Magdalena Galindo
Estalló el conflicto en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y es natural que haya sido así. El problema se veía venir desde hace un buen rato. Las protestas comenzaron por una construcción (un nuevo museo sobre un basamento prehispánico) en la zona arqueológica en Tzintzunzan, en Michoacán, y las obras –un techo metálico- en el fuerte de Guadalupe, en Puebla. A partir de ahí, las acusaciones cayeron en cascada, también han sido afectados: monumentos históricos en Hidalgo del Parral, Chihuahua; el fuerte de San Juan de Ulúa, en Veracruz; el acueducto del Padre Tembleque, en Hidalgo; la `presa El Zapotillo, en Temacapulín, en Jalisco; el templo de San Fernando, en Guaymas, Sonora; un convento del siglo XVI y otro del XVII, en la mixteca oaxaqueña; la Alameda, en la ciudad de México; el Tajín, en Veracruz. Y además: Monte Albán, Atzompa, Cuilapam, Yogana, Laguna Zope, Colotepec, en Oaxaca.
Así las zonas afectadas son de dos tipos, zonas arqueológicas y monumentos históricos, que deben ser resguardados, por ley, por el INAH.
Las razones de la afectación son siempre las mismas, la ganancia económica que adopta dos formas. Una es la construcción de tiendas o centros comerciales en monumentos o zonas aledañas que son responsabilidad del INAH. La otra es la que adopta la forma del arqueoturismo y que consiste ya en proteger zonas cercanas a centros turísticos, al margen de las exigencias de los proyectos de investigación o bien cafeterías o tiendas en zonas que deben ser protegidas
Acusan, además, los académicos que se ha creado una estructura paralela que encomienda trabajos de investigación a arquéologos externos, que no rinden cuentas de las piezas obtenidas en las excavaciones. Sobra decir que, además de un problema laboral, esto ya constituye un delito penal.
Parece poco importante, pero creo que es problema central, que del mismo modo, que se ha pretendido destruir en el magisterio el compromiso social de la escuela normal, igualmente se quiere destruir, y sobre el tema se han levantado las airadas voces de los académicos, el carácter nacionalista y de protección de los bienes de la nación de los trabajadores del INAH.
No es exagerado decir que esta nueva orientación, falsamente modernizadora de uncir la riqueza cultural del país al comercio o al turismo, es una clara manifestación del neoliberalismo enfocado a la cultura.


