Gonzalo Valdés Medellín
(Primera de dos partes)

Un elencazo, si puede hablarse de tal en términos del llamado teatro comercial, es el que da vida a la pieza de J. B. Priestley Esquina peligrosa, ahora traducida como Pasiones peligrosas (título un poco telenovelero) y presentándose en el imponente Teatro de los Insurgentes, bajo la dirección —al alimón— de Angélica Aragón y Roberto D’Amico, quienes además actúan al lado de Fernando Allende, Jacqueline y Chantal Andere, Patricio Borghetti y Luz María Aguilar, con escenografía de David Antón e iluminación de Arturo Nava. Elencazo que en primera instancia así expuesto provoca una genuina manifestación de entusiasmo. Pero se abre el telón y parecería que el mundo de la televisión se vuelca en el escenario contándonos una historia atípica para el público seguidor del show busines mexicano, ya que se remonta a la primera mitad del siglo XX, a través de una estructura policiaca, muy a la Ágatha Christie, todo ello sostenido por una adaptación y traducción de Aragón y D’Amico que meten mano, deliberada y violentamente al contenido dramático, al discurso moral e incluso a los caracteres expuestos por Priestley y que en su época —años treinta— de haberse presentado así, habríase constituido como una obra de talante subversivo, quizás adelantada a su tiempo y desde luego habría señalado a Priestley como un escritor de ruptura; nada más lejos de la realidad, ya que, si bien Priestley fue un escritor cuya importancia radica en el manejo de la forma, en el estudio dubitativo del tiempo y el espacio, no fue en modo alguno, un escritor que rayara en el escándalo de desvestir la moralidad pacata de la burguesía londinense acometiendo en abrasivas denuncias de homosexualidad encubierta en algunos de sus personajes (en esta obra), como pretenden hacerlo pasar Aragón y D’Amico (quienes actúan con oficio, pero sin más).