No hay dinero y me quedo en la ciudad

Guadalupe Loaeza

¿Sabían que la ciudad de México, además de ser una de las más bonitas del mundo, es la más liberal e incluyente?

Hoy, estoy particularmente feliz de vivir en el Distrito Federal. Muy pronto, a partir de diciembre, estarás gobernada por un nuevo jefe de Gobierno, Miguel Angel Mancera, quien a raíz de las pasadas elecciones, pusiera a tus pies 3 millones 28 mil 704 votos de ciudadanos deseosos de seguir siendo gobernados por el PRD.

Significa que el 63.56 por ciento de la votación total emitida en la elección por la Jefatura de Gobierno, votó por la izquierda.

“El Movimiento Progresista ha dejado claro que la gente de esta ciudad votó por los resultados”, dijo Mancera. Tiene razón, al votar de esa forma tan contundente por él, votamos por el gobierno de Marcelo Ebrard. Lo que me tiene también feliz de la vida, es que no nada más ganó el gobierno central, sino la mayoría de sus delegaciones.

Hablando de tus calles, de inmediato evoqué las del Centro Histórico. Como dijera José Iturriaga en uno de sus discursos: “Desde hace media centuria y durante varios años, luché con tenacidad y en muchos frentes para convencer a mis interlocutores de salvar lo rescatable de una ciudad que hace más de cuatro siglos y medio fue el mayor asiento de la cultura occidental en este continente. Cuando la capital de la Nueva España ya tenía en una sola calle la primera universidad, la primera imprenta y la primera academia de bellas artes del continente americano, todavía los búfalos pastaban con desenfado en Manhattan”.

Como nadie, Iturriaga amó el Centro Histórico de la ciudad de México, y por eso se obsesionó en rescatarlo. Juntó a sus amigos Jaime Torres Bodet, José Rojas Garcíadueñas, Eduardo Villaseñor, Antonio Martínez Baez, José Campillo Saenz, Pedro Ramírez Vásquez, Eusebio Dávalos Hurtado, José Lorenzo Cossío, Enrique de la Mora, Juan Sánchez Navarro y Daniel B. Bello… y los convenció.

El 17 de mayo de 1964, apareció en el suplemento México en la Cultura, un texto suyo con el título: “Un centro cultural y turístico sin igual en el mundo”. Siguió trabajando incansablemente en el proyecto de la restauración del Centro Histórico, hasta que el 11 de abril de 1980, bajo el régimen de José López Portillo,  por decreto presidencial fue publicado en el Diario Oficial, el nuevo nombre de la ciudad de México, Centro Histórico. Desde entonces, amamos más la ciudad de México, porque gracias a Iturriaga se rehabilitó.

Estas próximas vacaciones, no pienso salir de la ciudad de México, “no hay dinero”, como solía decirme mi padre, cada vez que le preguntaba de niña dónde iríamos de vacaciones.

Hace unos días, precisamente, le propuse a mi marido pasar unos días en el maravilloso hotel Cortés que está en avenida Hidalgo, para visitar a fondo el Centro Histórico. Pensamos ir a los museos, visitar los murales de Palacio Nacional y los de la Secretaría de Educación, recorrer las librerías de viejo, dedicarle toda una tarde al museo del Holocausto; otra, al del Estanquillo, ir a algún concierto o al ballet folklórico de Amalia Hernández, en el Palacio de Bellas Artes y por último hacer un poco de shopping, en la tienda del MAP, en la que venden unos rebozos de San Luis Potosí, que son una maravilla.

Quiero ir a comer unos mariscos deliciosos en el restaurante Danubio, cenar una paella en el Centro Asturiano, desayunar molletes de frijoles en Sanborn’s de Madero y comprarme muchos buñuelos, rociados con miel de piloncillo, en la dulcería Celaya.

Quiero ir a ver qué lotes puedo encontrar de plata en el Monte de Piedad, sin olvidar la sección de joyería. Quiero ir a la librería Porrúa, a misa de doce a la Catedral, y a las seis de la tarde ver en el Zócalo cómo arrían la bandera.

Por la noche, iremos a la Plaza Garibaldi y allí, le pediré a los mariachis que me canten muchas canciones de Chava Flores y otras de José Alfredo Jiménez.

A Enrique y a mí nos esperan unas vacaciones de verano sumamente enriquecedoras, ricas, pero sobre todo, económicas.