Javier Galindo Ulloa
Cuando uno desea viajar a una ciudad cosmopolita como es Londres se entera previamente de diversos mitos sobre el comportamiento de los londinenses: correctos, ordenados y elegantes; acerca de la modernización del transporte público o la belleza de monumentos antiguos y modernos. Pero cuando arriba a esta ciudad verá que existen los mismos defectos, limitaciones y malos hábitos que en cualquier lugar del mundo. Si leemos las seis crónicas que escribió en el verano de 1931 Virginia Woolf y que ahora se hallan reunidos en un solo volumen con el título de Londres, esta visión desengañada se viene dando desde tiempo atrás. La falta de comunicación, el avance demográfico, la mercantilización de productos naturales y la pérdida del espíritu son algunos de los temas que plantea la escritora inglesa desde la intimidad de sus personajes.
En “Retrato de una londinense”, describe el carácter moral de Londres a través de la vida de una señora anciana, llamada Crowe, que se antepone al ritmo vertiginoso de la ciudad. La narradora realiza un paralelismo de este personaje singular, que había provenido del campo, y la pequeña corte de sus amistades. El arte de la conversación y la convivencia hogareña representan una tradición de la cultura londinense, que se oculta bajo el progreso económico e industrial.
Con una perspectiva más intuitiva, Woolf describe el paisaje del Río Támesis y el tránsito de buques comerciales que lo atrofia; así, en la crónica “Los muelles de Londres”, realiza una crítica a la explotación y tráfico de productos naturales en el mundo mercantil. Así, analiza la pérdida del valor mítico de los colmillos de mamut para convertirse en un valor monetario según el criterio de los comerciantes. Woolf presenta una actitud decepcionante al ver que con el desarrollo económico el lenguaje adquiera nuevos modismos.
Como una pérdida de la cultura histórica de Londres, Woolf manifiesta en “El oleaje de Oxford Street”, el placer de los compradores de esta mítica calle de tiendas. Para la escritora: “El encanto de Londres moderno consiste en que no ha sido construido para durar, ha sido construido para pasar”; de una manera horaciana, plantea la idea de la fugacidad de las cosas y la imagen renovada del mundo de las ventas.
En “Casas de grandes hombres”, Woolf narra la experiencia de su visita a las dos casas donde viviesen Thomas Carlyle en Chelsea y John Keats en Hampstead. Recurriendo a la biografía imaginaria, su mirada es mucho más idealista; retrata de modo panteísta la vida de estos personajes en presente y recrea su espíritu a través de la imagen de cada objeto y el ruido de las hojas, en el caso del poeta Keats, en contraste con la vida agitada de la urbe. Así, se conoce también la vida de Londres desde un bosque, el sitio ideal para el reencuentro con los poetas.
Como una reflexión sobre la condición humana, “Abadías y catedrales” es una representación de estos monumentos y recintos religiosos que dominan a la capital londinense. Es posible ver cómo se reduce la imagen del hombre ante tanta grandeza arquitectónica y el avance demográfico de esta ciudad. Así, la soledad y el silencio de una iglesia se pierden por la visita de los turistas. Para Woolf, los cementerios son los sitios más tranquilos. La imponente catedral de San Pablo es el recinto que identifica a la ciudad desde tiempos inmemoriales; la Abadía de Westminster, pese a su espacio estrecho, tiene una larga historia de reyes, príncipes y personajes ilustres, que sigue suscitando dudas en torno a su vida tan agitada, violenta y a veces inmerecida.
“Ésta es la cámara de los comunes” es un artículo de carácter más circunstancial sobre las estatuas de políticos del pasado y presente. De esta forma podemos ver que Virginia Woolf manifiesta una mirada romántica sobre la historia de Londres. Con una fina intuición describe los paisajes y recrea una historia a partir de la vida de un personaje común o ilustre. Esto me trae a la memoria “La historia del hombre, contada por sus casas”, narrada por José Martí en La Edad de Oro, porque la escritora rescata el carácter moral de los ingleses desde la arquitectura de sus casas y recintos históricos, anhelando una época feliz y tranquila ante el estrago citadino. Como apéndice aparece una explicación de la procedencia de los textos reunidos. Cada crónica viene ilustrada con una fotografía de la época.
Virginia Woolf, Londres. Traducción de Andrés Bosch y Bettina Blanche Tyroller. Barcelona / Lumen, 96 pp.