Gracias a Cervantes conocemos el alma y la belleza de las personas
Guadalupe Loaeza
Decía mi padre que el mundo se divide en dos: los que han leído el Quijote y los que no. De ahí que tanto le insistiera a mi hermano que leyera esta maravillosa novela. “Pero ¿cómo?, ¿no has avanzado con el Quijote? Tienes que leerlo, es mucho más importante que los libros de derecho”, le decía.
Para muchos escritores, el Quijote es el libro de referencia, el fundamental y el más sabio. Carlos Fuentes lo leía cada año y Thomas Mann opinaba que el Quijote era “un mar narrativo”; prácticamente no hay escritor que no tenga entre sus favoritos esta obra única.
Miguel de Cervantes (1547-1616) jamás se habría imaginado que su libro iba a ser tan importante. De hecho, él pensaba que su mejor novela era La Galatea (1585), que había publicado a los 38 años. Sin embargo, esta obra es hoy prácticamente ignorada. El mundo de Cervantes es el de la España de Felipe II, el rey que se enfrentó a Inglaterra intentando dominar el comercio en los mares y que fue derrotado en 1588. Felipe II murió en 1598 y dejó la Corona en manos de su hijo Felipe III, un gobernante frívolo que se dedicó a derrochar su herencia.
Cervantes vivió en el Siglo de Oro, es decir, cuando España produjo la literatura más esplendorosa. Fueron los años de Lope de Vega, Francisco de Quevedo y Luis de Góngora. También es la misma época de Shakespeare (no hay que olvidar que murió justo un día después de Cervantes).
Nada más que a diferencia de sus contemporáneos, Cervantes era pobre y no gozaba de la ayuda de un gran mecenas, así que se dedicó al teatro y por años soñó con viajar a América para trabajar en la burocracia de la Nueva España. Además de pobre, Cervantes tuvo que sufrir la burla de sus contemporáneos, porque no tenía la fama de ninguno de ellos; por ejemplo, Lope de Vega dijo en una ocasión: “¿Lo peor para el año que viene? Don Quijote”.
Puede decirse que antes del Quijote, Cervantes no era tan exitoso como sus colegas. Tal vez la popularidad de este libro publicado en 1605 lo asombró, ya que no se imaginaba que la historia de un hidalgo pobre y loco que iba por los campos de Castilla con su escudero fuera a gustar tanto. El Quijote, en muchos casos, cuenta la vida de Cervantes; en la primera parte del libro hay muchos personajes que se cruzan con don Quijote y Sancho, los cuales cuentan las historias de sus vidas, y en muchas hay referencias a Argel. En 1571, cuando Cervantes tenía 25 años, fue a Lepanto, Grecia, en donde participó en una batalla contra los turcos. Cuando volvía a España, su barco fue capturado y Cervantes fue llevado a Argel, en el norte de Africa, en donde estuvo en cautiverio cinco años. Muchas de las experiencias de Argel están en el Quijote y en sus obras de teatro.
Fue tanto el éxito del Quijote, que apenas se publicó se hicieron varias ediciones y se tradujo a otros idiomas. Pero también desde el principio, la novela tuvo problemas con la Iglesia, porque don Quijote no va a misa, quiere a Dulcinea más que a cualquier cosa en el mundo y ve cosas que los demás no ven.
Desde que se publicó la primera parte, Cervantes se puso a trabajar en la segunda y se tardó 10 años en terminarla. Para entonces, el novelista estaba tan engolosinado con sus personajes y los conocía tan a la perfección que seguramente se encariñó con ellos.
Aunque don Quijote sufriera por todo lo que le hacían los demás personajes, se nota que su creador le tenía mucha compasión y mucho cariño. Sancho, a pesar de su ignorancia y de su poca educación, tiene un alma del tamaño del mundo. Y cuando lo nombran gobernador es tan sabio como el gobernante más sabio. Además, Sancho sabe perfectamente que se encuentra en un juego con su amo, porque en un momento de la novela don Quijote le confiesa que todo es un engaño. De ahí que el italiano Giovanni Papini escribiera, en 1916, el ensayo Don Quijote del engaño, en el que dice que el Quijote no es un loco, sino un imitador que se hace pasar por loco y que engaña a todos, hasta a Cervantes.
Finalmente, quiero decir que si alguien ha sido bueno en el mundo es Cervantes. Gracias a él podemos conocer la grandeza del alma, la belleza de las personas y lo más maravilloso de la imaginación. Cuando se publicó la segunda parte del Quijote, en 1615, Cervantes ya estaba muy enfermo; sin embargo, todavía continuó escribiendo la Historia de Persiles (1617), la cual sería su novela póstuma.
Cuando le quedaban apenas unos días de vida, Cervantes tomó la pluma para escribir el prólogo a Persiles. Ahí se ve que este novelista lo que más deseaba en el mundo era hacer felices a sus lectores: “¡Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida!”.
Ciertamente, pocas alegrías hay en la vida como leer El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.