Carmen Galindo

 He escuchado a Miguel Capistrán contar que su prehistoria (o kinder) como investigador ocurrió cuando, a los 10 años, escuchó decir a su padre el nombre de Jorge Cuesta. Al principio fue sólo un nombre magnético, legendario. Más tarde pensó en recuperar una obra que todos sabían dispersa. Pero el mismo Miguel asegura que, como muchos investigadores jóvenes, no sabía por dónde empezar. Un día Sergio Pitol dejó caer en un suspiro resignado: “–Alguien debería buscar su obra en las hemerotecas”. Miguel asegura que hasta entonces no se le había ocurrido, pero esas palabras de Sergio fueron la clave. Ahí empieza su vida como investigador y su pasión sin tregua, monomaníaca, por un grupo de escritores, los Contemporáneos.

            Ya he contado muchas veces que escuché una y otra vez preguntar a Salvador Novo y a Jaime Torres Bodet, cada uno a su estilo sobre su propia obra. Oye Miguelito, dejaba caer Novo, ¿tú sabes si alguna vez publiqué en tal revista? o bien, oiga Miguel, aventuraba Don Jaime, ¿me podría localizar tal texto que me gustaría recuperar? ¿Será posible que lo encuentre?, ¿que me hiciera el favor de conseguirlo?, decía uno y le hacía eco el otro, y Miguel invariablemente: “Sí, maestro”, a Novo; “con mucho gusto, Don Jaime”. No me tocó presenciar su relación con José Gorostiza, pero no me cabe duda de que debe haber sido muy similar.

            Sólo una vez lo vi trabajar en la vieja hemeroteca de la calle del Carmen. Fuimos con la lata, mi hermana y yo, de que nos localizara algunos textos relativos a la expropiación petrolera. Nunca se me olvidará. Se colocó un dedo de goma para pasar las hojas y yo no lo podía creer, las páginas desfilaban una tras otra sin que yo alcanzara a leer más que palabras sueltas. Desconfiada que soy, ya me figuraba que Miguel estaba representando el show para luego disculparse con un “fíjense que no lo encuentro”, pero mis dudas se disiparon cuando finalmente dijo aquí está este texto, aquí este otro, allá uno más. Buscaba, éramos muy jóvenes entonces, a alta velocidad. Abarcaba la página en una sola mirada. Dicen que no leemos por sílabas, sino por palabras, pues Miguel Capistrán, soy testigo de cargo, parecía leer por página.

            Como sobre todos los investigadores, alguna vez se rumoró que no distraída, sino deliberadamente, había sustraído tal o cual documento. Mi padre bromeaba a Miguel cuando le gritaba: –Cuidado Miguel que ahí viene la esposa del “Abate”. El tal Abate no era otro que José María González de Mendoza, conocido en el ambiente literario con el diríamos hoy en la época de la inseguridad generalizada el alias de El Abate, antes simplemente seudónimo literario. Pues bien, Ernesto Mejía Sánchez, el poeta e investigador nicaragüense, una vez en la penumbra de mi coche me comentó solemne y sorpresivamente: “Le aseguro que Miguel no tomó ninguno de esos papeles”. Lo dijo con una seriedad que no le conocía. Los parientes, creo, son patológicamente desconfiados. Es cierto que algunos investigadores suelen salir de las hemerotecas o los archivos familiares con los documentos, por decirlo de algún modo, puestos, digamos forrados a la barriga. Creo, con toda franqueza, que mientras los papeles están muertos en manos de los parientes, sólo cobran vida cuando los in­vestigadores los ponen a circular. Pero Miguel, según la autorizada voz de Ernesto Mejía Sánchez, era inocente de las persecuciones de la viuda del “Abate”.

            A todos los Contemporáneos, Miguel Capistrán les ha prestado interés. El primer lugar lo ocupa precisamente Jorge Cuesta. Ahí están esos tres volúmenes con su poesía y sus ensayos literarios y políticos editados por la UNAM, y que recopilaron el propio Miguel y Luis Mario Schneider. Le sigue ese grueso volumen que contiene los poemas, y los comentarios sobre literatura y obras pictóricas, de Xavier Villaurrutia. En este momento, Miguel prepara una nueva y aumentada edición. Entre las novedades está que el último poema escrito por Villaurrutia, la víspera de su muerte, ocupará el lugar que le corresponde. En esta recopilación, colaboró Alí Chumacero, además de Luis Mario.

            Capistrán, y aquí otro rasgo interesante, se vale de los textos, pero también de las personas. Doña Natalia, la hermana de Jorge Cuesta, le desmintió de viva voz y, lo que es más importante, le confió el equívoco que dio origen a la leyenda negra del incesto de los hermanos. (Al nacer Antonio, el hijo de Jorge Cuesta y Lupe Marín, ella abandonó al poeta y le dejó al niño. Desesperado, Cuesta llamó en su auxilio a su madre, pero coincidió que el padre estaba enfermo y la madre de Cuesta no pudo separarse para reunirse con su hijo y nieto. Al paso de los días, la madre decide enviar a Natalia, quien esperando infructuosamente a su madre ve transcurrir el tiempo. Deciden que Natalia, puesto que el padre sigue enfermo, regrese con el niño a Córdoba, y de la imagen de la joven con el niño en brazos nace la falsa idea del incesto). Con habilidad de Sherlock Holmes y sensibilidad de Sade, Capistrán ha reconstruido paso a paso el escalofriante final de Jorge Cuesta, se ha atrevido a distribuir de modo distinto las estrofas del “Canto a un dios mineral” y ha revelado las relaciones con el poema mayor de Gorostiza con una prosa rescatada por el propio Miguel en una edición de la prosa del poeta publicada por la Universidad de Guanajuato, oro molido todo lo anterior para la historia de la literatura mexicana.

