Carlos Guevara Meza
El Comité de la Cruz Roja Internacional declaró oficialmente que el conflicto en Siria es una guerra civil. Los 16 mil muertos en un año de crisis no lo ameritaron, pero la situación llegó al punto en que no puede negarse su gravedad. Los rebeldes se presentaron por sorpresa en Damasco, la capital, e iniciaron los combates ahí.
El ejército, utilizando helicópteros para bombardear las zonas en pugna y unidades de élite, ha logrado reconquistar algunos de los barrios que los milicianos tomaron en el primer momento, pero al momento de escribir estas líneas no había logrado derrotarlos ni hacerlos retirarse de la ciudad. Pocos días después, los combates se iniciaron en Alepo, la segunda ciudad más importante de Siria (que se había mantenido tranquila, casi sin manifestaciones en contra del régimen), y la situación que guarda militarmente es similar a Damasco: nadie logra vencer por completo. Mientras tanto, miles de civiles huyen de las zonas en conflicto.
También los rebeldes han tomado varios puestos en las fronteras con Turquía e Irak, dejando al régimen sólo el control total de la frontera con Líbano (quizá con la ayuda de su aliado, la milicia chiita Hezbolah) y con Jordania. Y los tomaron con lujo de violencia, al grado que Irak cerró la frontera y en algunos puntos incluso ha comenzado a construir muros de hormigón para proteger sus tropas.
Por si fuera poco, el miércoles 18 de julio un atentado con bomba mató al ministro de Defensa, al viceministro de Defensa (y cuñado del presidente El Assad), al coordinador de la célula de crisis y al jefe de la Seguridad Nacional, descabezando a la cúpula militar leal al régimen. A los pocos días, el avión presidencial despegó, generando rumores sobre la huída del presidente, pero resultó que transportaba los restos de su cuñado a su ciudad natal.
Las potencias tomaron nota de la terrible semana: la Unión Europea por fin estableció los protocolos específicos para aplicar el embargo de armas contra el régimen, que había decretado hace casi un año pero sin efectos reales. Y el embajador ruso en Francia declaró a la prensa que Bashar el Assad “tiene que irse y él lo sabe”, pero que tiene que pactarse una salida “civilizada” y dio a entender que su familia y él podrían exiliarse en Rusia. El régimen sirio rechazó tajantemente las declaraciones del diplomático y Moscú no las confirmó, pero tampoco las desmintió, lo que podría entenderse como un cambio en la posición que el gobierno ruso ha mantenido hasta ahora (de total apoyo a El Assad) y también como un mensaje al presidente sirio.
En el mismo tenor, la Liga Árabe solicitó formalmente a la ONU que cambie la misión del enviado especial Kofi Annan: de mediación entre las partes para conseguir un alto al fuego, a buscar activamente la salida de El Assad, y ofreció brindarle asilo político.
Al mismo tiempo, salió a la palestra el tema de las armas químicas que tiene Siria y el peligro que se correría si el gobierno pierde el control sobre ellas. Tanto Estados Unidos como Israel comenzaron a hacer declaraciones sobre este riesgo, dejando entrever que estarían dispuestos a intervenir militarmente para obtener el control de dichas armas o destruirlas.
El régimen sirio declaró que sí tiene armas químicas y biológicas (cosa que nunca había reconocido), que estaban bajo control y que no se usarían a menos que “fuerzas externas” atacaran al país. La declaración buscaba ser al mismo tiempo tranquilizadora y amenazante.


