Volver a los principios de soberanía y dignidad

Alfredo Ríos Camarena

El derrotero de la república se ha gestado, desde nuestra Independencia, sobre bases que después de guerras y luchas intestinas se consagran en la Constitución General de la República; es decir, los mexicanos a lo largo de nuestra historia hemos construido un modelo que aspira a la democracia representativa y a la equidad social; la Constitución de 1917 fue la primera Carta Magna que incorpora —con rango constitucional— las garantías sociales y que establece un sistema jurídico que tiene por objeto el bienestar de las mayorías y la participación del Estado como rector de la política económica.

El proyecto nacional ha sido truncado una y otra vez; si bien es cierto que en el México institucional del siglo XX se lograron avances en seguridad social, infraestructura pública, repartición de la tierra, reforma agraria, organización sindical de los trabajadores, política educativa, laica y obligatoria para millones de mexicanos, este proceso fue interrumpido por la introducción de un modelo proveniente del exterior, particularmente de lo que han llamado el Consenso de Washington, que consiste en una política monetarista que afecta al Estado como el eje del desarrollo, y le abre la puerta al mercado y a su eficiencia, el desarrollo público.

La teoría del valor que presuponía que las mercancías tenían un determinado valor por el trabajo que se había depositado en ellas al producirlas, y cuya base es la producción, fue reemplazada por una nueva economía que se basa en las teorías monetaristas de Friedrich A. Von Hayek en la Gran Bretaña y de Milton Friedman en América, que propiciaron una economía de casino, donde el mecanismo de las bolsas de valores y de mercados virtuales han cambiado el sentido del valor, fomentando un sistema donde los bancos y las grandes trasnacionales manipulan los ingresos, suprimiendo cada día más el empleo, bajando los sueldos de los trabajadores, olvidándose de la política productiva alimentaría y creando una sociedad cibernética, cada día más ajena a las necesidades de miles de millones de personas.

El resultado está a la vista: las crisis de Estados Unidos y de la Unión Europea lo demuestran, y la única solución es inyectar cientos de miles de millones de dólares que no tienen valor, pues no representan el aspecto productivo de la humanidad.

Esta crisis que afronta el siglo XXI tiene que resolverse necesariamente a través de nuevos modelos económicos y políticos; nosotros los mexicanos teníamos uno propio, que hemos destruido paulatinamente.

¿Qué sigue ahora? Volver a tomar los principios de soberanía y dignidad que nos caracterizaron, tomar lo bueno del modelo que nos impusieron, para enfocar, desde un ángulo propio y nacional, las necesidades del futuro. No hay duda que el país tiene recursos humanos y materiales suficientes para despegar mejor.