Necesario recuperar prestigio
Mireille Roccatti
El nuevo gobierno encabezado por Enrique Peña Nieto, que empezará formalmente el próximo primero de diciembre, comienza a recuperar la tradición y reciedumbre que caracterizó por décadas la política exterior de nuestro país.
El esplendor de nuestra diplomacia que ciertamente comenzó a erosionarse en los últimos años del ancien regime parece ahora encaminarse a un rediseño que recupere el prestigio que le imprimieran un Isidro Fabela, Narciso Bassols, Alfonso Reyes, Luis Padilla Nervo, Jorge Castañeda Alvarez de la Rosa o Jaime Torres Bodet, por citar sólo a unos cuantos de la pléyade de embajadores que enaltecieron nuestra diplomacia.
El primer periplo del presidente electo por Centro y Sudamérica, que lo llevó a Guatemala, Colombia, Brasil, Argentina y Perú, puede percibirse como un primer paso de recuperación de espacios estratégicos, fortalecimiento de intereses comunes y sobre todo reencuentro con los países y pueblos que, en los últimos años, se habían descuidado no sólo diplomáticamente, sino que por falta de dialogo de alto nivel habíamos entrado en franca colisión por razones comerciales, como con Brasil. E incluso por falta de oficio entramos en disputas estériles por los sitios correspondientes a la región en cuerpos colegiados de las Naciones Unidas.
El anunciado viaje a Europa de Enrique Peña Nieto, en que visitará España, Inglaterra, Alemania y Bélgica, se inscribe en esta nueva lógica de diversificación de los contactos, intercambio de opiniones y criterios con otras naciones que influyen en el contexto internacional, respecto de asuntos que afectan el conjunto de las relaciones internacionales, y borrar la impresión generalizada de que nuestra diplomacia es cabús de la de los Estados Unidos.
Por otra parte, puede percibirse como una medida inteligente, e incluso de astucia, posponer la visita a Washington en medio del proceso electoral en Estados Unidos y entablar dialogo o negociar acuerdos con el presidente Barack Obama, que si bien es cierto se perfila como ganador, pudiera al concluir los tres debates producirse una “sorpresa de octubre” y Mitt Romney alzarse con el triunfo. Así, evitaría inmiscuirse en el proceso porque su visita sin ninguna clase de duda sería utilizada electoralmente por Obama, y si éste perdiera la elección, consecuentemente resultaría afectada la relación bilateral.
En este contexto, habrá que esperar que una vez conocidos los resultados de la elección norteamericana, el nuevo gobierno mexicano revise las actuales condiciones de todos los temas de la agenda bilateral e introduzca nuevas perspectivas en temas tan complejos y delicados como la seguridad nacional, migración y el comercio. Resulta inadmisible y condenable la extensión de compromisos de la Iniciativa Mérida realizados muy recientemente por el gobierno saliente de Felipe Calderón, la escalada de agresiones contra nuestros connacionales en la línea fronteriza o las medidas contra el tomate mexicano.
Muchos mexicanos estamos esperanzados en que nuestra diplomacia, como antaño, participe como una especie de “conciencia internacional” en diferendos como los relativos al desarme nuclear con la visión y señorío de don Alfonso García Robles, que condenaría tanto a Irán, como a Israel y a las grandes potencias, ensarzadas actualmente en un conflicto que puede terminar mal para la humanidad.
Y sobre todo que se privilegie el Servicio Exterior Mexicano y se deje de utilizar la diplomacia para ubicar a desterrados políticos o premiar a amigos e incondicionales sin méritos para representar a nuestro país en el concierto internacional.