de todos conocida, siempre llevó un registro paralelo de los viajes propiciados por su quehacer plástico. Deseaba conservar el detalle puntual, fechado y medido en minutos, para salvarlo del olvido pero también para obtener fidelidad y guardar memoria de las sensaciones que dejaron los momentos intensos y los viajes en su vida.

El poeta Jorge Asbun Bojalil ha recopilado y editado, bajo el título de A mano alzada. Apuntes de Raúl Anguiano (Fontamara-UAM Azcapotzalco, 2011), un conjunto importante (hacen más de trescientas páginas) de apuntes y diarios que el pintor llevó a lo largo de su vida, pero sobre todo durante sus viajes. Están registrados por día y por hora, lo cual habla de la voluntad del pintor por atrapar el instante y, gracias a las ilustraciones del volumen, por conseguir la mayor fidelidad estética que fuera posible. No se consideraba un escritor, pero se levantaba a escribir con la misma disciplina con que pintaba y hacía gimnasia.

Si André Gide afirmó que los mercados son el corazón de los pueblos, Anguiano, cuando viajaba en México, siempre comía en ellos, los disfrutaba y celebraba su importancia: “El mercado es el núcleo vital, todo gira alrededor de él. Funciona desde temprana hora por la mañana, hasta altas horas de la noche”. En sus primeros diarios (1949-1967), los destinos eran el mar, las selvas, los sitios arqueológicos y las ruinas. Todo lo escrito pasaba el tamiz del ojo del artista, atento al colorido, a la luz y a las texturas.

De 1967 en adelante, sí aparecen los destinos nacionales, pero dominan las rutas hacia el Viejo Mundo y Estados Unidos (llegó a tener un departamento en California). Su eterna compañera fue su esposa Brigita, sólo acompañada al final por su pequeño perro Tajín, que entraba a los hoteles y viajaba en su regazo en los aviones, siempre en su bolsa protectora.

En Europa Anguiano pinta bailarinas del Molino Rojo y del Folies Bergére, reflexiona sobre los cuadros de los grandes maestros y, los objetos y paisajes, pasan por su mirada de artista. En Milán, al ocupar su litera en un tren, anota: “Hemos dejado la cortinilla levantada. En el cielo una gran luna roja, que por raro efecto óptico, lanza sólo un rayo directo a mis ojos, como rayo láser”.

En la presentación del volumen, Jorge Asbun recuerda los comienzos de Anguiano como ilustrador de las revistas Rueca, El hijo pródigo, Bandera de provincias y Tierra Nueva, amén de destacar su papel fundador en la lear (Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios), el Taller de la Gráfica Popular, el Salón de la Plástica Mexicana y la Escuela de la Esmeralda. Participó también como ilustrador de los libros de texto gratuito.

Si una aspiración de todo investigador es dejar el conocimiento un paso adelante de donde lo encontró, Jorge Asbun puede estar satisfecho pues nos ha dado un libro de Raúl Anguiano que no existiría sin su minuciosa dedicación para recopilar y ordenar textos, fotografías, cuadros y fotos.