La bandera que ondea en el Zócalo

Guadalupe Loaeza

De niña siempre me enseñaron a respetar a mi bandera. Me encantaba verla con su combinación de colores: verde, esperanza; blanco, pureza, y rojo, el color de la sangre derramada por los héroes. Siempre me intrigó el águila comiéndose a la serpiente en un nopal.

Cuando me enteré que Juan Escutia se había envuelto en la bandera mexicana, entendí que lo había motivado exclusivamente su amor a la patria. Qué motivación más loable y más representativa querer morir patrióticamente. Nada me gusta más que descubrir ondeando la bandera mexicana cuando estoy manejando por el Periférico. Verla de lejos me inspira muchas cosas, entre ellas las ganas genuinas de ser mejor ciudadana. He de confesar que a veces, sobre todo cuando no hay viento, la veo medio tristona; sobre todo últimamente. Entonces tengo deseos de cantarle o bien recitarle aquello que dice: “Bandera de mi patria, bendito pabellón, que abriga la nación…”

No, no son cursilerías de mi parte, es un auténtico sentimiento de orgullo por mi bandera. Por eso cuando fui hace unos días al Zócalo y descubrí a mi símbolo patrio en el estado en que se encuentra pensé: ¿será que el deterioro de mi país también lo reciente la bandera? ¿Será que la corrupción, la violencia y el caos en que vivimos se reflejan en los colores de sus tres franjas?

Cuando mis ojos descubrieron la franja de en medio que normalmente debería de ser blanca, me quise morir. Sí, en esos instantes me quise morir de vergüenza, de pena ajena y propia, al ver que el blanco del centro no era blanco, sino gris oscuro, gris rata, gris sucio, gris ala de mosca, gris oxford, gris ceniciento, gris plomizo, gris pesimista…

En fin, aquel blanco era de un gris sucio y pardo. Me indignó tanto que tuve ganas de correr hacia la bandera, bajarla de su asta y llevármela a mi casa a lavar.

¿Cómo la lavaría? ¿Y si la mandara a la lavandería china de las calles de Lucerna donde mi papá solía llevar sus camisas? No, más bien la mandaría a la tintorería La Real, en donde dejaron tan impecable el vestido de novia de mi hija, el cual quedó como el blanco de la bandera del Zócalo. Pero no, no la enviaría a la tintorería, porque saldría demasiado caro. Más bien la dejaría remojando varios días en tres tinas gigantes, una para cada color. A la del blanco le pondría litros y litros de cloro y todo tipo de blanqueadores. Igualmente le pondría 20 litros de Vel Rosita, para dejarla suavecita. Después, la tendería a lo largo de todas las azoteas de mis vecinos. Seguramente, tres días después se secaría, luciendo un blanco despercudido y brillante.

Para plancharla, pediría 20 planchas de vapor prestadas y la ayuda de todos los colonos de la Roma. Ya lista, la llevaríamos todos al jefe del Estado Mayor Presidencial y le diríamos: “Señor, entiendo que usted ahorita esté muy ocupado con todos los problemas que existen en nuestro país respecto al narcotráfico y tantos otros más que ni puedo figurar y que por consecuencia no tenga tiempo de advertir que la bandera de la plaza más importante del país, el Zócalo, esté tan abandonada. Sin embargo, pienso que siendo éste el símbolo de la patria más importante es inadmisible que se encuentre en ese estado. Estoy consciente que la contaminación es implacable con todo lo blanco. No obstante, no se justifica que se permita este descuido: estoy segura que no ha sido lavada desde el 14 de abril de 1823, día en el que el Congreso fijó el símbolo patrio con sus tres colores y con el águila en el centro. Es cierto que en estos momentos, nuestras instituciones y nuestros dirigentes necesitan enjuagarse con cloro, necesitan un verdadero baño de pureza. Habiendo tanto desempleo, ¿por qué no nombrar a un jefe de mantenimiento exclusivamente para la bandera del Zócalo? ¿Usted cree que si volviera a nacer Juan Escutia, y tuviera que defender a la patria, se inspiraría envolviéndose en esa bandera? Sinceramente no entiendo cómo el águila todavía no ha emprendido el vuelo; sin embargo, temo que ante tanta suciedad, la serpiente termine por anidar miles de serpientes asquerosas”.

Todo esto le diría al jefe del Estado Mayor. No obstante, me pregunto: ¿quiénes son los verdaderos responsables de esa bandera? ¿La jefatura de Gobierno del Distrito Federal? ¿El Ejército mexicano? ¿La Secretaría de Defensa o el mismo presidente de la república?

Por otro lado, tengo entendido que no se lava la bandera, que se cambia por una nueva y que la vieja se incinera. De todas maneras no es una excusa. Si así fuera, urge entonces que se cambie. Asimismo, me han dicho que cuando el Zócalo está ocupado por manifestantes, como es el caso actualmente, los soldados no pueden ni izar ni arriar la bandera. No obstante creo que no se justifica, de ninguna manera, dejarla ensuciar a ese grado.

Hace apenas unos días, Sofía acompañó a dos parejas francesas al Centro Histórico. Cuando llegó a su casa, me telefoneó. Estaba tristísima. Esto fue lo que me dijo:

“Ya no vuelvo a ir al Centro Histórico con turistas extranjeros, y menos franceses. Cuando les mostré la bandera y les dije: «verde, blanco y colorado, la bandera del soldado. Vean su escudo, es exactamente como encontraron los nahuas el lugar donde fundaron Tenochtitlan», mi amigo, el chistoso dijo: «sí, el islote estaba lleno de lodo. Se ve…». No supe qué decirle. Me hice la disimulada y les comenté: «Pero vean el tamaño de la bandera, vean qué imponente es, observen su majestuosidad». Ellos, nada más se veían entre sí, y sonreían. No había manera de que respondieran a mi entusiasmo. Fue en esos momentos que me acordé de la enorme bandera francesa que siempre está bajo el Arco de Triunfo. Siempre se ve impecable, como recién estrenada. Hasta parece de alta costura, tal y como si la hubiera confeccionado Ives St. Laurent o Christian Dior o Chanel”.

Sofía se escuchaba indignadísima. No exageres, le decía, no es para tanto. Confieso que me molestó su comentario tan malinchista.

Pero ahora caigo en la cuenta de que, desgraciadamente, Sofía estaba en lo cierto; nuestra bandera en el Zócalo necesita, o renovarse, o cambiarse, o lavarse.

Sin exagerar, la del Zócalo se ve deslucida, triste, apachurrada, cuelga como trapo; se ve pobre, abandonada, huérfana y muy deshonrada. Dan ganas de poner un anuncio que diga: se busca lavandera experta en banderas; se busca lavandera patriota capaz de acabar con todo tipo de mugre. Y por último, se busca una o un funcionario político que reaccione ante tal falta de sensibilidad y de amor a la patria.