Carlos Olivares Baró

Conocí a Agustín Cadena por su libro de cuentos Las tentaciones de la dicha. Lo entrevisté: yo en mi oficio de reportero, indagando sobre los personajes de su cuentario; él pronunciando un discurso, en el que cada palabra era un ofrecimiento de tiernas conjeturas. Salí de aquella conversación con un emboque en la boca en los bordes del sabor del agua que tiene todavía el río de mi infancia. Dicen que hay amor a primera vista. Yo sostengo que también existe la amistad a primera vista. Después supe que él también había sido arropado, como yo, en la dársena tibia de la poeta Enriqueta Ochoa: suficiente para amarlo.

La ofrenda debida (Consejo Cultura y las Artes, Hidalgo, 2011) de Agustín Cadena (Valle del Mezquital, 1963), descansa en la raigambre de Garcilaso y ancla en los amarraderos de Pedro Salinas. En la Égloga III el poeta de Toledo escribe: “Y aún no se me figura que me toca/ aqueste oficio solamente en vida;/ mas con la lengua muerta y fría en la boca/ pienso mover la voz a ti debida./ Libre mi alma de su estrecha roca/ por el Estigio lago conducida,/ celebrándose irá, y aquel sonido/ hará pasar las aguas del olvido”. Salinas se regodea en el verso “pienso mover la voz a ti debida” y titula uno de sus libros más significativos La voz a ti debida (1933). “No, no dejéis cerradas/ las puertas de la noche,/ del viento, del relámpago,/ de lo nunca visto./ Que estén abiertas siempre” pronuncia. “Esta llanura no tiene fin:/ espacio sin sosiego./ Las palmeras grises: cómo saber si están vivas/ O muertas./ Hace frío y no sale el sol desde hace días./ En este silencio blanco, esqueletal/ se oye sólo el golpe de las pezuñas…”, enuncia Cadena.

Estamos en presencia de un poeta que ronda lo mítico desde figuraciones que irónicamente suscriben un espacio idílico poblado por reflujo del deseo y del amor. Si Garcilaso proclama la avidez en los resquicios del abandono, alma conducida por la laguna Estigia de la muerte, umbral, puente entre este mundo y el otro, territorio donde se ha de llegar “ligero de equipaje, casi desnudo”, como quería Machado; Cadena, sin embargo, prefiere vislumbrar las máscaras de eros en senderos de sorpresiva misericordia: “¿Estará inquie­ta la mujer?/ Me pongo a gritar su nombre al monte/ en largas bocanadas de lascivia./ Para que los milanos se suelten a chillar/ y lo desgarren”. Largas bocanadas de lascivia: vaya gozosa sinestesia ya anunciada en el primer cántico del libro: “El deseo se agita bajo mi piel/ con violencia de varón,/ con alarde de varón.// Mi carne se yergue al presentir la hembra,/ muerde”. Génesis, La par­­ti­da, El amante en el desierto, La doncella vultúrida, Sanguinas: suerte de crónica afluente con los azares de los seres humanos frente a los reflujos azuzantes de la carne. Preludio, éxodo, desolación del amor, presencia desafiante de la sosegante fuerza erótica femenina y sus menstruas: tiempo que silabea resonancias, tiempo que se define en su acarreo a la deriva, en su pavura de floraciones imprecisas.

Premio de Poesía Efrén Rebolledo, 2011, La ofrenda debida es un cuaderno en el que las imágenes nunca descansan en un lirismo de ritmos previsibles. Trovador de riesgo que por momentos entra a los zaguanes de Rimbaud y de Lautréamont desde cadencias heroicas suscrita en esos íntimos claroscuros de la avidez. El poeta lo advierte: “no hay más brújula que el ombligo de la amada,/ no hay más velas que sus cabellos/ ni más ancla que el coral entre sus piernas”, el espejo se ciega cuando la sombra se posa en la nostalgia. El desierto, acopio de abandonos: Mar estigio que humedece los cotos, sinuosidad dibujada en los ojos del insomne.

Fuerza inusitada en la sección 5, Sanguinas, resumen, epílogo, ronda que hace cruces con el Cántico de San Juan: sucesión compuesta por VII Zalemas que configuran uno de los grandes momentos de consumación lírica de la literatura mexicana contemporánea. Prontuario de refulgencias y fulgores lingüísticos. Égloga de índices y lunas crecientes donde el sueño violenta las ascuas: el velo de la arena es ceniza con la que los amantes dibujan en las tapias signos trémulos, desgarros humedecidos en la arenisca del desierto. Agustín Cadena en plenitud total de un habla poetica insoslayable.