Entrevista a María Elena Sarmiento/Autora de Jantipa, ¿el gran amor de Sócrates?
Eve Gil
“No hay nada como el amor para inspirar al hombre a vivir honradamente, ni nacimiento, honores, ni riquezas. Cuando amas a alguien te da vergüenza que te vea en algún mal acto, y por eso es que el que ama se inclina al bien”. (Sócrates, citado por María Elena Sarmiento).
María Elena Sarmiento (México, DF, 1962) es una encantadora mujer que, además —¡convencida estoy!— está destinada a ser una de las más originales y lúdicas narradoras mexicanas del siglo XXI. Su primera novela, Jantipa, ¿el gran amor de Sócrates? (Vergara, 2010), recrea la accidentada y misteriosa existencia de la esposa del más grande filósofo de la antigua Grecia (Sócrates), y no es, definitivamente, producto de una escritora principiante, sino de una muy experimentada e imaginativa que ha inspirado comentarios laudatorios a Alberto Chimal y a Juan Antonio Rosado.
Por desgracia, esta gran novela no tuvo la promoción que hubiera ameritado cuando se trataba de una novedad literaria, pero nunca es demasiado tarde para alentar la lectura de libros dignos de leerse.
Amor a la filosofía y a sí mismo
Debajo del título de la obra, Jantipa, se plantea una incógnita: ¿el gran amor de Sócrates?… ¿O lo fue el bello y jactancioso Alcibíades, uno de sus discípulos favoritos? María Elena responde: “Creo que por encima de todo, su gran amor era a la filosofía, especialmente a la belleza y a la verdad. Después, lo que más amaba era a sí mismo. ¿Que si quería a Jantipa? ¡Indudablemente!, tuvo muchas oportunidades de deshacerse de ella y no las tomó. Sus discípulos no entendían por qué seguía casado con ella, pues su mal humor ha trascendido los siglos.”
Históricamente, apunta María Elena, todos están en contra de Jantipa, a quien sólo se le reconoce como “la malhumorada mujer de Sócrates”. Hasta Sartre decía que Sócrates era un gran filósofo, porque con esa esposa era mejor vagar por las calles. No creo haber sido incongruente porque no creo que exista una persona que esté siempre de malas.”
Pero María Elena no sólo simpatiza con la iracunda Jantipa. Afirma sentirse identificada con ella: “Jantipa es la mujer que yo quisiera ser a ratos. Ponerse al tú por tú con el hombre más sabio del mundo; exigir lo que uno cree que es de uno, esté equivocada o no, me parece de un valor excepcional. Ya quisiéramos muchas los pantalones de decir «esto es lo que yo merezco»”.
“Imagínate —continúa—: estar casada con el hombre más sabio del mundo, quien no cobra un dracma por transmitir sus pensamientos (sus discípulos le daban lo que querían a cambio), y por consiguiente, la pobre mujer pasaba verdaderas penurias para alimentarse ella y a su hijo. Esos dilemas cotidianos, domésticos, son los que me atraparon. Estamos hablando de la filosofía más pura, de hombres que van por la calle hablando de la verdad y la belleza, y de la mujer que los persigue porque carece de lo más indispensable y tiene que ver con la verdad más inmediata como el alimento y el vestido.”
Además, Jantipa no sólo tuvo que “competir” con Alcibíades, también con Mirto, la segunda esposa que, según la novela, Sócrates toma esencialmente por compasión, al quedar viuda. Pregunto a María Elena si el hecho de que Jantipa se haya rebelado ante esto con tal furia, hace de ella una mujer adelantada a su época.
“Era mal visto socialmente —responde— que los hombres tomaran dos esposas. Sí, se les dio permiso de tomar una segunda esposa por la situación política; porque miles de hombres habían perecido en la guerra y cundían las viudas desamparadas, pero justo como sucedería ahora si de repente se concediera esa misma licencia, no veríamos con normalidad a quien la tomara. Ni los mismos discípulos veían con buenos ojos a Mirto; Sócrates ni siquiera la menciona. Uno se entera de la existencia de esta mujer por terceras personas.”
