Gonzalo Valdés Medellín
Fue un actor muy correcto; siempre, Carlos Cobos acertaba a darle el tono de eficacia a sus encarnaciones. Su perfil lo ubicó como comediante y en esos terrenos toda vez fue loable su trabajo. Sabía manejar la farsa, la comedia y matizar con astucia los arquetipos propios del género en uso.
Proveniente de una generación de actores que escarbó en los rubros de la risa para ganar la subsistencia con decoro, como el también ya fallecido prematuramente Evelio Arias (Evelio con “v” chica), Cobos, por su físico y animosidad comediográfica fue requerido desde los años noventa por muchos de los más destacados directores escénicos, como Marta Luna quien lo llamó para El hijo de Sushi y Enrique Alonso Cachirulo quien lo dirigió en la revista Chin Chun Chan y Las musas del país, aunque también se habrán de recordar sus espléndidas actuaciones en La secreta obscenidad de cada día y Ñaque o de piojos y actores, de De la Parra y Sinisterra, respectivamente.
El cine no le fue ajeno donde participó activamente y uno de sus últimos trabajos, Pastorela, le valió sendos reconocimientos. En televisión aún alcanzó a grabar en la serie de Cadena Tres, El albergue y colaboró en los diversos programas noticiosos de Víctor Trujillo Brozo.
Carlos Cobos fue llorado por la comunidad teatral, televisiva y cinematográfica. Era un hombre muy amable, según lo recuerdo las pocas y agradables veces en que lo traté y, en la medida en que atinaba a darle todo lo necesario a un personaje, era un comediante muy completo, congruente con su oficio y que, cuando llegó a ser bien dirigido (caso de su trabajo dirigido por dirección de Cachirulo), resultaba deslumbrante. Por desgracia se fue muy joven, en plenitud de facultades y perspectivas de vida y profesión; pero sin duda habría llegado a ser uno de los mejores comediantes mexicanos, con el tiempo. Afortunadamente, fincó un camino de éxitos palpables y que seguirán siendo recordados. Descanse en paz, Carlos Cobos.


