Murió a los 97 años, una figura clave de la democracia española

Bernardo González Solano

Poco a poco, la España del siglo XX se queda sin los mitos que la forjaron en la centuria pasada, lo mismo personajes de derecha que de izquierda.

Primero, hace 37 años, Francisco Franco Bahamonde (El Ferrol, Galicia, 4 de diciembre de l892-Madrid, 20 de noviembre de 1975).

Después, 23 años ha, la dirigente comunista vizcaína Dolores Ibarruri Gómez, que hizo célebre su seudónimo La Pasionaria (Gallarta, Vizcaya, 9 de diciembre de 1895-Madrid, 12 de noviembre de 1989).

A principios de año, el político gallego de derecha Manuel Fraga Iribarne (Villalba, Galicia, 23 de noviembre de 1922-Madrid, 15 de enero, 2012).

Y, ahora, el célebre dirigente comunista asturiano Santiago José Carrillo Solares (Gijón, Asturias, 18 de enero de 1915-Madrid, 18 de septiembre de 2012), a los 97 años de edad. Si nos atuviéramos a estas necrológicas, habría que decir que a los políticos españoles no les interesa morir jóvenes, buscan el centenario o su aproximación.

Algunos de sus respectivos enemigos decían que estos personajes no pensaban morirse, aunque Carrillo, en una entrevista periodística de hace pocos años, dijo al entrevistador: “No soy inmortal. Soy mortal, cualquier día no me despierto”. Profético, murió cuando dormía la siesta. Ya no sufrió más, casi como un hombre justo, a tres años de cumplir el siglo de vida.

Opinan El País y ABC

La muerte del anciano político comunista llega en un momento crítico del acontecer de España. La grave crisis económica, bajo el gobierno del Partido Popular que la recibió de manos del Partido Socialista Obrero Español, y los movimientos independentistas del País Vasco y de Cataluña.

El asturiano —fumador empedernido cuya efigie fotográfica no se concibe sin un cigarrillo en las manos o en los labios— fue testigo y personaje político destacado de casi un siglo de la historia de España. Su legado, dicen los analistas, honra a uno de los “grandes protagonistas del intenso periodo histórico que fue la Transición, un tiempo que dio la medida de la necesidad de grandes políticos en el país en los momentos de crisis más acuciantes”.

“Sin la participación —dice el editorial de El País, «El legado de Carrillo»— de Carrillo probablemente habría sido imposible la operación encabezada por el Rey y Adolfo Suárez para deshacer el nudo que Franco había dejado «atado y bien atado», y que se desató gracias a una sucesión de pasos tan audaces como meditados en los que la posición de Carrillo fue decisiva. Ese legado ha permanecido, porque las bases de la democracia fundada entonces han sobrevivido”.

Otros, indudablemente contrarios al difunto, como Jesús Lillo, colaborador del más que centenario periódico madrileño, ABC, señalan “los grandes vicios de la transición, etapa reconstituyente idealizada más por miedos y complejos que por resultados, a la larga desastrosos. No hay mas que ver lo que sucede en Cataluña… o lo que pueda ocurrir en el País Vasco para entender que la condescendencia con que se planificó la democracia española, tan aplaudida y recordada por sus muñidores, fue una carga explosiva que no ha hecho sino retardar el desastre. Y en éstas va y se muere Carrillo… en un momento clave para entender, quizás corregir, los defectos de forma de un montaje transicional que todavía no ha terminado de mostrar sus formas definitivas…”.

Su papel en la Transición

De una u otra forma, hay que leer una de las primeras intervenciones de Carrillo en el Congreso de los Diputados, donde expuso su deseo de llegar a acuerdos para cimentar la democracia y la paz en España.

El 5 de mayo de 1978, Carrillo, miembro de la Comisión Constitucional, con el anteproyecto de la Carta Magna, explicó por qué los comunistas cedían en algunos puntos para quitar obstáculos en pro de la democracia.

