Camilo José Cela Conde
Madrid.– No sé dónde he leído que, al preguntarle a la ministra Carme Chacón —con motivo de sus aspiraciones a ser candidata socialista a las elecciones generales— si España estaba preparada para tener una mujer de presidente, contestó que el Reino Unido, Alemania, Argentina y Chile ya habían demostrado que sí lo están, con lo que parece raro que nuestro país no pueda sumarse a la lista. Hay muchos otros también a la cola, desde Italia y Francia —quién habría de decirlo— hasta los Estados Unidos.
En realidad, que se le hiciese esa pregunta a la eventual candidata pone de manifiesto que estamos lejos de lo que se podría considerar una situación normal, con equilibrio de sexos en todos los frentes. Pero algo se ha ganado. En cosa de un par de generaciones, en España hemos ido desde aquella dependencia vergonzosa de la postguerra, cuando las mujeres casadas tenían que pedir permiso a su marido ya fuese para trabajar, para tener una cuenta corriente o para vender su patrimonio, a contar con ministras y no de un departamento-florero sino de Economía o Defensa. Falta una ministra de Interior, es verdad, pero todo caerá.
Uno de los tabúes más firmes llega a su fin con el nombramiento de María Jesús Figa como embajadora de Madrid ante el Vaticano, cargo cuyo trasfondo político podría ser considerado nulo si tenemos en cuenta el peso del Estado al que presentará sus cartas credenciales, sí, pero que resulta inmenso en términos de lo que representa contar con una mujer situada en la corte misma del Papa. Como es natural, ha hecho falta el placet de la Santa Sede, solicitado hace un par de meses, y el simple hecho de su concesión pone de manifiesto que los tiempos avanzan. Para valorar cuánto, se me permitirá una anécdota que viví en primera persona. Corría el año 1997 cuando se me invitó a impartir un seminario sobre evolución humana en el Observatorio Vaticano de Castelgandolfo ante un grupo de teólogos católicos y protestantes. Ocupó unos días, terminando en domingo, y al llegar el día santo para el cristianismo se celebró una misa como es natural. Los organizadores del encuentro, muy cercanos al entonces papa Juan Pablo II, ofrecieron a uno de sus inivitados que oficiase la ceremonia. A uno que pertenecía al credo protestante, para manifestar aún más la voluntad de tolerancia. Y aquí llegamos al detalle que resulta incluso difícil de creer. Doy fe de que el celebrante de la misa en las dependencias del Vaticano no fue un “él”, sino una “ella”: Nancey Murphy, profesora de Filosofía cristiana en los Estados Unidos, autora de libros de gran prestigio sobre ciencia y religión y ministra de la Iglesia de Brethren.
María Jesús Figa puede ampararse, pues, en ilustres precedentes. Pero ¿qué demuestran éstos? Mientras no se confirme que la igualdad de las mujeres llega de forma absoluta y decidida, un cínico diría que lo único que prueba eso es la máxima de Lampedusa: al menos en España, resulta preciso que algo cambie para que todo siga igual.