Los hijos de Sócrates, engendrados con sus dos mujeres, sí existieron. Sabemos que el primero se llama como el padre de Jantipa, y es por ese pequeño detalle que tenemos la certeza de que ella era socialmente superior a Sócrates, pues el primer hijo llevaba el nombre del abuelo más noble.
“Me metí a investigar —dice María Elena— todos los libros a mi alcance, y entre sus biógrafos hay algunos que mencionan a Mirto; Platón no, porque estaba tan enamorado de su maestro que nunca habría apuntado algo que lo hiciera objeto de habladurías, y quizá por eso hay quienes dudan que haya existido, pero a mí me parece muy compatible con la historia que pretendo contar.”
El amor puro, sólo entre hombres
Platón, que por cierto aparece a la mitad de la historia como uno de los últimos discípulos del Gran Maestro, no era el único que lo amaba: prácticamente todos esos hombres jóvenes y hermosos estaban enamorados del filósofo estrábico y ligeramente deforme, y no exactamente en términos “platónicos”: también en un sentido erótico.
Detalla la autora: “Platón era sensacional: era joven, guapo, rico, brillante, sería el siguiente gobernante de Atenas. Me pongo en el lugar de sus padres (soy madre de dos hijos varones); que mi hijo fuera protegido de alguien tan admirable como Sócrates, pero anduvieran vagando por las calles, filosofando, en vez de estar en el partido que iba a tener el poder, ¡me doy un tiro!, pero en cuanto al enamoramiento de los discípulos, era parte de su iniciación, que incluía el sexo, y no tiene que ver con la homosexualidad; de hecho, en esa época, los varones era bisexuales casi por default. Todos los hombres tenían relaciones entre ellos, y se creía que el conocimiento se transmitía a través del semen, de hombre a hombre, y de hombre a mujer sólo hacía hijos, pero el amor puro per se, se creía, sólo podía darse entre hombres.”
Y, sin embargo, con Jantipa, Sócrates mantiene una bella y tierna relación erótica durante la cual intercambiaban ideas muy interesantes, y él la trataba como a una igual pese a no ser una mujer cultivada.
“Sócrates —dice María Elena— no desdeñaba a las mujeres, de hecho tuvo una maestra a la que admiraba profundamente: Aspasia de Mileto. En Los Diálogos de Platón, aparece también una Diotima que lo enseña sobre el amor, y aparece en mi novela como personaje secundario, aunque también se cree que fue una invención. Hay que decir que lo que Jantipa aprendió, lo fue viviendo a través de su relación con Sócrates y sus discípulos, que frecuentaban su casa, pero Sócrates nunca le brindó una educación formal.”
Novela en puerta
María Elena se declara una enamorada de la filosofía: “Desde hace muchos años tomo clases formales de filosofía. El pensamiento humano me parece lo más maravilloso que puede existir, pero traté de diluirlo en mi novela, porque no se trataba de escribir un tratado, sino de recrear a Sócrates el humano, y a Jantipa, la mujer que lo acompañó en los últimos años de su vida.”
La también autora de un libro de relatos titulado Cuentos del cuerpo, y un libro de anécdotas personales tremendamente divertido, publicado por la propia autora titulado Y luego, ¿por qué soy como soy?, cursa actualmente un doctorado en creación literaria en Casa Lamm y escribe otra novela muy ambiciosa, nada menos sobre la primera mujer psiquiatra de la historia: Lou Andreas Salomé.
“Me tiene impresionada —finaliza— porque la amaron los hombres más inteligentes y talentosos de su época, pero nunca me ha tocado leer algo donde ella resalte como ser humano. Pero debió ser excepcional, ¡y muy diferente a Jantipa!, porque era demasiado sensata.”