Carrillo dijo: “Previamente al comienzo del cambio, debo confesarlo con sinceridad, los comunistas abrigábamos no sólo reservas, sino una evidente hostilidad a la figura del jefe del Estado [el Rey, BGS], que aparecía como la heredera de la pasada dictadura… Pero después, en el proceso de cambio, hemos ido viendo que el jefe del Estado ha sabido hacerse eco de las aspiraciones democráticas y ha asumido la concepción de una Monarquía democrática y parlamentaria. La realidad es que el jefe del Estado ha sido una pieza decisiva en el difícil equilibrio político establecido en este país y lo sigue siendo… Esa es la realidad. La realidad no corresponde siempre al ideal imaginado. Un partido político que se propone transformar la sociedad no puede prescindir de la realidad”. (Esto deberían leer y analizar las lacayunas “izquierdas” mexicanas).

Agregó Carrillo: “Si en las condiciones concretas de España pusiéramos sobre el tapete la cuestión de la república, correríamos hacia una aventura catastrófica en la que, seguro, no obtendríamos la república, pero perderíamos la democracia. Por esas razones, sucintamente expuestas, los comunistas en aras de la democracia y de la paz civil, vamos a votar el artículo I del proyecto constitucional tal como viene, y afirmamos que mientras la Monarquía respete la Constitución y la soberanía popular, nosotros respetaremos la Monarquía”.

Así son las cosas. Por esas y otras cuestiones, al comunista asturiano se le considera como uno de los personajes clave en la Transición.

Otro analista, Carlos Alonso Zaldívar, lo explica en “El peso de un hombre de Estado”:

“¿Qué tipo de político fue Santiago Carrillo? Todos los seres vivos tenemos una urgencia de ser y persistir; Spinoza llamó a eso connatus essendi. Lo específico del político es declarar que esa urgencia va más allá de sí mismo y que la proyecta en forma de lealtad sobre un colectivo más amplio, su grupo religioso, su partido, su nación, la humanidad u otras variantes. Decirlo es fácil pero probarlo suele resultar duro. Santiago Carrillo tuvo que hacer frente a esa prueba”.

Zaldívar agrega: “La historia es puñetera y en la Transición española llegó un momento en el que, para facilitar que España recuperara la libertad y la democracia, quien más había luchado contra la dictadura, el Partido Comunista Español, se vio impelido a aceptar que debía jugar en desventaja frente a otros. Cuando llegó ese momento, Carrillo, cuyo capital político solo era su partido, puso por delante a España. Así mostró dónde estaba su lealtad primera y se convirtió en un hombre de Estado”.

Comunista, casi desde niño

La biografía de Carrillo se inicia en el movimiento obrero cuando apenas era un infante. Sin mentiras. Hijo de Wenceslao Carrillo, dirigente de la Unión General de Trabajadores y del Partido Socialista Obrero Español, Carrillo usó pantalones largos en medio de la huelga general convocada por los socialistas en 1917.

Precoz en muchos órdenes de la vida, uno de sus primeras vivencias de lucha socialista, fue el recuerdo de su padre tras los barrotes de la prisión. Pese a esto, cuando su padre Wenceslao participó en el golpe del coronel Casado contra el gobierno de Juan Negrín, se dio la ruptura entre padre e hijo, semanas después de la muerte de la progenitora de Carrillo. Escribió al autor de sus días: “Usted y yo no tenemos más nada en común”.

Militante de las Juventudes Socialistas desde 1928, tras la unificación de esta organización con las Juventudes Comunistas, en abril de 1936, fue elegido secretario general de la nueva organización. En julio de 1936 se afilió al Partido Comunista de España y no obstante su poca edad, tuvo un papel destacado en la vida política de Madrid tras la sublevación militar del 18 de julio de 1936, al tiempo que subía en los mandos del partido.

