Susana Hernández Espíndola
Al lado de la Venus de Milo, proveniente de Grecia; La Libertad guiando al pueblo, de Eugène Delacroix; el Toro alado con cabeza humana, hallado en Irak; la también griega Victoria alada de Samotracia; La balsa de la Medusa, de Théodore Géricault, y La encajera, del holandés Johannes Vermeer, la Mona Lisa o Gioconda, del pintor florentino Leonardo da Vinci, figura entre las 24 obras maestras que exhibe el Museo del Louvre de París y que esa sede considera patrimonio de la humanidad y piezas imprescindibles para la propia historia del arte.
Llamada oficialmente Retrato de Lisa Gherardini, esposa de Francesco del Giocondo. Conocida como la Mona Lisa —La Gioconda o “alegre” en francés—, la extraordinaria pintura, trazada en óleo sobre tabla de álamo, entre 1503 y 1506, fue comisionada a Leonardo por el propio Francesco, que era amigo del padre del artista, Ser Piero Da Vinci. Sin embargo en lugar de entregar la pintura, Leonardo se la llevó con él a su exilio de trece años en Milán, Roma y Francia, donde el gran genio renacentista la conservó en la cabecera de su cama del castillo de Clos-Lucé, en Amboise, y su mano zurda la retocó en varias ocasiones hasta su fallecimiento, en 1519, año en que, paralelamente, se inició la Conquista de México.
Se cree que la Gioconda fue heredada por Da Vinci a su fiel ayudante, discípulo y amante, Gian Giacomo Caprotti da Oreno, conocido como Salai (“Saca dinero”), el cual la vendería, en 4 mil escudos de oro —la moneda de esa época— al rey francés Francisco I, en cuyos brazos murió Leonardo, a quien el monarca consideraba como un padre. Al fallecer también el rey, el cuadro fue instalado en la aldea de Fontainebleau, luego en París y después en el Palacio de Versalles. Durante la Revolución francesa, el retrato fue alojado en el Louvre y después pasó al dormitorio del emperador Napoleón Bonaparte en el Palacio de las Tullerías. Finalmente, la Mona (contracción del término italiano Madonna o Señora) Lisa volvió al Louvre, donde se halla hasta hoy.
La enigmática sonrisa
Pintor, escultor, músico, militar, ingeniero, arquitecto, matemático, anatomista, geólogo, botánico, cocinero, inventor, técnico, fabricante de laudes, investigador de fenómenos ópticos y diestro en muchas disciplinas más, Da Vinci utilizó en el retrato de la Mona Lisa, de 77 x 53 centímetros, una técnica muy característica de sí, conocida con el término italiano de sfumato, que consiste en prescindir de contornos precisos y difuminar los perfiles, envolviéndolos con una especie de niebla. Esto produce una impresión de inmersión total en la atmósfera y da a la figura una sensación tridimensional.
Aunque la pintura tiene una grieta vertical de 12 centímetros en la mitad superior y parece ser tan antigua como la misma tabla en la que está plasmada, se ha determinado que la fisura es estable y no ha empeorado con el tiempo.
El laureado actor británico Peter Ustinov, decía que, “por lo general, las mujeres de ensueño son una ilusión óptica”. Y, precisamente, un efecto de ilusión óptica ha hecho a la Gioconda el retrato más famoso de la historia, gracias a su enigmática sonrisa.
Según sus estudiosos, Leonardo, en un estilo parecido al escritor norteamericano H.P. Lovecraft, prefería sugerir las emociones en sus obras, más que presentarlas de forma explícita. Así, en La dama del armiño, que representa a Cecilia Gallerani, la amante de Ludovico Sforza, duque de Milán, estampó una imperceptible sonrisa sugerida en los labios de la modelo.
Su Retrato de mujer, de Ginebra de Benci, una aristócrata florentina, resalta por su extraña luminosidad, pero en el detalle la mirada de la dama muestra seriedad y, a su vez, una belleza excepcional.
