Jorge Carrillo Olea

Nunca he creído en el enunciado latino de Vox Populi Vox Dei. Dicho de manera más doméstica y actual, le dicen “leyenda urbana” y generalmente ha servido  —no sé en tiempo de los clásicos— para deturpar imágenes públicas y hasta ciertos renombres privados. ¡Que si Ebrard subió el costo del agua para ahorrar para su campaña!, ¡que si fulana es alcohólica!, ¡que si Calderón protege al Chapo! Nunca he oído que esa voz de dios eleve a alguien en su crédito público, nadie ha salido ganando porque se le mencione.

El origen de la frase es un intento por demostrar exactamente lo contrario. Para Alcuino of York (735-804), su autor, teólogo anglosajón, la frase completa reza: “Y esa gente que siguens diciendo que la voz del pueblo es la voz de Dios no deberían ser escuchadas, porque la actitud de las masas está siempre bastante cercana a la locura”.

Pero entre tanta engañifa suele colarse si no una verdad, sí el sentir del pueblo. Sus temores, sus inquietudes, sus irritaciones. Encontrar el fondo verdadero en una de esas leyendas urbanas demandaría  de infrecuente especialización.

Naturalmente los tiempos preelectorales van relegando en el uso diario a las conversaciones sobre el dolor social que es la inseguridad y como faltan largos quince meses para el desenlace, corremos el riesgo de hacer de esa postergación sea ya inmutable hasta ese entonces.

No es antihistórico que el pueblo vaya asumiendo y viendo con mayor naturalidad hechos dramáticos que en otro momento lo conmovería. Estamos ante el verdaderamente espantoso caso de lo casi 170 cuerpos encontrados en Tamaulipas, y ojo, lo que nos llama la atención es el número, no la carnicería de inocentes, no sus deudos dejados en la indigencia moral y quizá material. Naturalmente al saberse estos hechos en países emblemas de civilidad se cree que México y Uganda guardan grandes y lógicas semejanzas.

Cosa semejante sucede en Italia con las numerosas mafias. Empezaron en el siglo XIX como defensores de los campesinos ante los señores latifundistas para acabar siendo una siniestra organización u organizaciones que se trasladaron a Estados Unidos. En su tierra natal matan, violan, aterrorizan, asesinan funcionarios, secuestran en el seno de una sociedad que ha acabado emblematizandolas en películas.

“Italia —ha dicho el escritor Leonardo Sciacia— lleva siglo y medio conviviendo con la mafia siciliana, con la camorra napolitana, con el bandolerismo sardo. Lleva décadas de ser un estado corrupto e incompetente, despilfarrando y malversando el dinero público impunemente”.

Es muy pronto para anticipar lo que sucederá en México con el sentir y la expresión social. Sí hay certidumbre de que las cosas con Calderón —o quien le siga— irán a peor. La pudrición ha ido demasiado lejos como para esperar milagros a corto plazo. Entonces, la sociedad, ¿cómo va a reaccionar? Cualquier intento de respuesta es irresponsable en este momento.

Habría otras muestras históricas: La guerra del Ejército Republicano Irlandés, que duró décadas, o si se quiere, también se justificarían siglos, cobrando miles de víctimas y creó un clima social de resignación y tolerancia. Esta es una reacción casi zoológica ante el peligro, el miedo, la inseguridad que impulsan a eludirlos. El terrible drama de Palestina, en el que el pueblo vive, ¿vive?, entre la muerte y deja a los contendientes el cargo de hacer la guerra.

Allá y en México desde 1985, año de los sismos, están surgiendo múltiples organizaciones sociales defensoras de sus patrimonios moral y material. Casi todas son respetabilísimas, muchas tienen estructura y una perspectiva sistémica, otras se conforman con complicar la vida urbana. Como en los países mencionados, poco lograrán o alcanzarán por esa sola vía. Tal vez otras demandas como justicia laboral, servicios, derechos agrarios, sí tuvieran  resultados.

En nuestro caso la esperanza es pobre por una razón: sufrimos un gobierno que no supo qué hacer, se obstinó en continuar y ahora simplemente no sabe hacia qué ni cómo cambiar. El tema del deseo, de la voluntad, de la humildad y buena fe se le disipó entre las manos. Padece de parálisis cerebral. Nada hay que esperar de él.

Visto así, en un plazo no muy largo, después de marchas, plantones, bloqueos, en fin, protestas de todo tipo, el pueblo deberá optar trágicamente entre dos caminos: adoptar la actitud de sobrellevar cualquier dolor o reaccionar violentamente exigiendo justicia, gobernación, paz, un ambiente habitable, como requisito primero e insustituible derecho del ser humano.

Qué hacer es una disyuntiva que hoy no tiene respuesta. Los procesos electorales venideros exacerbarán los ánimos creando las condiciones naturales para el conflicto, la algarada.

De manera muy seria, transcribo una opinión externada por Fidel Castro hace semanas ante varios mexicanos: “No creo que las elecciones de julio del próximo año cumplan su objetivo, lo digo con pena”. Pero…. ¿qué dice la voz de la calle?

hienca@prodigy.net.mx