Carlos Olivares Baró

Sobrenaturaleza (Pre-Textos, 2010), de Hernán Bravo Varela (Ciudad de México, 1979), es un poemario que apela a las afinidades de José Lezama Lima con Blaise Pascal. “La naturaleza tiene perfecciones para demostrar que es imagen de Dios e imprecisiones para probar que sólo es una imagen”, precisa el matemático y filósofo francés; “(…) la imagen en el sitio de la naturaleza perdida (…) Y frente al pesimismo de la naturaleza perdida, la invencible alegría en el hombre de la imagen reconstruida”, apunta el poeta de Orígenes.

La raíz de la imagen: elección de divinidad. Pecado original, caída: necesidad de una naturaleza suspendida, transformada. “Hace ya mucho frío,/ en un reino lejano/ de quien, por tu cesura,/ viene y versa,/ vivía la música/ al margen del oído”: la efigie se acrecienta en el espejo para sobreabundar en el enigma del azogue. Bravo Varela es consciente de que entrar a los recodos de cualquier representación genera utopías: “La imaginación engrandece los objetos”, nos dice Pascal. De ahí que el autor de Oficio de ciega pertenencia advierta: “Tente te digo ahora./ No le hagas casa/ a los de más,/ los mucho menos huérfanos./ Cáete con toda tú,/ catástrofe querida”.

Dispuesto en dos entradas capitulares, Sobrenaturaleza se finca en obsesivas enunciaciones de rondas que hacen referencia a Emilio Adolfo Westphalen, Severo Sarduy, Blanca Varela, Coral Bracho, Eduardo Chirinos y Roberto Echavarren: boscaje de subjetivad tentadora como transfiguración de los ecos del mundo (naturaleza segregada). Acápite 1: exergo de Lezama Lima (“… como la verdeara naturaleza se ha perdido, hay que inventar una sobrenaturaleza”), que circunscribe la circularidad del significado de los versículos (“La fruta seguirá/ pudriéndose —pensárase/ que la natura muerta/ es un oficio”); acápite 2: epígrafe de Victor Hugo (“¿Sobrenaturalismo? ¿Quién puede decir: ‘la realidad comienza y acaba aquí’? ¿Quién tiene el alfabeto de lo posible?…”), que dispone un horizonte de gestos ensimismados en una suerte de quebrada y contemplativa habla (“Lóbrego sol, la noche de San Juan que contemplaba a diario, al levantarse ‘lavó todas sus lágrimas del lugar afligido’, calmó el dolor del agua que brotó de la piedra…”).

Congregaciones semánticas (“Abrir la flor: alveolos, ojos, polen…”), abrases lingüísticos (“Tanto tantear para buscarte tanto…”) y subversiones sintácticas (“Algo nos morirá, lo mismo que nos pudo/ en el instante albino/ de la risa”) que distinguen a Sobrenaturaleza como un poemario que inaugura nuevas rutas dentro de la poesía mexicana contemporánea. “La poesía es la anotación de una respuesta, pero la distancia entre esa respuesta, el hombre y la palabra, es casi ilegible e inaudible”, precisa Lezama Lima. Bravo Varela ha querido decirnos que en el fulgor del verso hay una especulación que gravita siempre en verdad enaltecida: sordina en afluencia con una iconografía aleatoria que rediseña el cosmos.