Carta desde La Habana
Mireille Roccatti
Tomar distancia permite vislumbrar otra perspectiva. Las noticias sobre México y el recién concluido proceso electoral, en las páginas del histórico Granma, se reducen a un conciso resumen —por lo demás bien redactado— por el cual nos enteramos de una especie de reedición del conflicto poselectoral del 2006. Nuevamente la izquierda pretende estirar el proceso, entrar en una dinámica de confrontación y deslegitimar el nuevo gobierno.
Es cierto que habrán de agotarse las fases procesales y el candidato de las izquierdas está en su legitimo derecho de recurrir a todos los recursos legales a su alcance, sólo que en la perspectiva de la lejanía desearíamos que, una vez celebrada la jornada comicial, se superara el encono propio de las campañas políticas y hubiésemos entrado en una etapa de reconciliación y unidad propia de las democracias consolidadas. No es así y dado que volveremos a vivir el clima de encono y polarización, es preferible aplazar la desazón y vivir a plenitud la realidad que vive el pueblo hermano de Cuba.
El cariño fraternal que une a nuestros pueblos sigue presente, y en todos los rincones de La Habana los mexicanos somos tratados como hermanos y, además de hacérnoslo sentir, nos lo dicen e inquieren sobre lo que pasa en nuestro país y sobre nuestros poetas, pintores, escritores, artistas y también sobre nuestros políticos, la economía, la guerra contra el narco y la vida misma.
Lejos de encontrar en la gente amargura, hostilidad, rencor social, hemos encontrado un pueblo alegre, lleno de esperanza de mejores tiempos. Plenamente conscientes de las dificultades económicas, de la lucha diaria por la sobrevivencia, de la evidente penuria en las viviendas, no renuncian a la esperanza de un mejor futuro. Encontramos que desean cambiar, que buscan mejorar, saben que tienen que encontrar una ruta de salida, que es indispensable modificar el modelo de desarrollo, los “cuentapropistas” están inyectando vigor y creatividad, con su participación emprendedora están generando empleo y remuneraciones adecuadas en ciertos sectores de la economía.
La Habana Vieja se recupera, se restauran edificios majestuosos y bulle con un creciente turismo, aunque a sólo unas cuadras de ciertas arterias es posible testimoniar condiciones de vida deplorable, llamó mi atención que pese a todo es una ciudad limpia, la densidad policial alta y los índices de delincuencia común bajos, no así la tasa de alcoholismo y los deseos de emigrar de los jóvenes universitarios que no encuentran un campo laboral en donde desempeñarse al terminar sus estudios.
Recorrer el malecón, la Catedral, el Capitolio, la Universidad, la calle del Obispo, los museos, el Morro, las fortalezas coloniales, visitar La Bodeguita del Medio, el Floridita, tomar mojitos y degustar la comida criolla, todo ello, envuelto en los dulces sones de música —todo habanero ama la música— que dura todo el día, propicia un ánimo sosegado, tranquilo, reflexivo, diría que reconcilia con la vida.
Sentir, vivir y gozar el ánimo colectivo: el alma de Cuba, tan similar al vigor espiritual de nuestro México, me lleva a concluir con mucha fe que ambos pueblos habremos de construir, por nosotros mismos, un futuro mejor para las generaciones venideras.
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