Lucha fratricida

Mireille Roccatti

En los últimos días con pesar hemos asistido al lamentable espectáculo de una lucha fratricida entre las diversas corrientes panistas que buscan hacerse del control del partido y de las posiciones de poder resultantes, como las coordinaciones de las fracciones parlamentarias en las cámaras de senadores y diputados.

La percepción generalizada es la descrita, pese al esfuerzo por aparentar que lo que sucede es un ejercicio democrático de autocritica para explicar la histórica derrota que los llevó a perder la Presidencia de la República, varias gubernaturas emblemáticas  y  los ha colocado como tercera fuerza política.

El presidente Calderón encabeza una de las facciones y trata de asegurarse el control de la Nomenklatura del partido. En los hechos es así, al tener mayoría en el Consejo Nacional, y ahora busca el control del Comité Directivo Nacional. Lo que está en juego es el control de las bancadas y las designaciones de candidatos para las 14 gubernaturas que se disputarán el próximo año, como asegurarse el dominio del partido como base de poder. Lástima que no perciba que afecta la investidura presidencial, su  imagen personal y la del propio PAN.

El resto de las facciones —incluido el inexistente y siempre negado Yunque—  en que ha incidido el PAN muestran con claridad que las fracturas obedecen al desgaste en el ejercicio del poder, causa principal de su debacle electoral.

Resultan trágicos, amén de cómicos, los malabares retóricos del Ejecutivo federal por trasferir las culpas de la derrota a cualquiera menos sobre él. El zoon politikon, que sin duda es, debiera despertar y hacerlo asumir con entereza y madurez política la parte de culpa que le corresponde. No se debe olvidar que en cualquier lugar del mundo y en cualquier elección, el partido en el poder concurre a las urnas a una especie de referéndum sobre su actuación.

La actitud de atribuir a la candidata perdedora la culpa del desastre, además de falso, es artero y además desleal, porque Vázquez Mota jamás rompió abiertamente con la gestión calderonista, lo que sin duda le hubiese retribuido  un importante caudal de votos y, pese a todo, es un activo importante del partido.

Los indudables errores de campaña y la propia imagen de la candidata que no acabó de permear en el imaginario popular también tuvo su peso especifico en los resultados de la elección presidencial, sólo que olvidan que también estuvieron en juego las elecciones a senadores y diputados, así como diversas elecciones locales, que obedecen a sus propias inercias y responden a otras consideraciones de equilibrios de poder regionales.

Los hechos y resultados ahí están y son incontrovertibles. A pesar de que lo nieguen, los fragores de los encontronazos internos se escuchan fuertes. Negarlo no conduce a nada. Plantear su refundación es un despropósito, porque nadie de los líderes actuales tiene los tamaños de ese gigante que fue Gómez Morín. Muchos mexicanos estamos convencidos de que al país le conviene un PAN fuerte, que regrese a sus orígenes y recupere sus valores, que retome su papel  de equilibrio del poder y contribuya al fortalecimiento de la democracia.