Recibe Barack Obama solidario respaldo de su esposa

Bernardo González Solano

En el caso de Michelle LaVaughn Robinson de Obama —17 de enero de 1964, Chicago; graduada como abogada en la Universidad de Princeton y en Harvard; trabajó en la firma de abogados Sidley Austin, así como con el alcalde de Chicago, Richard M. Daley y para la Universidad de Chicago; en 1992 se casó con Barack Hussein Obama, y en 1998 nació su primera hija, Malia Ann, y en 2001, la segunda, Natasha—, nadie ha puesto en tela de duda su origen estadounidense, descendiente de Jim Robinson, un esclavo negro nacido en Carolina del Sur, donde viven muchos de sus familiares.

Convención con sello de mujer

Como tampoco se le escatimó su legítimo derecho para subir al estrado en la pasada convención nacional demócrata, el martes 4 de septiembre, en Charlotte, Carolina del Norte, para decir, en un memorable discurso que ya pasó a la historia de la Unión Americana, lo siguiente: “Demos trabajar como nunca antes y debemos una vez más mantenernos unidos por el hombre en quien podemos confiar para que mantenga a este gran país marchando hacia adelante, mi esposo, nuestro presidente, el presidente Barack Obama”.

El auditorio se electrizó y se rindió por completo a las palabras de Michelle. Obama aceptaría después su postulación como candidato presidencial por el Partido Demócrata, para buscar la reelección por otros cuatro años más en la Casa Blanca.

El 6 de noviembre próximo se verá si las palabras de la imponente mujer convencieron a muchos estadounidenses para reelegir al primer mandatario estadounidense afroamericano en la historia del país. O si queda como presidente de un solo periodo.

A decir verdad, Michelle no fue la única estrella de la convención demócrata, aunque sí la más rutilante. A diferencia de hace cuatro años, ahora el resultado de los comicios de noviembre están en duda.

Por ello, el Partido Demócrata y Obama debían hacer una campaña contundente. Desde el inicio de la convención demócrata llegó a Charlotte la artillería pesada —latinos y mujeres— con el propósito de pegar en el blanco de dos de los grupos electorales de población más importantes para el Partido Demócrata de frente a los comicios presidenciales del martes 6 de noviembre próximo. Según las encuestas de última hora, estos grupos votarían por Obama.

Tanto el presidente como sus estrategas, hoy por hoy, pelean, a cara de perro, cada voto porque los fríos números dicen que la elección no la tienen en absoluto ganada todavía. Charlotte no es Denver —sede de la convención demócrata de 2008—, el sueño que originó la presencia de Obama estaba por convertirse en realidad y el ambiente era de alegre efervescencia. De ahí la necesidad de buscar y llevar como apoyo únicamente pesos pesados.

Por primera vez, la mitad de los 4 mil 47 delegados de la convención demócrata en este año fueron mujeres. El 50% de los miembros del partido que eligieron candidato a Obama. Del voto femenino depende que el esposo de Michelle continúe en la Casa Blanca. Aunque las encuestas le aseguran las papeletas de las mujeres, los estrategas no quisieron dejar pasar la oportunidad de apelar en esta ponencia a esa parte crucial de los electores.

De tal suerte, las féminas no sólo están en los pasillos donde se pactan estrategias políticas, sino también en el estrado, oradoras y protagonistas de una convención que les garantizaba una parte importante en las estrategias demócratas del futuro.

A pocos sorprendió que la oradora principal del primer día de la convención fuera Michelle. En la noche del martes 4 de septiembre, la First Lady se presentó en Charlotte a presentar los argumentos más personales a favor de la reelección del padre de sus dos hijas, defendiendo sus reformas, al tiempo que dio detalles del carácter y la vida personal de éste, como marido y como progenitor.

La primera dama es muy popular entre los votantes —del 66% al 72% guardan una opinión favorable en su favor—, y con su intervención el Partido Demócrata buscó la humanización del mandatario, y no sólo apelar a las inquietudes políticas del electorado femenino.

En la contraparte, los republicanos ya buscaron en su convención, el mes pasado, en Florida, restar voto femenino a Obama, especialmente con el discurso de Ann Romney, esposa del candidato mormón (primero en la historia) a la Presidencia. Esta buscó la empatía sobre todo de las amas de casa, con detalles de su vida familiar y del cuidado de sus cinco hijos. Su discurso fue el de una mujer que es pilar de una familia conservadora, algo muy alejado de la idea de emancipación e independencia femenina que presentaron los demócratas en Charlotte.

Aparece Bill Clinton

Ahí es donde aparece Bill Clinton, el esposo de lo no menos famosa Hillary Diane Rodham Clinton, el 67° secretario de Estado, en el gobierno de Obama. En su momento, la Rhodam disputó la candidatura presidencial al esposo de Michelle.

Bill Clinton es el mejor dotado de los oradores que he podido escuchar desde que escribo sobre los comicios presidenciales en la tierra del Tío Sam, desde mis años universitarios en la década de los sesenta del siglo pasado.

