José Fonseca
La lealtad tiene un corazón tranquilo.
William Shakespeare
“México es el único país petrolero que no piensa como país petrolero”, dijo a Edmundo Flores el ingeniero Jorge Díaz Serrano. Tenía razón, como la tuvo cuando, contra la opinión de los funcionarios burócratas que rodeaban a José López Portillo, peleó para que México mantuviera su mercado cuando los precios internacionales del crudo se desplomaron.
Los funcionarios burócratas, envidiosos, mal aconsejaron al presidente López Portillo y consiguieron que Díaz Serrano renunciara. A diferencia de sus adversarios políticos, Díaz Serrano sí conocía el mercado petrolero, pues en ese mercado se desempeñó como empresario exitoso. En ese mercado hizo una fortuna, porque Díaz Serrano era muy rico cuando lo invitó López Portillo a ocupar la dirección general de Pemex.
Los envidiosos y las malquerencias políticas han querido restarle méritos, con el alegato de que cuando llegó José López Portillo a la Presidencia de la República ya había conocimiento de los inmensos yacimientos de Cantarell.
Es cierto, pero sin el talento gerencial y administrativo de Díaz Serrano y su conocimiento del mercado petrolero habría sido más difícil una explotación exitosa de Cantarell, Díaz Serrano, fue el motor para que México pasara de país importador de crudo a la cuarta potencia exportadora. Gracias a esa capacidad se movilizaron los recursos técnicos y humanos de Pemex para explotar la riqueza petrolera.
Su defenestración impidió que desde el Congreso impulsara políticas públicas que le dieran valor agregado a esa riqueza con inversiones en la petroquímica y en la refinación. Su profundo sentido de la lealtad le hizo guardar silencio al ser desaforado y luego juzgado por un presunto fraude. Sólo los rencorosos creyeron esa acusación perversa. Más perversa aún porque Díaz Serrano calló aún después de cinco años en prisión por lealtad a José López Portillo. Quienes llegaron después a Pemex bien pudieron aprovechar sus conocimientos. Imposible, ya había sido linchado civil y políticamente. Nunca se amargó. Fue siempre realista. Tanto que reconoció que la lucha política puede ser desalmada, pues se trata de lastimar al adversario político.
Quizá con los años, cuando se hayan disipado los rencores y las insidias se hará justicia al ingeniero, quien, para vergüenza de tantos, demostró que siendo un exitoso y rico hombre de negocios tuvo la humildad de convertirse en un leal servidor público, en un servidor de los intereses de la nación. Esos intereses que ahora para algunos son simple moneda de cambio.
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