            He escuchado a Miguel conversar en público, con Don Pepe Delgado, amigo de Villaurrutia, quien a preguntas y comentarios de Miguel nos confió el motivo del enfrentamiento final de Salvador Novo y Xavier Villaurrutia, en torno a un aplazado estreno de una obra de Agustín Lazo en Bellas Artes a favor de Rosalba y los Llaveros, de Emilio Carballido. Con la ayuda de Don Pepe igualmente ha descubierto el macabro detalle del corte de venas post mortem de Villaurrutia, obedeciendo su disposición por el temor de ser enterrado vivo, y que también ha dado pie a la leyenda de su suicidio. Ha platicado con los propios Contemporáneos: Novo, Torres Bodet, Pellicer, Gorostiza. Por eso descubrió, por poner un sabroso ejemplo, que Gorostiza estaba enamorado (y hasta le escribía sketches) de Lupe Velez. Pero también, arrastrado por su pasión  por Los Contemporáneos, ha platicado, con todas las dificultades que esto conlleva, con familiares y amigos, la mayoría cordiales, pues se los ha sabido ganar, y otros no tanto.

            Entre sus logros, algunos son mayúsculos. Juzguen ustedes. Descubrió, o conjeturó para ser más exacta, que el texto titulado “Esquema para desarrollar un poema: Insomnio tercero”, que forma parte de la prosa de Gorostiza que recopiló Miguel, bien podría ser, nada menos, que la semilla de “Muerte sin fin”. También ha averiguado Miguel que el enigmático “Canto a un dios mineral”, de Jorge Cuesta, poema gemelo de “Muerte sin fin”, podría tener su origen en una excursión y rememorar el paisaje de una peña con un árbol, hipótesis que no invalida otras interpretaciones, pero le concede un asidero real al hermético poema.

            Su relación con Borges merece capítulo aparte. Una vez Miguel Capistrán lo trajo a México, invitado, creo, por Televisa. Miguel Alemán Velasco, estuvo al lado de Borges el día en que comimos con el autor de Historia universal de la infamia en la Hacienda de Los Morales. Debo decir, de nueva cuenta, que escuché a Miguel, y esto debería de constar en los records Guinness, aconsejar a Borges y a Claudina Hornos de Acevedo, amiga, investigadora y colaboradora de Borges, (entonces -no aparecía todavía María Kodama) sobre bibliografía en torno a Spinoza, el filósofo que en esos días ocupaba el interés de Borges y Claudina.

            En lo personal le debo a Miguel la oportunidad de platicar a solas, quiero decir yo y mi alter ego que es mi hermana, con Borges. He conocido y tratado a muchos escritores (siempre más de los que he podido leer), pero al darle la mano a Borges me sentí como quien saluda a Homero. Hipócritamente no le hablé de política, tema en que sin duda discreparíamos, y me limité a tratarle el único tema posible con él: su propia literatura. Me confesó que había amado a la mujer real que se oculta bajo el nombre ficticio de Beatriz Viterbo en el cuento que da título a uno de sus libros, “El Aleph”. Le escuché decir, sin moverme, como en suspenso, las palabras ajedrez, espejo, tiempo. Le debo a Miguel ese privilegio, ese momento mágico. Capistrán, muy suntuosamente, pagó, por decirlo así, la visita de Borges con un libro en el que recopiló las notas, los comentarios, las entrevistas y, en fin, el alborozo que causó la visita de Borges.

            Motivo de orgullo, y con ello voy a cerrar este reconocimiento, es para Miguel Capistrán haber colaborado con Salvador Novo en el libro La vida en México en 1824. Motivo de orgullo, porque, aunque el libro circuló tan poco que debo confesar que no lo he leído, es, para Miguel, la prueba de bulto de una larga relación, que no se agota con este texto, con Salvador Novo, poeta y cronista de excepción, que fue tanto para Miguel como para mí, nuestro protector, maestro y amigo.

            Accesible, y altamente recomendable, y ahora sí con esto termino, la recopilación de páginas, muchas epistolares, que se titula Los Contemporáneos por sí mismos y que mereció el amplio tiraje que supone aparecer en la colección de Lecturas Mexicanas. He presenciado, en diversos homenajes a los Contemporáneos, que investigadores nacionales o extranjeros, como Sergio Fernández, Anthony Stanton o la española Rosa García Gutiérrez, le agradezcan a Miguel Capistrán, haber puesto al alcance de la mano la obra de una de las generaciones literarias más significativas y polémicas del siglo XX mexicano, la de Los Contemporáneos, sol alrededor del que gira la infatigable y fructífera tarea de investigador de Miguel Capistrán.

(Este texto fue leído cuando se concedió, en 2003, el Premio Jorge Cuesta a Miguel Capistrán).