En el curso de un discurso que duró 48 minutos, el expresidente ofreció,  tanto a las 20 mil personas reunidas en el Trade World Center Arena de Charlotte, como a los 28 millones de telespectadores, un deslumbrante ejemplo de lo que un jefe de Estado, viejo o nuevo, en ejercicio o en retiro, candidato o no al mando, debe hacer para ganar la confianza de una opinión que duda, porque ahora todas las opiniones se bañan en la duda.

Clinton no fue prisionero de la técnica oratoria, por el contrario, la sabe manejar. Domina el ritmo del texto, con un poco de ironía y sarcasmo: “En apariencia, Obama es frío por fuera, pero arde de pasión interior”, y, conocedor del tema, hizo una astuta referencia a la esposa de Obama: “Cómo no votar por un hombre que tuvo la buena idea de casarse con Michelle”, como si fuera un guante de gamuza, de compositor, como en música, un allegro, un andante. Dada la fama de Clinton con las damas, Obama debió leer el halago con mucho cuidado.

Una comentarista española, Luz Sánchez-Mellado, en su columna Portera de Día, escribió: “Estos días hemos visto a unas cuantas (mujeres) dando la cara a la ciudad y al mundo por sus maridos. Empezó la remilgada de Ann Romney, cantando las alabanzas del sosazo de Mitt en todos sitios menos en la causa y se metió a las huestes republicanas en el bolsillo. Hasta que Michelle Obama plantó sus reales en la convención demócrata y se comió con potatoes a Ann, a Mitt y al mismísimo Barack, que se había quedado en la Casa Blanca con las niñas. Qué chorro de voz, qué brazos, qué piñata, qué mujerón, qué ancas, qué negraza. God me asista. Dicen que erotizó hasta los ultras de la Fox, no me extraña…”

Así las cosas, el primer día de la convención demócrata fue apoteósico. La mayoría lloró cuando Michelle dijo que al final del día, su trabajo más importante era el de ser mom-in-chief, madre en jefe Por poco la propia Michelle suelta el lagrimón.

La cadena de televisión ultraconservadora Fox, que no peca precisamente por tendencias  “demócratas”, mucho menos de simpatías por Obama, calificó la presentación de Michelle de “brillante”, “potente”, “magistral”. Otros no tuvieron palabras para calificar el discurso y su presentación en escena de la señora Obama. “Michelle para 2016” se leía en Twitter. “¡Oh, Dios mío!”, era la frase más repetida.

Sin duda, Michelle abrumó el evento, por su prestancia, por su fogosidad y su elocuencia controlada, su capacidad para jugar con las emociones, para suscitar la adhesión pese a un discurso del que cada palabra había sido sopesada por los expertos del marketing político. Ese talento ya estaba ahí desde hace cuatro años, pero saltó esa noche del martes 4 de septiembre. La First Lady trastornó a todos los delegados demócratas.

Lo que dijo Michelle

Poco se recordará del contenido del discurso, como suele suceder, porque nadie la esperaba en ese terreno. Se trataba de restaurar la confianza de una asamblea en su “campeón”, de regenerar su convicción que, pese a los tiempos difíciles, la magia perdura.

Sin embargo, algunas frases perdurarán, sobre todo si el “cid” no abandona la Casa Blanca:

El presidente conoce el american dream porque lo ha vivido…

Barack Obama sigue siendo el mismo hombre del que me enamoré…

El éxito no es acerca de cuánto dinero ganas, sino de que puedas marcar una diferencia en la vida de los demás… (ni falta hacía que Michelle dijera el nombre del destinatario: Mitt Romney, su impago de impuestos y sus cuentas bancarias en Suiza).

He visto de la mano que ser presidente no cambia quién eres, sino que revela quién eres…

Barack y yo fuimos criados por familias que no tenían mucho dinero o posesiones materiales, pero nos habían dado algo mucho más valioso, su amor incondicional, su sacrificio inquebrantable, y la oportunidad de ir a lugares que nunca hubieran imaginado para sí mismos…

Como pareja hemos aprendido sobre humildad y gratitud hacia la gente que nos ha ayudado a seguir adelante, y que nos han mostrado valores para enfrentar los problemas de la vida…

Barack es un gran tipo…

No se hable más.

Aunque en materia de ambiciones personales nunca se puede afirmar nada —caras vemos, corazones no sabemos—, el hecho es que Michelle —superstar— niega tener sueños políticos. Los rumores corren. Entrevistada en televisión por la famosa periodista Barbara Walters, en mayo último, contestó: “No estoy interesada por la actividad política. Jamás lo he estado y no lo estaré jamás”. Lo cierto es que en esta campaña, Michelle ha jugado un lugar estratégico diferente al que ocupó hace cuatro años cuando Obama apenas era la esperanza de muchos estadounidenses y de otras partes del planeta. Por decir algo, ahora ha participado en aproximadamente 80 reuniones para recolectar fondos en los últimos cuatro meses. Se empieza por fumar un cigarrillo de chocolate y se termina con un caro habano de Cuba.

Como dijo Orlando Patterson, sociólogo en la Universidad de Harvard: “Michelle Obama es un modelo para las mujeres. Es envidiable, buena madre, bien vestida, habla bien y sabe elegir sus blancos”. Nada más, nada menos.