Después de un fracaso, los planes mejor

elaborados parecen absurdos.

   Fedor Dostoiveski

 

 

José Fonseca

Tiene razón Rafael Cardona: la semana que siguió a las elecciones presidenciales parece un déjà vu.

El margen de la victoria del ganador de la elección presidencial, el priista Enrique Peña Nieto, no fue lo que algunos esperaban, pero es lo suficientemente amplio como para que los ciudadanos de a pie, los no activistas, hayan dado por terminada la elección.

Sin embargo, el excandidato de la izquierda Andrés Manuel López Obrador no acepta su derrota, quizá porque está en su naturaleza nunca aceptarla, quizá porque está entre la espada y la pared.

Es un hecho que la izquierda ha avanzado en esta elección. Ha conseguido 15 millones de votos, un capital político nada despreciable, y dos gubernaturas, las de Tabasco y Morelos.

El sector moderado de la izquierda, el que acepta las reglas de la contienda democrática, no quiere arriesgar ese capital en una eventual aventura contestataria, cuyo final es previsible.

No obstante, hay un sector muy importante que ha sufrido otra vez un shock. El desencanto y la frustración por la derrota electoral es tal que necesita encauzarse.

Es posible que López Obrador intente encauzarlo, para que no lo desborde, pero sobre todo, para que no le dé la espalda, pues eso significaría el desmoronamiento de su movimiento Morena. Tiene que lidiar con el desencanto y la frustración de los suyos.

Pero también es posible que se imponga el radicalismo de izquierda, con lo cual forzarían a López Obrador a encabezar movilizaciones callejeras, como ya amenazaron en el Consejo General del Instituto Federal Electoral el petista Ricardo Cantú y el perredista Camerino Márquez.

Está pues López Obrador entre la espada y la pared, pues la inercia de la protesta ya empezó a llevarlo al terreno pantanoso de insultar a quienes no votaron por él. Eso, por segunda ocasión, puede causarle a la izquierda un daño peor que el causado por el plantón de Reforma.

Y es lamentable, pues no se necesita ser de izquierda para reconocer que en el escenario político de la república hace falta la izquierda, pero una izquierda democrática, no una en la que se perciben resabios de la intolerancia y el dogmatismo.

Tan patética es la situación, que lleva a personajes inteligentes, como el exembajador Jorge Navarrete a calificar de “interferencia en los asuntos internos de México” el reconocimiento y la felicitación enviada a Peña Nieto por el presidente de Estados Unidos, Barack Obama.

Lo patético para el excandidato de la izquierda es que la ventaja de Enrique Peña Nieto es lo suficientemente amplia como para haber convencido a la mayoría de los ciudadanos de a pie de que será el presidente de México, legal, jurídica, política y constitucionalmente.

Ese es un hecho y, como dicen en el barrio: “Háganle como quieran”.

 

jfonseca@cafepolitico.com