Adriana Cortés Koloffon
Leo Bauer, el protagonista de Fuga en mí menor (Tusquets, 2012) de Sandra Lorenzano, narradora y poeta, intenta recuperar a su padre muerto a través de una fotografía donde aparece su sombra. Es lo único que conserva de él, además de las historias que le cuenta su madre. Acompañan a Leo una canción de cuna y la marcha fúnebre de la primera sinfonía de Mahler. Sandra Lorenzano comparte con Leo el ritual del café por la mañana, el gusto por el mar y la música. “Lo del mar —comenta— tiene varias explicaciones, además de que adoro el mar”. Por un lado, “esta fascinación que ejerce el mar y que ha aparecido en distintas manifestaciones artísticas”. ¿También el exilio?: “los viajes de los migrantes de Europa hacia América, más que el exilio”, responde la autora y añade: “El mar es también el mundo de la memoria. Está presente desde el origen de la literatura, por ejemplo, en Telémaco que sale a buscar a Ulises y aquí tenemos a un personaje que es un poco Telémaco, que sale a buscar a ese padre al que casi no recuerda y que sólo conoce por la sombra en una fotografía, pero es un Telémaco que camina por la orilla del mar, que no termina de aventurarse en el mar”. El mar en la novela es asimismo “el espacio utópico, de soledad, de silencio, que Leo siente que necesita para poder crear”, añade la escritora.
—¿Escribió la novela junto al mar?
—Empecé a escribir la novela cuando estaba como profesora invitada en la Universidad de San Diego. Mientras yo residía ahí mi madre se enfermó y murió, y yo no pude seguir con la novela porque en ella las ausencias son muy fuertes. También tenía la sensación de que mi madre se había llevado consigo todas las palabras. Lo único que pude hacer cuando las recuperé fue escribir poesía, así publiqué Vestigios (Pre-textos), un libro anterior, en España. La mayor parte la escribí aquí, en la Ciudad de México.
—¿A qué hora? Usted es vicerrectora del Claustro de sor Juana, además de que escribe reseñas y tiene un programa de radio sobre literatura.
—En las madrugadas, cuando hay menos ruido interno en mi cabeza que en el resto del día, como le pasa a Leo, que está buscando espacios de silencio para poder crear, luego se dará cuenta de que estos paisajes internos no se corresponden con su entorno, que puede estar en una playa solitaria y tener mucho ruido interior. Yo creo que la enorme maravilla de la lectura y la escritura es que te permite ir a otros mundos. Que tú puedas escuchar esa playa como si estuviera yo escribiendo allí es parte de la magia —que no sabemos de dónde sale— de la escritura. Suelo escribir inmersa en mi realidad cotidiana en esta ciudad que es la que amo y la que adoro y en medio del trabajo que hago para ganarme la vida y que me gusta: el trabajo vinculado a la educación, a la vida universitaria, al periodismo cultural, a la promoción de la lectura. Para mí es por eso tan importante crear esta suerte de espacio y tiempo, de silencio, mucho antes de lanzarme a la vida de manera cotidiana.
—En esta novela están muy presentes los rituales, el del café es uno de ellos.
—Para mí es muy importante el tema de los rituales. Soy de rituales de la intimidad, propios. Pero también los construyo con mi gente más querida y cercana.
—¿Las historias que se narran en la novela tienen un origen real?
—Increíblemente la que no tiene un origen en la realidad es la foto de la portada, que tiene una sombra. Volviendo a los rituales: evidentemente el del café. Y en cada una de mis novelas hay una búsqueda relacionada con música. Cuando escribo no lo hago con música. Pero ciertos poemas y la música me acompañan para tener el estado que necesito para sentarme a escribir. Es un estado muy peculiar al que no siempre llego con tanta facilidad (supongo que es lo que hace otra gente cuando medita). Cada uno de mis libros tiene su música. En este caso, donde además la música está tan presente, la obsesión que me acompañaba es el tercer movimiento de la primera sinfonía de Mahler, esa canción de cuna vuelta marcha fúnebre que Mahler toma de la tradición popular. En mi otra novela, Saudades, fue una parte cantada por Marianne Anderson en “La Pasión según san Mateo” de Bach.
—La música ¿es también una manera de expresar lo que no se puede decir con palabras?
—Mi reto era hacer una novela que explorara el proceso creativo pero no quería que fuera la enésima novela del escritor que escribe y que escribe porque está muy hecho. Entonces pensé en un músico porque me encanta la música y porque soy una admiradora del proceso creativo de los compositores justamente por eso que tú dices: porque trabajan con el más inasible de los elementos de la creación artística, que son los sonidos y los silencios que son más inasibles todavía. Ahí apareció de pronto otro personaje, un luthier, Peter Bauer con quien Leo va a recuperar algo que se nos olvida muchas veces: la parte más artesanal de la creación artística, el entrenamiento para la creación. Hay una parte que involucra lo corporal y otra artesanal vinculada a lo corporal.
—Duelo, ausencia, memoria: son palabras vinculadas en su novela donde hay tantos silencios…
—Esto tiene mucho que ver con lo que yo he leído y trabajado. Acuérdate de lo que sucede con los desaparecidos en Argentina: no se puede hacer la ceremonia de duelo. La ausencia del padre de Leo no tiene nada que ver con la dictadura argentina. Todos tenemos una ausencia de alguien en nuestra historia. Leo necesita el ritual que le permita recuperar a su padre y cerrar la ceremonia de duelo. Ahora me acuerdo de un título maravilloso de Simone de Beauvoir que es La ceremonia del adiós. Eso es lo que yo siento con la escritura, puede ser también una ceremonia del adiós, vas despidiéndote, incorporando y cerrando obsesiones, ausencias, dolores, pero también placeres. Recupero un texto precioso de Amos Oz cuando le preguntan cómo escribe, y dice: “yo ya estoy un poco cansado de los escritores que dicen sienten dolor, ¡no!, también ¡es un gran placer!”.

