Transición democrática “sui generis”
Mireille Roccatti
La democracia no se agota ni circunscribe a una elección. La democracia entendida como la definió Lincoln, como el gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, no es sólo una estructura jurídica y un régimen político, sino un sistema de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural de un pueblo, como se expresa en nuestra Constitución.
Nuestra incipiente democracia vive nuevamente momentos de tensión debido a la inconformidad del candidato perdedor de las izquierdas y sus seguidores. Esta segunda elección presidencial, tras la alternancia del 2000, reedita los conflictos de la anterior.
En la década de los años ochenta en todo el mundo se habló de los procesos de transición democrática como un camino para sustituir los regímenes autoritarios y dictatoriales que prevalecían en diversos países de todo los continentes. Consistía en un proceso mediante el cual se sustituían los gobiernos represores por otros que a partir de su elección por los ciudadanos y legitimados por su aceptación mayoritaria, adoptaban un régimen de libertades individuales y de libre mercado.
En México, algunos académicos sostienen, que nuestra transición es “sui generis” que tiene larga data, que inicia con los diputados de partido, hoy de representación proporcional, diversas reformas legislativas y, la ciudadanización del Instituto Federal Electoral, entre otros cambios de normalización democrática. Otra corriente doctrinaria la niega, sosteniendo que nada ha cambiado, que sólo hubo alternancia en el poder, que se mantiene el mismo modelo de desarrollo, que sobrevive el corporativismo y que siguen en el poder los mismos grupos económicos que responden a los poderes facticos.
El lector tendrá su propia interpretación. Lo que es un hecho cierto es que se sustrajo del control absoluto del gobierno la organización de las elecciones. Que los votos ciudadanos cuentan y se cuentan. Que en el 2000, con la fuerza de los votos, concluyó el gobierno del partido hegemónico casi único, y que el presidente de la republica de ese partido y el propio partido político entonces en el poder reconocieron sin ambages su derrota.
Otro hecho incontrovertible es que en una democracia se accede al poder con votos, que quien tiene más votos gana la elección. No obstante, tanto en el 2006, como en las recientes elecciones un candidato —el mismo— se niega a reconocer su derrota electoral.
Es cierto que, en la primera, el estrecho margen y los equívocos y torpeza del entonces consejero presidente del IFE explican —que no justifican— la inconformidad. Hoy con una diferencia de 3.2 millones de votos, resulta insostenible que se pretenda descalificar todo el proceso electoral.
Afirmar que existió la compra de mas de 5 millones de votos resulta altamente ofensivo para los ciudadanos votantes, al considerarlos como manipulables e imbéciles. Lo que hoy necesita el país es que todos aquéllos que se reivindican como demócratas actúen como tales. Para que exista la democracia se necesitan demócratas. Estamos viviendo una traición a la transición democrática o carecemos de demócratas.
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