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No se equivocan del todo quienes aseguran que detrás de la reforma laboral enviada por el presidente Felipe Calderón al Congreso como iniciativa preferente existe la intención de poner a prueba al PRI.

“¡Vamos a ver —habría dicho— si los priistas pueden con esto!”. Y mandó incluir la autonomía y la transparencia sindical como parte de la modernización laboral.

Calderón habría puesto, entonces, una especie de trampa política al futuro gobierno peñista para evidenciar ante la opinión pública y el electorado que entre sus legisladores no existe un nuevo PRI. Que ese partido sigue cargando las más viejas y anacrónicas estructuras del sindicalismo mexicano resistentes a aceptar cualquier cambio que implique afectar los intereses de las cúpulas.

El mandatario saliente lanzó así a Enrique Peña Nieto una “papa caliente” con la que no pudo ni él, ni Vicente Fox. No pudieron, entre otras razones, porque, como bien lo dijo coloquialmente en alguna ocasión Luis Videgaray, esos dos presidentes mandaban sus reformas a las cámaras como quien arroja el periódico por la ventana.

Costumbre que Calderón no ha perdido, a pesar de los fracasos sufridos, y que hoy la utiliza bajo la novedosa fórmula de “iniciativa preferente” para obligar a Peña Nieto —como presidente electo, sin tener todavía todos los instrumentos del poder para negociar y maniobrar— a aprobar una reforma en la que su gobierno no pudo avanzar.

Independientemente del futuro que pueda correr la reforma laboral que hoy se discute en el ámbito parlamentario, hay un tema que inevitablemente seguirá presente en todos los rincones del país. Lo mismo en los congresos que en la academia y sin duda en la Calle, con mayúsculas, como hemos acordado referirnos aquí al mayor espacio parlamentario del país.

Ahí, en la Calle —léase hogares, escuelas, plazas públicas o un cibercafé—, los ciudadanos se preguntan: ¿por qué, si a todos hoy se nos exige ser transparentes y rendir cuentas ante la ley, los sindicatos tienen que ser una excepción?

Y la razón es obvia. No pueden existir dentro de un país que aspira a ser cada vez más democrático feudos de opacidad e impunidad.

El hecho de que los sindicatos sean hoy una especie de “caja negra” ha llevado a reproducir un estado de injusticia similar a la que existe en el lado patronal.

Así como muchas veces hablamos de empresarios ricos-empresas pobres, así también podemos decir que entre más rico es un líder sindical, más pobre es el trabajador agremiado.

Es importante comenzar a abordar la transparencia sindical desde todos los ángulos. Desde la relevancia que el tema tiene para la sociedad y la opinión pública, para el gobierno y los Congresos, sin duda para las empresas, pero, sobre todo, para el trabajador.

¿Qué hacen los líderes con las cuotas, a qué las destinan y, sobre todo, qué beneficio directo recibe el trabajador por esa aportación?

¿El trabajador mexicano es menos pobre gracias a la defensa de sus derechos que hacen sus respectivos sindicatos? ¿Tienen más calidad de vida gracias al sacrificio de sus dirigentes?

El país necesita empresas fuertes y también necesita sindicatos fuertes. Pero la supuesta fortaleza del sindicalismo mexicano no puede seguir sustentada en la falta de democracia y de transparencia.

Las relaciones obrero-patronales tienen que comenzar a discutirse desde una posición diferente y vanguardista.

No significa que, para ser modernos, el trabajador tenga que perder derechos. Por el contrario, la reforma laboral tendría que estar orientada a mejorar sus condiciones, pero también la productividad de las empresas, y a optimizar el papel que en todo esto tienen los sindicatos.

Valdría la pena saber qué tan activos son los sindicatos mexicanos en el concierto internacional. ¿Tienen relaciones con el FMI, con la ONU, con la Organización Mundial de la Salud, con la UNESCO, con la Organización Mundial de Comercio? Y si las tienen, ¿cómo aplican en sus agremiados los avances en materia de salud o educación.

Los sindicatos más evolucionados mantienen relaciones muy activas con los organismos económicos y financieros más importantes del mundo, con el propósito de influir en sus políticas y beneficiar a los trabajadores.

Por ejemplo, hay agrupaciones sindicales que han ejercido presión para que las normas fundamentales de la Organización Internacional del Trabajo se incluyan en las prácticas de contratación de préstamos que hacen las trasnacionales con el Banco Mundial.

Hay mitos y estereotipos en el tema laboral. Los sindicatos dicen: ni un paso atrás en autonomía sindical. De acuerdo con la legislación más avanzada en materia de derechos humanos, tienen toda la razón, pero ¿hasta dónde esa autonomía es cierta y hasta dónde ha tenido como principal propósito beneficiar al trabajador?