El infierno de Paracuellos

Como delegado de Orden Público y miembro de la Junta de Defensa de Madrid, desde el 6 de noviembre de l936, se le responsabilizó de la matanza de Paracuellos del 7 y 8 de ese mes. Carrillo siempre sostuvo que los autores fueron personas “descontroladas”.

La acusación siempre le causó escozor a Carrillo, al grado que cuando el periodista Luis del Olmo lo entrevistó y le preguntó al respecto, casi descontrolado, el asturiano le gritó: “¡Váyase usted al infierno!”. Paracuellos fue una piedra muy pesada para Carrillo.

“Hay pruebas de peso que, aparte de ser confirmadas parcialmente por algunas de sus propias declaraciones, ponen en claro que sí estuvo involucrado”. La afirmación es de un historiador tan poco proclive a intereses derechistas como el historiador inglés Paul Preston (autor, entre otros de la famosa Historia de la Guerra Civil Española, 1936-1939, La transición española, 1976-1982 y Holocausto español, aparecido en 2011).

La llamada matanzas de Paracuellos fue aquel macabro episodio de la sangrienta lucha cainita en España que empezó con la sublevación militar en contra del legítimo gobierno republicano el 18 de julio de 1936.

La investigación de Preston apareció en Ebre 38 (Libres de Matrícula), una revista sobre la Guerra Civil de tendencia republicana, codirigida por Pelai Pagès y M. Carmen Rojo Ariza, profesores del Departamento de Didáctica y Patrimonio de la Universidad de Barcelona.

El “infierno” de Carrillo no es que se le acusó de ser el único responsable de Paracuellos, a pocos kilómetros de Madrid, donde yacen los restos de algo más de dos millares de personas que fueron conducidas desde las cárceles de San Antón y La Modelo para ser asesinados sin juicio, y mal enterrados bajo una delgada capa de tierra, sino su tozudez para negar que estaba al corriente de aquellos hechos sangrientos.

Entre las pruebas de tal involucramiento, Preston menciona las felicitaciones que recibió por haber aniquilado la Quinta Columna durante el pleno del Comité Central del Partido Comunista Español, entre el 6 y 8 de marzo de 1937; o el documento descubierto por Martínez Reverte en octubre de 2005 que confirma el acuerdo entre las Juventudes Socialistas Unificadas y la CNT-FAI para acabar con los prisioneros.

Carrillo acusó de los asesinatos a los “incontrolados”. Su única responsabilidad, adujo, es que no lo pudo evitar. Como afirma Pelai Pagès, Preston demuestra “la complicidad de las instituciones —y de las personas concretas que las encarnaban— en los luctuosos acontecimientos”.

Preston cita a Carrillo cuando “elogió a los combatientes de las Juventudes Socialistas Unificadas [el que] luchen por garantizar una retaguardia cubierta, una retaguardia limpia de traidores. No es un crimen, no es una maniobra, sino un deber exigir tal depuración”.

Más allá de las polémicas sobre su desempeño y responsabilidades durante la Guerra Civil, y de su participación a fondo en la rebatiña interna en el Partido Comunista y en el seno del movimiento comunista internacional —del que supo todo o casi todo—, Carrillo pudo anteponer los intereses del conjunto de los españoles a los de su propio partido en una encrucijada crucial de la vieja España.

Tampoco se olvide su comportamiento frente a los golpistas del teniente coronel Antonio Tejero, el 23 de febrero de 1981, cuando no obedeció la orden de tirarse al piso mientras aquéllos disparaban en el seno del Congreso. Los otros dos que tampoco acataron la amenaza fueron el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez, y el vicepresidente, el general Gutiérrez Mellado, que permanecieron sentados en su escaño del Parlamento.

Todo un símbolo de un político quizás irrepetible.

Ahora, los españoles se preguntan cuánto tiempo vivirán Felipe González Márquez, José María Alfredo Aznar López, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy Brey.