La destacada neurobióloga de la Escuela Médica de Harvard, Margaret S. Livingstone, ha explicado que “Da Vinci pintó la sonrisa de la Mona Lisa usando unas sombras que vemos mucho mejor con nuestra visión periférica”, pero en realidad es más “una ilusión óptica, ya que aparece y desaparece debido a la peculiar manera en que el ojo humano procesa las imágenes”. Por ello, para ver sonreír a la Gioconda hay que mirarla a los ojos o a cualquier otra parte del cuadro, de modo que sus labios queden en el campo de visión periférica.
Lisa Gherardini
Gracias al trabajo biográfico del pintor Giorgio Vasari (1511-1574), contemporáneo de Leonardo, se acepta que la Mona Lisa fue Lisa Gherardini, la segunda o tercera esposa del acaudalado comerciante de telas y sedas florentino Francesco di Bartolomeo del Giocondo, quien nació en 1460 y falleció en 1528, durante un brote de la peste bubónica.
Después de su matrimonio con Camilla di Mariotto Ruccellai, en 1491, Francesco conoció a la Mona Lisa, una bella joven de 16 años, con quien se casó el 5 de marzo de 1495. Sin que hasta la fecha se haya comprobado, se cree que antes, en 1493, tras la muerte de Camilla, Francesco contrajo segundas nupcias con Tomasa di Mariotto Villani.
Hija de Antonio María di Noldo Gherardini y Lucrezia di Galeotto del Caccia, Lisa nació también en Florencia, el 15 de junio de 1479, en una modesta casa rentada, ubicada en lo que hoy es la esquina de las calles Sguazza y Maggio. Su familia provenía de una parte de la aristocracia de Nápoles, de linaje antiguo, pero venida a menos, la cual había perdido toda su influencia. A pesar de que los Gherardini no eran ricos, aún podían mantener un nivel acomodado y subsistían de una renta agraria.
Casado con ella, Francesco ocupó importantes cargos públicos y llegó a formar parte de los poderosos órganos de gobierno locales, integrados por los consejos de los Buonomini y los Piori, y mantuvo vínculos políticos y comerciales con la familia Médici.
La Mona Lisa terminó de criar a Bartolomeo (1493-1561), el primogénito de Francesco, producto de su primer matrimonio con Camilla di Mariotto Ruccellaim, y tuvo cinco hijos: Piero (1496-1569), Camilla (1499-1518), Marietta (1500-1579), Andrea (1502-1524) y Giocondo (1507-1508). Las dos mujeres, Camilla y Marietta, se convertirían en monjas, la primera, bajo el nombre de sor Beatrice, y la segunda como sor Ludovica.
Según los Archivos del Estado de Florencia, otra bebita que con toda certeza fue también hija de la Mona Lisa, Piera, nacida en mayo de 1497, falleció el 1 de junio de 1499 y fue enterrada en la iglesia de Santa María Novella.
Entre diciembre de 1502 y el 5 de marzo de 1503, los esposos tuvieron a su segundo varón, Andrea, y compraron su propia casa al final de lo que es hoy la Via della Stufa. Fueron estos dos hechos que Francesco quiso celebrar, por lo que el mercader encargó el retrato de su mujer, que entonces tenía 24 años, a Leonardo Da Vinci.
Tras el fallecimiento de su marido, Lisa, que se destacó por su fidelidad y por ser una mujer llena de virtudes, vivió recluida en esa casona, bajo el cuidado de Piero. Pero cayó enferma. Después fue llevada por Marietta al convento de Santa Ursula, ubicado en lo que es hoy la parte antigua de Florencia, donde finalmente murió el 15 de julio de 1542, a los 63 años de edad.
Del lado de Francesco, el linaje directo de los Giocondo se extinguió el 8 de agosto de 1676, con la muerte de su último descendiente, Giacomo. Sin embargo, del lado de Lisa, existe una matrilínea que sobrevivió 15 generaciones: tras de que Maddalena del Giocondo se casó con un tal Niccolò del Garbo, un hijo de ellos, Baccio del Garbo, tomó como esposa a Lisabetta de Mozzi, iniciando el linaje Mozzi del Garbo, que, a su vez, derivó en Bombicci-Pontelli.
