Carlos Guevara Meza
Lo que parecía ser un problema de proporciones catastróficas para el nuevo presidente egipcio Mohamed Morsi, se convirtió gracias a su buen oficio político y quizá también a una importante presión estadounidense, en una ocasión para contraatacar a la cúpula militar que había querido escamotearle el poder en la difícil transición en ese país. Morsi ha pasado a retiro a los dos líderes de la junta militar que gobernó Egipto desde la caída del presidente Mubarak, el mariscal Hussein Tantatui (ministro de Defensa durante veinte años y jefe de la junta) y al general Sami Anan (jefe del Estado Mayor del Ejército), y ha derogado el decreto que les concedía la capacidad de limitar al nuevo presidente.
La coyuntura comenzó una semana antes cuando, el 6 de agosto a las 8 de la noche, milicianos islamistas radicales (se dice que palestinos y egipcios) tomaron por asalto un cuartel de la policía de fronteras cercano a la Franja de Gaza, mataron a 16 oficiales ahí presentes y sustrajeron dos camiones con armas y explosivos. Luego se dirigieron a un puesto fronterizo israelí y trataron de cruzarlo por la fuerza. El camión con explosivos estalló en el mismo puesto (no se sabe si a propósito) mientras el otro vehículo fue hecho volar por un avión israelí no tripulado. Todos los milicianos involucrados terminaron muertos. La respuesta israelí estaba preparada con anticipación, pues contaron con información al respecto. Fue el episodio de mayor magnitud pero no el único.
Desde el comienzo de la revolución egipcia, el norte sobre todo de la península del Sinaí fue tierra de nadie y ya se habían registrado numerosos enfrentamientos que algunos suponían que formaban parte de la rebelión. Buena parte, sin embargo, tenía que ver con las importantes bandas de contrabandistas que llevan todo tipo de cosas a Gaza, sometida al terrible embargo israelí, por un lado; y por el otro, con el crecimiento de grupos islamistas radicales egipcios y extranjeros que encontraron en la desértica región el lugar idóneo para esconderse, pertrecharse y realizar sus operaciones. Israel clamó donde pudo y a quien quiso oírlo de este peligro potencial, sin que la junta militar egipcia moviera un dedo. El presidente Morsi, en cambio, lo movió todo.
El atentado del 6 de agosto pudo ser utilizado en su contra por ser líder de los Hermanos Musulmanes, organización islamista moderada que siempre ha apoyado a Hamas en Gaza, además de ser una muestra de su debilidad institucional. Pero Morsi tomó medidas drásticas: de inmediato destituyó al gobernador y al responsable de inteligencia de la región, por no hacer caso de las advertencias israelíes, luego movilizó una gran cantidad de tropas con apoyo aéreo al Sinaí para reestablecer el orden, fuerzas que terminaron enfrentando efectivamente a diversos grupos, y finalmente dio el golpe maestro al pasar a retiro a Tantaui y Anan y revocar su decreto.
Es de suponer que la presión norteamericana sobre los militares egipcios jugó un papel importante en el asunto. La seguridad de su aliado Israel siempre ha sido prioritaria para Estados Unidos, y más en estos momentos con la desestabilización de Siria y la necesidad de contener a los israelíes para que no hagan nada unilateral con Irán que pudiera complicar aún más las cosas en Medio Oriente. Y estas consideraciones pesaron más que las buenas relaciones que hace años tienen los estadounidenses con el ejército egipcio y la desconfianza instintiva que les genera Morsi y la Hermandad Musulmana.


