La publicación del video donde aparece el uruguayo Luis Costa Bonino, asesor de Andrés Manuel López Obrador, pidiendo a empresarios 6 millones de dólares ilegales para ganar la elección, rompió la línea de flotación del “enmascarado valiente”.
La trasgresión de López Obrador era clara, no sólo por intentar recaudar un monto que triplica lo permitido por la ley, sino por la presencia de agitadores extranjeros como Costa Bonino, que se especializa en organizar “golpes sociales” para beneficiar a sus clientes.
Por primera vez desde el inicio de campaña, fue notorio el nerviosismo de Andrés Manuel. La denuncia hecha pública —audio y video— detonó en él un proceso de regresión mental que comenzó a manifestar ante un grupo de intelectuales a quienes pidió, cien veces, ayuda para que no le hicieran guerra sucia.
Teme, como lo expresó ante Jorge Castañeda, Héctor Aguilar Camín y otros académicos, que reediten los spots con los casos de corrupción de sus colaboradores. Solicitó la comprensión de los ahí presentes: “Si ustedes se pronuncian para que no haya guerra sucia, para que no salgan los spots, éstos del PRI y del PAN van a mejorar el ambiente”.
Al sentirse evidenciado, vuelve —para variar— a ocupar el lugar del mártir. Es el Cristo crucificado. Durante el programa de televisión Tercer Grado, se ancló en que será víctima de un fraude. No le importó contestar las preguntas que se le hacían, su estrategia era anunciar su crucifixión.
¿Por qué? Porque huele la derrota y sabe que, a estas alturas, sólo le queda evitar la tumba política a la que estaría condenado en caso de quedar en tercer lugar.
Andrés Manuel tiene conciencia de que en esta elección se decide también el futuro de su liderazgo dentro de las izquierdas. No es lo mismo tener un “presidente legítimo” que un “Peje” sin legitimidad. De ahí su desesperación. Por más que lo repita, no existe similitud entre el 2012 y la elección de 2006, cuando pudo quedar a décimas de Felipe Calderón y alegar que fue víctima de un fraude.
No sería extraordinario que los Chuchos y otras tribus —que hoy dan la vida por él— se estén frotando las manos ante la posibilidad de que el tabasqueño no cuente ni siquiera con los votos necesarios para quedar en segundo lugar.
Cuando el expresidente Vicente Fox le dice a la candidata de su partido, Josefina Vázquez Mota, que “afiance” el segundo sitio, le dice muchas cosas más. Entre ellas, que salve el país de un liderazgo destructivo como el de Andrés Manuel.
Las declaraciones de Fox pueden ser todo lo criticables que se quiera, pero por primera vez el expresidente tuvo la visión política de anteponer los intereses del país a los de su partido. Cosa que no acaba de entender la despistada Josefina, ni su confundido equipo, obcecados en una estrategia que la ha hecho caer y regalar votos al candidato de la violencia.
Alguien debe hacerle entender a Vázquez Mota que el segundo lugar que ella desprecia tiene más valor que nunca. De quien quede en ese sitio dependerá, en gran medida, la gobernabilidad del país.