Las giocondas del siglo XXI
Quinientos años después, en pleno siglo XXI, sobreviven sus descendientes: las princesas y pianistas Natalia e Irina Strozzi, hijas del príncipe de Toscana, Girolamo Strozzi, en cuya dinastía aparecen personajes como Maquiavelo, Miguel Ángel y los Médici, serían las tataratataratataranietas de la Gioconda.
Debido a las investigaciones del historiador Giuseppe Pallanti, en 2004, y de Domenico Savini, un experto en genealogía que en 2007 estudió en los documentos y archivos de la dinastía, bajo resguardo de la condesa María Luisa Guicciardini (perteneciente como soltera a los Bombicci-Pontelli), abuela de las princesas, surgieron indicios del parentesco de las actuales giocondas con la Mona Lisa.
Los Strozzi es establecieron hace unos mil años en la villa de Cursona, ubicada no muy lejos del pueblo amurallado de San Gimignano, en la céntrica región de la Toscana, Italia, donde rivalizaron a muerte con los Médici.
La viña familiar de los Strozzi, que produce hoy los mejores vinos de Europa, fueron elogiados por Dante Alighieri en La divina comedia.
Savini estudió el árbol genealógico de los Strozzi, pintado en las paredes de la casona que ocuparon en Cursona, y descubrió que las princesas no sólo guardan un lejano parentesco con sir Winston Churchill, sino que, además de relacionarse con Lisa Gherardini, entre sus parientes se encuentran Francesco Guicciardini, el padre de la historiografía moderna, de quien Nicolás Maquiavelo fue secretario; el jesuita polaco Estanislao Kostka, uno de los santos más admirados por Juan Pablo II, y el mariscal Piero Strozzi, protegido, a pesar de la rivalidad de los dos clanes, de Catalina de Médicis.
Irina, de 29 años, quien habla siete idiomas y es experta en vinos como sus ancestros, estudió economía en la prestigiada Universidad de Bocconi, en Milán, y su pasantía la llevó a cabo nada menos que en el número 10 de la calle Downing, en Londres, cuando Tony Blair, íntimo amigo de los Strozzi, era el primer ministro británico. Tuvo otros estudios financieros y trabajos en la Comisión Europea en Bruselas y en la firma global de servicios financieros J.P. Morgan.
Natalia, de 34 años, quien domina sólo cinco idiomas, es bailarina egresada de la Academia Vaganova de Leningrado (hoy San Petersburgo), uno de los más reputados institutos de ballet clásico de Rusia desde que fue fundado en los tiempos de los zares bajo el nombre de Escuela Imperial de Ballet. Ella estudió con la excelsa bailarina británica Margot Fonteyn, pero, curiosamente, fue el mejor bailarín del siglo XX, la estrella del Ballet de la Opera de París, Rudolf Nureyev, quien le enseñó sus primeros pasos.
Natalia es, además, actriz y escritora y, en sus memorias, Facile da ricordare: (album di ricordi di una giovane artista), evoca la amistad uno de sus ancestros, Luisa Strozzi, con el Divino Miguel Angel. El gran pintor renacentista fue maestro de dibujo de la mujer y hasta asistió a su boda.
La búsqueda de Lisa
A pesar de que existen dudas razonables de que las dos aristócratas sean descendientes de Lisa Gherardini y de que levantó una gran polémica la extravagancia del periódico Le Figaro, de llevar a las Strozzi al Museo del Louvre para tomarles una foto junto a la pintura, los datos de Domenico Savini despertaron un renovado interés en las excavaciones que desde el 9 de mayo de 2011 lleva a cabo un grupo de arqueólogos en la iglesia del edificio que albergó el convento Santa Úrsula, que guarda sepulturas desde el siglo XIV hasta el XVI, y bajo cuyo altar podrían estar los restos de la modelo de Da Vinci.
En el lugar ya se ha desenterrado, hasta el pasado 2 de octubre, nueve esqueletos que están siendo sometidos a pruebas con carbono 14 para su datación exacta.
El ambicioso rescate de los restos de Lisa está dirigido por Silvano Vinceti, presidente de una organización privada conocida como el Comité Nacional para la Valoración de los Bienes Históricos de Italia. El sostiene que la idea de exhumar los restos surgió por una revelación que tuvo al estudiar la pintura: “En los ojos de la Mona Lisa hay ocultas una L y una S. La primera letra correspondería a Lisa Gherardini o a Leonardo. La S, probablemente a Salai, el alumno del artista. Para mí, Da Vinci se inspiró en Lisa, pero luego utilizó la nariz y la sonrisa de Salai”.
Vinceti cree que la Mona Lisa y la noble María del Riccio, fallecida en 1609, fueron las únicas mujeres ajenas al convento que fueron enterradas bajo el altar de la iglesia, el cual fue hallado el 24 de julio y los despojos retirados.
De confirmarse la identidad de Lisa al comparar su ADN con el de los dos hijos de la familia Del Giocondo, también enterrados en Florencia, Bartolomeo y Piero, los investigadores usarán las mismas técnica digitales que hace poco más de cinco años se aplicaron para la reconstrucción del rostro de Dante Alighieri, con el fin de determinar que tan fiel fue Da Vinci al retratarla.
El material genético será igual útil para determinar si las princesas Strozzi descienden directamente de la Mona Lisa.
La Mona Lisa de Isleworth
Mientras llega 2013, cuando serán dados a conocer los hallazgos de Vinceti, el 27 de septiembre pasado, la Fundación Mona Lisa, con sede en Zurich, Suiza, dio a conocer, durante una conferencia de prensa en un hotel de Ginebra, una impactante noticia: que una investigación de tres décadas dio como resultado la autentificación de un segundo retrato de Lisa Gherardini, realizada por el propio Da Vinci, pero con un rostro diez años más joven que la pintura que se resguarda en el Museo del Louvre.
Esta nueva Gioconda, pintada sobre tela y no en madera, con el mismo gesto enigmático de la obra maestra de Leonardo y mejor conservada, fue sometida a un exhaustivo examen científico con las técnicas más modernas, cuyos resultados integran el libro ilustrado de 320 páginas: Mona Lisa-Leonardo’s Earlier Version (“Mona Lisa-La primera versión de Leonardo”).
Esta versión inconclusa pudo haber sido pintada en el primer período que Da Vinci dedicó al retrato de Lisa Gherardini, encargado por Francesco del Giocondo, es decir entre 1503 y 1506, mientras que la que se conserva en el museo francés, que igual está inconclusa y se hizo con una técnica de barnizado que sólo se desarrolló a partir de 1508, pudo haber sido un segundo intento hecho por el maestro durante su exilio, patrocinado por Giuliano de Médicis, uno de los tres hijos de Lorenzo el Magnífico.
La Fundación Mona Lisa asegura que el retrato fue descubierto en 1913, un poco antes de la Primera Guerra Mundial, por el coleccionista Hugh O. Blaker, en la casa solariega del conde Brownlow, en Somerset, al oeste de Inglaterra, a la que se desconoce cómo llego y en la que estuvo colgada durante un siglo, sin pena ni gloria.
Blaker llevó la pintura a su casa, en un suburbio de Londres, de donde viene su apodo de la Mona Lisa de Isleworth. Al morir Blaker, en 1936, el coleccionista y multimillonario estadunidense Henry F. Pulitzer compró el cuadro y lo depositó en un banco suizo mientras escribía su libro Where is the Mona Lisa? (“¿Dónde está la Mona Lisa?”).
Al morir Pulitzer, en 1979, la obra pasó a su socia suiza y, tras el fallecimiento de ésta, en el 2010, fue comprada de manera anónima por un consorcio internacional.
Una de las razones que esgrime la fundación para defender la autenticidad de esta nueva Mona Lisa, es que cuando el mismísimo Rafael Sanzio visitó a Leonardo en su estudio, en 1504, lo que vio ahí lo inspiró para realizar su boceto Joven mujer en un balcón y, un año más tarde, el retrato, Dama con unicornio. La composición del fondo en ambos trabajos, con dos columnas, es idéntica a la que aparece en esta joven Gioconda.La fundación indicó que estaba abierta al debate si alguien no está de acuerdo con el “descubrimiento”.








